Ya estoy en Galicia. Me he establecido en Lalín, Pontevedra, como base de operaciones para realizar los últimos preparativos antes del gran asalto.
Advierto que no es la primera vez que hago el Camino de Santiago. Lo estrené el año pasado cuando acompañé a mi amigo Aitor durante las tres últimas etapas del camino francés. En realidad eran dos, porque el último día estábamos a 5 kms de Santiago, con lo cual se puede decir que hice 64 kms en dos días. Caminar tanta distancia con una mochila y sin mucha preparación previa, y con unas botas practicamente nuevas era una invitación al sufrimiento, y sufrir es lo que hice. Todo empezó bien, como siempre, hasta que se puso a llover, como suele pasar en la primavera. Era divertido durante un rato, pero muy pronto la novedad meteorólogica dejó de tener su encanto. Además, a los pocos kilómetros, pisé mal y me hice daño en una rodilla hasta tal punto que apenas la podía doblar. Acabé un fragmento, una mera sombra, del hombre que había sido dos días antes. El Camino me había comido, masticado y luego escupido. Me había enseñado a un ser un ser humilde.
También me había enseñado a soltar tacos como nunca había hecho en mi vida. Es irónico, ¿verdad?, que en una aventura tan espiritual como es el Camino haya podido afinar mis destrezas en el lenguaje soez. Pues efectivamente.
Por ejemplo, en vez de comentar en un momento de cierta dificultad y estrés: “¡Qué linda es la gente del campo. Esa mujer mayor tan simpática nos dijo que el pueblo que buscábamos estaba a un kilómetro y llevamos tres y nos encontramos en pleno bosque bajo una lluvia intensa. Debe de ser que tiene una perspectiva de distancia algo diferente a la mía. ¡Vaya desgracia! Pero aunque estoy algo cansado y mi rodilla me duele bastante, el campo está precioso y las vacas una maravilla, y sé que esto debe ser parte de la bella y dura experiencia jacobea.”
…Me encontraba diciendo algo parecido a, “Me cago en la puñatera vieja esa que no tiene ni puta idea de lo que es un puto kilómetro. Pero ni puta idea, ¡eh! ¡Qué maja es! Y ahora estoy jodido en este maldito monte, calado hasta los putos huesos. Mi rodilla está hecha una mierda y estoy hasta los cojones de este paseíto. ¿Que si me estoy divertiendo? Y una leche. Esto es una mierda. Una mieeerda, te digo. Ese pino es una mierda. Esa pradera también. Y tú, vaca, también eres una mierda. ¿Me oyes? ¿Por qué me miras con esa cara de gilipollas? Aún no sabes andar con dos patas, retrasada de la evolución. Que te doy dos leches para espabilarte como me sigas mirando así. ¡Cuidadito! Estoy de mala hostia porque estoy pasandolo de puta pena. ¿Vale?”
Que fue cuando mi amigo Aitor me dijo con tranquilidad, “¿Has terminado?”
“Sí. De hecho, me encuentro mucho mejor gracias. No sé qué me ha pasado.”
“Nada hombre. Tú tranquilo.”
A pesar de llegar al Santiago de Compostela como un hombre que había sido pillado por una estampeda, acabé enviciado por el Camino. Me había apasionado y solo pensaba en recuperarme cuanto antes y volver a los senderos. Y así fue. En dos ocasiones diferentes complí dos etapas más y llegué a superar los 100 kms, pero eran tramos dispares, sueltos y casi iba al revés. Para entonces, mi libreta de credencial estaba perdida en algún lugar de mi mesa en casa, en la zona de cosas que mistriosamente desaperece todo. Y total, no es lo mismo como llegar a la ciudad santa con los deberes hechos. Me puedo imaginar a mi amigo (anterior funcionario) del Ministerio de Asuntos Celestiales mirándome con cierto desprecio mientras intentaba explicar mi situación y diciéndome, “¡Anda ya! Váyase al final de la cola y vuelva con tenga todo en orden. ¡El siguiente!”
Vale. Vale. Aguarda. I’ll be back.
Maravilloso!
Me he encontrado con este relato tuyo, casi sin saber como ha sido, y me ha encantado. Has logrado de mi, incluso carcajadas, aún estnado solo. Eres genial. No conocía esta faceta tuya. Me voy a enganchar a tus….¡experiencias!. jajajajajaja