Todo hasta ese momento estaba bien organizado y preparado. Solo quedaba un asunto por resolver respecto al primer día: yo tenía que estar en una primera comunión en Lalín a 100kms de nuestro objetivo a las 13.30. Asistir al acontecimiento no solo ponía en duda mi participación en esa etapa, también peligraba mi oportunidad de conseguir la Compostela y de paso mi indulgencia plenaria de todo lo que había hecho mal hasta la fecha.
Eso me dejó con un buen número de opciones entre la cuales tenía que elegir:
1) Saltarme la primera etapa y juntarme con ellos a partir de la segunda etapa, desde O Porriño. La única pega era que al llegar a Santiago habría caminado 98 kilómetros, dos menos que el mínimo, y ni de coña iba a andar durante 5 días solo para quedar a cuatro pasos de conseguir un perdón eterno, por no hablar de llevarme a casa un certificado chulísimo con mi nombre escrito en latín.
2) Saltarme la primera etapa y hacer doble etapa el lunes, desde Tuy a Redondela, ¿30 kilómetros en la primera jornada? Sí, hombre. Ya había aprendido esa lección el año anterior. Sería más fácil que me disparase a mí mismo en las rodillas en vez de sufrir siete horas de tortura. Va a ser que no.
3) Ir a la comunión y salir corriendo hasta Tuy esa tarde para hacer la etapa solo antes de que se hiciera de noche. Ese plan era factible y mi idea original, puesto que la etapa solo tenía 15 kilómetros y era más que alcanzable. El problema: los banquetes familiares gallegas son especialmente abundantes, y recorrer ese tramo de campo después de haber sido expuesto a semejante cantidad de comida podría resultar con un helicóptero de protección civil buscando a mi cuerpo exhausto tumbado boca abajo sobre un muro. No lo veo.
4) Levantarme pronto…vamos, madrugar, y llevar el coche hasta Tuy, realizar la etapa y volver a Lalín para la comunión, asistir a la misa y comer como un cerdo, volver al Camino por la tarde. La parte que más me gustaba del plan (os aseguro que no era levantarme a las 5:30 de la mañana) era que podría completar la etapa con el resto de mi equipo y que me sentiría una parte del Camino desde el primer minuto. Eso es muy importante. Lo que pasa era que…pues a las 5:30 tan calentito en la cama…madrugar…como que no…que les den.
5) Hacer el mismo plan pero salir la noche anterior. Esto sí que me parecía sensato. Es verdad que suponía irme un día antes, pero visto desde todos los puntos de vista, era lo correcto.
De modo que esperé como un soldado raso el llamamiento de Aitor para movilizarnos, lo cual se produjo sobre las siete de la tarde. Primero iríamos a O Porriño, dejar mi coche cerca del albergue de peregrinos para tenerlo a nuestra disposición al día siguiente, y de ahí a Tuy para hacer noche. Me despedí de mi familia, haciendo hincapié en los propósitos espirituales de redención y otras razones nobles para justificar abandonarles en plenas vacaciones, y después me subí al coche y marché.
Había empezado.