Se describe la etapa corta entre Tuy y O Porriño como una de las menos atractivas de las últimas antes de llegar a Santiago y tengo que reconocer que, en muchos aspectos, se cumplieron las expectativas. Por eso estaba contento de quitármela de en medio el primer día. No todo fue tan horrendo, desde luego. La primera parte estaba bastante agradable, con muchas aldeas, una capilla bonita para admirar, un paisano o dos para saludar y unos trechos de campo y bosque para atravesar. Hasta allí bien. Fue una buena oportunidad para calentarse, circular la sangre y poner en forma los músculos y las articulaciones para que no acabáramos la semana matándonos los unos a los otros. Aitor llevaba la conversación con su habitual alegría y hablaba de lo mucho que el Camino significaba para él y de lo grande que iba a ser la semana que nos esperaba. Andrés, por su parte, estaba animado pero tomaba cada kilómetro con cierta circunspección mientras intentaba hacerse una idea de lo que significaba ser un peregrino físicamente hablando.
Lo más interesante de la primera parte desde el punto de vista histórico y cultural era un pequeño puente medieval, que llevaba el temible nombre de “el puente de los Fiebres”, donde San Telmo se enfermó seriamente durante su peregrinaje a Santiago allá por el año 1251. Telmo fue llevado posteriormente a Tuy donde moriría unos días después. La buena gente de Tuy como muestra de agradecimiento al hombre por haber estirado la pata en su ciudad le nombró patrón, y se celebra su fiesta cada año el lunes siguiente al Pascua. Hay una breve inscripción grabada en una piedra cerca del puente que cuenta la historia y es una conmovedora crónica de la fe, pero también un mensaje descorazonador a los fieles. Personalmente, a mí me decía: “los peregrinos llevan muchos años muriendo en este Camino, incluso los piadosos, así que ¡Ojo, pecador! y tú podrás ser el siguiente.” No es precisamente el tipo de cartel que quieres ver a 110 kilómetros de tu meta. Además observaba que el agua debajo estaba casi muerta, inerte, estancada hasta más no poder. Me imaginaba todo tipo de bicho volador y bacteriano preparándose para lanzar un ataque letal y llevarme a mi tumba. De todas formas, era el único monumento de cierto interés por la zona así que no quisimos irnos sin alguna forma de testimonio así que dos caminantes de habla francesa nos sacaron una foto.
A parte de eso, había poco reseñable en el Camino esa mañana, lo cual no nos molestó porque en general lo que queríamos era entrar en el ambiente de los peregrinos. Cuando llevábamos un poco más de la mitad entramos en una zona abierta con una cafetería y unas mesas de picnic. Casi no pintaban nada allí, pero de alguna manera era nuestro último contacto con la naturaleza antes de entrar en la zona a O Porriño. Aitor sacó de la nada un buen cacho que queso y algo de pan. El hombre era todo un mago cuando se trataba de proveernos con la alimentación necesaria para mantenernos en forma. No sé cómo lo hacía ni cómo lo conseguía pero era como una especie de despensa con patas. Nos lo comíamos muy a gusto y lo acompañábamos con una botella de agua fresca mientras entregábamos al gato de turno unas migas y éste las aceptó con suma gratitud.
Después descendimos una cuesta y anduvimos por una calle hasta entrar en un recto de unos 3 kilómetros de naves industriales. Era una señal inconfundible de que estábamos entrando en O Porriño. El polígono representa una de las características más conocidas de esta pequeña ciudad, lo cual te da una idea de cómo es en general. Todo el mundo me decía lo mismo cuando les preguntaba sobre el lugar: ”Sí, bueno, verás, está bien, vamos que no está mal, digamos, tiene una zona industrial muy grande, eso sí, pero muy, muy grande ¿eh?. ¡Grande! Es muy difícil apreciar lo que son 3 kilómetros de almacenes hasta que pasas, no caminas, por ellos. Desolador.
Esta calle constituye lo que puede ser uno de los tramos más feos del Camino en Galicia. Pero no le puedo culpar a O Porriño. Después de todo, los tiempos modernos han proporcionado otro destino para él. La industria de su valiosísimo granito ha permitido que la comunidad prosperara como pocas en la zona, así que ¿qué más les daba el Camino? Lo entendía perfectamente, aunque me daba pena. Pasaban del Camino, y el Camino se lo admitía. Por el otro lado, pasaban del Camino y el Camino pasaba de ellos. Los peregrinos seguían llegando. ¡Qué remedio!
Hasta ese momento, la jornada suponía poco más que un paseo ligero, y hubiera seguido así de no haber sido por las prisas que tenía yo de llegar para luego marcharme a Lalín. Por tanto en ese recto, metí caña pensando que quedaba poco para llegar. Andábamos y andábamos y andábamos y no veíamos el final. Luego cruzamos por encima de la autovía, y luego seguíamos otro recto. Había casas y comercio, todo lo que podía parecer una zona urbana, pero no parábamos de caminar. Por fin pregunté a uno por dónde estaba el centro y nos dijo que primero teníamos que entrar en O Porriño.
“¿Entrar?” pregunté con asombro. “Pero yo pensaba que ya estábamos allí.”
Sí hombre. Eso es amigos míos. Así es la naturaleza del Camino. Estás allí, y a la vez, no estás allí. Y cuando piensas que por fin estás, casi nunca te falta un poquito más. Requiere mucha paciencia, que fue justo lo que me faltaba ese día. Así que, me frustré y empecé a andar a toda pastilla. Por fin logramos nuestra meta, pero, en parte, a costa de la felicidad de Andrés, que hasta ese momento iba muy bien pero que no esperaba tanto empeño. Llegó unos minutos después de nosotros muy cansado y con una cara enrojecida como si una camarera alemana de Oktoberfest le hubiera dado diez bofetadas. Como siempre, habló con la suma educación que le caracterizaba cuando preguntó: “Hola chicos,” hizo una pausa para respirar antes de seguir. “¿Soy yo o es que habéis ido un poco rápido al final?”
“Tienes razón, chico. Pero la culpa es mía.”
…Poco después nos encontramos al lado del albergue donde estaba mi coche. Mientras tirábamos nuestras cosas en el maletero, las dos peregrinas francesas pasaron, nos vieron y empezaban a regañarnos con el dedo. “¿Qué pasa, eh?” Dije. “¿No se puede?” Repitieron el gesto y se fueron.
Enseguida me di cuenta de nuestro error: No dejes tu coche al lado de un albergue. Piensan los peregrinos que estás usando un coche de apoyo, y si no tienes pinta de necesitar un coche de apoyo, no les hace mucha gracia.
Yo estuve a punto de chillar. “No es lo que parece. No sabéis. Así que podéis dejar la tontería del dedo, ¿eh?” Pero hubiera quedado peor, te lo aseguro, sobre todo porque no sé decir esas cosas en francés. Así que a la porra con todo. Era nuestro Camino, no el suyo.