O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 13

(¡Feliz Cumpleaños,  Andrés!)

Después de dos horas de retraso a la merced de Fräulein solo para coger una cama vieja y chirriante, de encontrarnos separados en la sala de dormir, de tener que descansar en literas de arriba y de ser yo el hazmerreír de un chiste malo del Cielo, teníamos los ánimos un poco por los suelos y buscábamos consuelo en forma de un buena comida.  Vamos, hasta nuestras abuelas hubieran estado orgullosas de nuestra capacidad de reacción. 

          Siendo ya los veteranos en el mundo del viaje, supimos que la mejor manera de buscar un buen sitio para satisfacer nuestras necesidades no era salir por la puerta y entrar en el primer restaurante que pilláramos, como hacía la mayoría de los peregrinos, sino preguntar a un lugareño sabio y, sobre todo, gordo.  Lo encontramos y éste nos condujo a un sitio por el centro, de aparente sencillez por fuera. Y por dentro, ya que lo pienso.  Muchos sitios ofrecen un menú del peregrino, lo que se traduce en un par de platos de precio módico y de calidad sospechosa.  Nuestra tasca, sin llegar a ser espectacular, sí supo alimentarnos satisfactoriamente.  Durante el almuerzo, Andrés expresó ciertas dudas sobre nuestra decisión de dormir en el albergue y las comunicó con estas palabras: ¿Qué coño hacemos allí?

          “Hombre,” contesté con ánimo.  “Esto es lo bonito del Camino.  Es una parte casi imprescindible.”

          “Eso es,” añadió Aitor mientras mojaba pan en su salpicón de marisco. “A mí me encanta este concepto.  Vives el Camino.  Conoces a gente nueva…Esas cosas, ya sabes.”

         “¿Y eso qué importa?”

         “Pues quieras que no”, expliqué,  “esta gente está viajando con nosotros.  Forman parte de nuestro Camino.  Qué menos que dedicar un poco de nuestro tiempo a nuestros hermanos caminantes.”

         Andrés no estaba convencido.  “Pero yo no estoy viajando con ellos.  Estoy hacienda el Camino con vosotros.  Para eso he venido.”  Me jodió su respuesta porque aunque no estaba del todo de acuerdo con ella, ni con él, me había gustado mucho y me había convencido, por lo menos, de que tampoco tenía toda la razón.  ¡Hay que fastidiarse!    

        Terminamos la comida, salimos con otra cara y dimos un pequeño paseo antes de meternos otra vez dentro del albergue.  Ya la cosa estaba más tranquila dentro.  Muchos se habían aseado de alguna forma y, o bien estaban por ahí comiendo o explorando, o estaban tendidos en la cama descansando.  Me metí en el baño, me duché,  no sin numerosísimas complicaciones mientras buscaba sitios para colocar todas mis pertenencias mientras me mojaba.  Me sentí como un inútil total.  Luego salí, cogí la ropa sucia y la lavé en la pila con una uña de jabón de Lagarto que compartíamos.   Como ya habían llegado otros antes, apenas quedaba sitio para tender, y fuera en el balcón estaba totalmente prohibido (Norma número 534 según Fräulein.)  Una infracción en ese sentido hubiera supuesto Dios sabe cuántas horas en el calabozo.  Y ya, por fin, me encontré limpio y ordenado, y en vez de tumbarme decidí dar un paseo por allí.  Bajé a la recepción y tímidamente pregunté a Fräulein por información sobre el pueblo.  Ella estaba más amable entonces y me ayudó mucho.  Le di las gracias y salí a la aventura.

         Redondela tiene, de entrada, más que ofrecer al visitante que O Porriño, aunque hay que señalar que de monumentos tampoco va sobrado.  Su mayor atracción son dos viaductos de tren gigantescos, de unos 150 años, cuyos arcos masivos atraviesan el centro.  Uno de ellos estaba en desuso ya, pero según la historia fue producto de un arquitecto que en algún momento fue acusado de haber hecho mal los cálculos y, como consecuencia,  hacer nula la utilidad del puente.   Al enterarse, se quitó la vida cuando resulta que el viaducto valía perfectamente.  Bueno, hay varias versiones de la historia, pero todas acaban con esa tragedia así que esa parte debe de ser cierta.  Por lo menos es la parte más llamativa.  Desde luego son muy curiosos, pero vamos, no van más allá que eso. 

         De todas formas, el resto del centro es muy atractivo.  Tiene un buen puñado de calles viejas y bonitas, unas iglesias interesantes, una alameda estupenda e incluso una playa.  Fräulein me había indicado cómo llegar y seguí al pie de la letra la información hasta un punto donde creo que me despisté, porque acabé en un puerto normal con una playa del tamaño de un patio de columpios para niños pequeños y un bar de esos en los que te esperas encontrar a Ernest Hemingway fumando, bebiendo y haciendo Dios sabe qué.  Pues allí mismo planté el culo, pedí un café cortado y me puse a escribir una notas para esta historia, quizás con esa imagen como inspiración.  Pero poco me inspiré porque a los 15 minutos lo dejé, dando por fracasado el intento.  Si no te sale, no te sale.   Y ya está.

        En ese momento me llamó Aitor, que ya estaba por allí en búsqueda mía. Se acercó también, tomamos un refresco y planeamos la tarde.  Como teníamos que estar dentro del albergue a las 22.00 como muy tarde, decidimos que sería una buena idea comprar unas cosas en un súper, un par de botellas de vino e incluso algo de fruta para el postre y el desayuno del día siguiente.  Era nuestro propósito esa  tarde reducir gastos y calorías, y nos sentimos orgullosos de nuestra autodisciplina. 

         Volvimos al centro y nos encontramos con Andrés, que estaba ya preparado para la tarde.  Le contamos nuestro plan y enseguida propuso una empanada.  Nosotros nos habíamos acordado de un par de panaderías, pero primero tomamos un café y consultamos  a un camarero de un bar, quien nos informó del mejor sitio.  Lo encontramos.  Tiene una empanada de chocos que ha ganado muchos premios.  El choco es la comida estrella de Redondela.  De hecho, hay una fiesta del choco todos los meses de mayo.  Fuimos al sitio y dejamos a Andrés para que se encargara de la compra.  Salió con cinco tipos (para hacer una degustación) de empanada por valor de unos 40 euros.  4 kilos en total.    

         Fuimos a misa, pero por el camino del Camino vimos a tres jinetes peregrinos subir la calle sobre tres caballos inmensos que hacían  clop-clop-clop, lo cual era una novedad para mí.  Tres caballos preciosos. La misa fue breve, como suelen ser en un lunes, y al terminar fuimos a que nos pusieran el sello santo.  El cura estaba encantado de que hubiera algún peregrino presente allí, y nos puso la estampa con mucha alegría.  Volvimos al bar, tomamos unas cervezas y compramos dos botellas de vino, que el muy listo nos cobró a precio de restaurante.  Hay que joderse con el suplemento del peregrino.   O sea, junto con las empanadas, la broma nos salió por unos 80 pavos en total.  ¡Vaya día de ahorros! 

         Luego entramos en nuestra casa para esa noche.  Aún no daba crédito porque era de día todavía y no tenía sentido.  Pero así eran las normas.  Fräulein nos dijo que podíamos quedarnos en la sala de abajo hasta las once, pero que a partir de las once era mejor que no.  Acabó por caerme bien.  Lo mismo era el síndrome de Estocolmo. O no.

         Entramos en la sala y pusimos los cuatro kilos de empanada en la mesa.  Siendo lo generosos que somos, invitamos a todos a participar, pero pocos se animaron.  Realizamos la degustación y los resultados fueron:

                       1er Premio: La empanada de chocos (naturalmente)

                       2º: La empanada de carne

                      3º: La empanada de zamburiñas

                      4º: La empanada de atún

                      5º: La empanada de algo más pero no me acuerdo de qué sabor, con lo cual os podéis imaginar la impresión que nos causó.

                  Después me quedé en una mesa trabajando un poco con la historia, pero  seguía sin salirme.  Se notaba que no era mi día para escribir.  Aitor y Andrés entablaron una conversación con los chicos de Coruña, que para entonces tenían la ventana abierta para poder fumar.  Como estábamos en un bajo,  de allí salían a la calle y entraban a placer.  ¡Ay, si Fräulein se enterase!

                        Y yo, siendo un niño bueno esa noche, subí a acostarme a las once.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *