O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 12

(¡Feliz Cumpleaños “Javier”!)

Muchas veces los peregrinos se levantan pronto para poder terminar antes y así evitar vivir los últimos kilómetros bajo un sol estival severo y cruel.  Esto es especialmente aconsejable cuando las etapas superan los 30 kilómetros, pero también se puede aplicar a cualquier distancia.  El clima de Galicia es algo más suave que el de Castilla, donde la meseta se convierte en un horno gigantesco, pero también es más húmedo y bochornoso.  Eso hace que la caminata al final de la jornada sea larga e incómoda, con lo cual tiene mucho sentido querer llegar al destino lo antes posible. 

          Pero no es la única razón.

          Partir antes de que los gallos canten también incrementa las posibilidades de llegar al siguiente pueblo importante con el tiempo suficiente para pillar una cama en el albergue público.  A 5€ la noche, os aseguro que es un premio muy codiciado por los frugales.  También explica porqué yo tenía serias dudas sobre hacer el Camino en un Año Xacobeo, y presentaba mis argumentos meses antes cuando estábamos debatiendo el tema.  A pesar de gozar de la oportunidad de limpiar mi alma de todo mal, temía afrontarme con el reto diario de tener que luchar con un noruego por un rinconcito con un colchoncito.  Y eso que me gusta el concepto de los albergues.  Me gusta la calidad humana que fomenta.  Lo que pasa es que en un año como este, no lo veía nada claro.    Sencillamente, me negaba a competir con mis co-caminantes.  El Camino no se trata de eso… 

         Los albergues no abren sus puertas hasta las 13.00.  Sin duda esto en parte se hace para poder limpiar y fumigar un poco; pero también me gusta pensar que es una manera de darnos a todos una oportunidad de obtener un lugar donde dormir.  Así los jóvenes fuertes y rápidos no pueden levantarse a las seis de la mañana, ir corriendo por la pista y hacerse con todas las camas antes de que los viejos, gordos y lentos como nosotros podamos llegar. 

          Desafortunadamente, no evita que la gente salga pronto y haga cola una vez allí con el mismo fin.  De hecho, eso es justo lo que pasa.  Para mí, es un tema que está por solucionar porque no reduce la competitividad y nerviosismo, y encima te hace perder toda la mañana.    Lo dejo en el buzón de sugerencias.     

          Cuando nosotros llegamos a Redondela a las 12.20 ese día, ya había un número considerable de peregrinos por delante de nosotros.  En realidad no había una fila clara, más bien algo parecido a una ameba.  Nosotros nos plantamos en la única parte que asemejaba a una línea y no nos movimos.  Aitor sacó su guía de información inagotable y nos informó de que según ella había sitio para unas 55 personas (otra persona nos oyó y dijo que según su guía de información inagotable, hasta 64).  Echamos un vistazo y calculamos poco más de 25, así que respiramos hondo sabiendo que estábamos dentro del límite.   

          A la una en punto el albergue seguía cerrado pero se veía que estaba a punto de abrir.  De repente ocurrió lo que siempre pasa en esas situaciones.  Resulta que la multitud de gente delante de nosotros tenía amigos y en algunos casos muchos.  La fila se hinchó como un globo de agua.  Pero lo peor no fue eso.  Resulta que las guías de información inagotable habían exagerado escandalosamente la cifra de camas disponibles y que en vez de ofercer más medio centenar, solo había 42…como mucho.  Así nos lo confirmó de forma gritada la encargada del albergue una vez estábamos dentro y esperando.  Era una mujer con gran potencial de voz y mando, os lo aseguro. 

          La cosa pintaba mal.  Muy mal.  Algunas personas se ponían inquietas y nerviosas ante el temor de perder una plaza.  Hubo murmureos que a continuación se convirtió en gruñones y luego en protestas bien airadas y voceadas.   “¡Dios!” me dije a mí mismo.  “Vamos a estar a palazos de aquí a poco.” Y agarré mi palo de andar por si tuviera que sujetar algún noruego contra la pared.  Cuando se trata de una cama barata…nadie es tu amigo.

          La encargada nos hizo entrar en la sala grande y formar una especie de fila sinuosa que recorría por toda el espacio, un poco como las de los aeropuertos pero sin el cordón y por tanto más peligrosa.  En caso de un disturbio nadie saldría vivo.  Era una mujer guapa y de una constitución algo menuda pero fuerte y fibrosa.  Tenía una actitud muy clara sobre cómo había que tratar a los peregrinos, que no era muy diferente a cómo se trata a ganado.  Poseía unas aptitudes organizativas impresionantes y si lo hubiera querido habría sido una fantástica jefa de prisión.  Sus destrezas comunicativas también eran imponentes.  De hecho, creo que su primera palabra era algo así como “Achtung!”

          Pues no veas cómo 40 adultos nos pusimos firmes al oír sus órdenes.  Lo que había sido un grupo multitudinario a punto de convertirse en un enloquecido bando de gentío cabreado, acabó siendo una manada de peregrinos dóciles y obedientes.  Durante unos siete minutos la mujer vomitó tal cantidad de reglas y procedimientos y con tanta eficacia que no hubo forma humana de meter baza.  Nos habló de la prioridad de los peregrinos…de los discapacitados, los que van a pie, a caballo y en bicicleta, de la manera de poner la maleta, de cómo escoger la cama, de cómo colocar la ropa lavada, donde no ponerla, cómo usar el agua, la ducha, el váter, el salón, las sillas, y así sin parar…Dios, era mareante.  Y para terminar espetó con mucha garra unas palabras que casi nos dejan tiesos.  “Y por supuesto, los que llevan coche de apoyo, que se olviden del tema, porque ni de coña van a encontrar cama.  Ya sé que os conocéis.  Si sabéis algo, que me lo digáis.”

          Ya está.  Estábamos bien jodidos.    Veréis.   En esa misma sala estaban también las francesas, las que nos habían visto poniendo nuestras mochilas en mi maletero el día anterior, y estaban convencidas de que nosotros usábamos un coche de apoyo.  Los de coche de apoyo eran los apestados del Camino.  Lo más vil.  Los tramposos.  Ellas estaban colocadas casi a la cabeza de la fila, pero por el sistema de pliegues, nos encontrábamos casi face-to-face.  Y como la muy maja de la encargada pedía que nos dilatáramos, vi cómo se acercaba una situación bien fea. Alcé la vista hacia ellas y sonreí tontamente pero nos clavaron una mirada con mucho, ¿cómo os lo puedo describir?, pues…odio. Eempecé a rezar, porque sabía que en cualquier momento las chicas podrían chillar, “¡Fraulein! ¡Fraulein!  ¡Son ellos! ¡Son ellos!  ¡Ellos tienen un coche de apoyo!  ¡Llamad a la SS!” 

          Pero por algún milagro, posiblemente porque les faltaban datos de verdad, no dijeron nada.  No por eso dejaban de hacernos sentir despreciados.  Me sentía más pecador que nunca. ¡Y esta vez, no había pecado!

          Después de que Fraulein nos organizara, aun tuvimos que esperar otra hora para que nos asignara una cama, porque de las 42 plazas, nosotros éramos los números 39, 40 y 41.   Andrés, al que no le hacía gracia esta idea del albergue desde el principio, estuvo a punto de estrangularnos.  Por fin llegamos a la mesa donde Fraulein eficientemente nos recibió y nos proporcionó un lugar para descansar nuestros huesos después de 15kms de caminata y dos horas de espera. Nos entregó a cada uno un juego de ropa de cama, que acababa siendo unos sobres de gasa a lo bestia, y subimos a encontrar una cama, lo cual no era nada fácil porque solo quedaban lo justo, con lo cual no podíamos elegir.  El problema pincipal lo tenía Aitor porque no era capaz de dormir en una litera de arriba porque de pequeño había sufrido algún accidente, o no sé qué, y aún no se había recuperado del todo de la experiencia. 

          “¿Cómo que no te has recuperado?” Pregunté.  “¿Eso que quiere decir?  ¿Qué tienes lagunas mentales y se te olvidan los pronombres cuando hablas? ¿Qué andas por ahí como una gallina de vez en cuando?”

          “No.  Simplemente que me da miedo caerme de una cama?”

          “¿Caerte?  Pero si eres más alto que la cama…”

           “Da igual, tío.  Cada uno tiene sus traumas.”

            “Es verdad.  Pues nada.  Hoy has tenido mala suerte porque mira lo que te ha tocado,” dije señalando a una litera de arriba.

          “Ya.”

          Yo por el otro lado pensé que había corrido una suerte muy diferente.  Miré el resto de la sala y vi cual era la que me correspondía a mí.   Hay que saber que, en estos albergues, meten tal cantidad de camas que parecen una lata de sardinas.  Muchas literas están tan juntas las unas a las otras que tienen poco margen de movimiento por si buscas un poco de intimidad. 

         La cama libre que yo vi estaba junta, pero vamos pegadísima,  a una donde había una alemana rubia de unos veintetanto años tumbada y en pantalones cortos y camiseta sexy.  Vamos, una cama doble para que nos entendamos.  Ella estaba leyendo algo, pero para ser justo, no me preguntéis qué porque la situación me estaba impactando tanto que no podía centrarme.   No es que tuviera pensado hacer nada malo…pero, ya me entendéis, la emoción del momento pudo conmigo.

          “¡Dios!” Exclamé por dentro. “Existes de verdad.”  Dejé caer mi mochila y palo de andar y justo cuando estaba levantando los brazos para dar gracias al Señor por su generosidad y reconocimiento de un esfuerzo mío bien realizado ese día, a pesar de ser el pecador que era, recibí un pequeño empujón que me echó de lado como en una jugada de hockey sobre hielo.  Pasó otra señora, ya bastante más mayor que ella, pero seguramente de la misma procedencia y colocó con fuerza todas sus pertinencias.  ¡Qué suerte! Debio de ser su madre.   Me había equivocado.  Mi cama era la siguiente, la de al lado, aislado y en un universo propio.  ¡Vaya con el bromista del Señor!

    

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