Una razón por la que me acosté a una hora tan temprana era que sabía lo que nos esperaba. Y es que si quieres descansar bien durante el Camino, la última cosa que haces es pasar la noche en un albergue público, especialmente en agosto de un Año Santo, y sobre todo si tienes un sueño ligero como yo. Al meterme en la cama pronto, podía contar por lo menos con una posibilidad lejana de pegar ojo.
…Enseguida vi que me afrontaba con un reto considerable. Hubo gente ya dormida, pero también un miríada de actividad. Gente que se levantaba, gente que se daba vuelta en la cama, gente que tosía y sonaba la nariz y por supuesto hubo los ronquidos, que no falten por el amor de Dios. ¡Ay, la música! Si en Tuy la sonata no empezó hasta más tarde, esta vez el concierto ya había arrancado y estaba en un momento de máxima intensidad. Aún sin meterme en la cama, noté como el hombre a mi izquierda, uno de los monitores de los scouts italianos, llevaba la voz cantante y no podía sino admirar sus dotes como tenor. Pero no estaba solo. Estaba apoyado por un puñado de músicos colocados en varios puntos de la sala. Vaya orquesta. Poco me faltó para ponerme de pie en la litera como Tor sobre una nube y empezar a decir; “¡Hala! ¡Venga! No os cortéis. Todos. Pero con mayor organización. Vosotros allí, empezad, más alegría.” Así iba a hacer pocos amigos.
Trepé la escalera con la mayor elegancia y coordinación posible para no molestar a mi compañero desconocido en la litera de abajo y para no volcar la litera. Siempre pienso en algunos principios de la física cuando hago estas cosas y me entran espantosas imágenes de una calamidad de grandes dimensiones, conmigo de espaldas en el suelo aplastado por un montón de hierro, colchón, ropa y pasta de dientes. También me parecía importante del modo más elegante posible para parecer un profesional del Camino, aunque en una sala completamente a oscuras, no sé quien se iba a fijar en mí. Una vez arriba, me metí en mi saco de dormir.
Salvo el italiano, la cosa se tranquilizó y logré quedarme dormido bastante pronto, durando hasta por lo menos las dos o tres. 4 horas. No estaba mal. Pero una vez más, el monitor me había despertado con uno de sus ataques. El tío no se callaba. Seguro que si le tapara la cara con mi almohada hasta dejarle tieso la mayoría de los presentes en la sala habrían defendido mi reacción ante un jurado como un acto de legítima defensa, y de cara a Dios, pues dentro de unos días me iba a caer una indulgencia plenaria, pero plenarísima, así estaría cubierto en el departamento de pecados capitales. Merecía una consideración larga y meditada, pero al final decidí que no era mi forma de actuar. Si el peregrino acostumbrado a los albergues es un ser con una paciencia descomunal, ¿por qué yo no?
Eso no era mi única preocupación. Si una pared ni una alemana para apoyarme, yo me encontraba en la situación técnicamente delicada de tener que evitar una caída de la cama, y no sé lo que opináis vosotros, pero a nadie le divierte eso. Cierto era que un acontecimiento de ese índole hubiera provocado una buena carcajada del compañero desconocido en la litera de abajo, porque tiene que ser trinchante presenciar cómo un ser de 70 kilos atrapado en un saco de dormir se precipite delante de tus ojos. A mí me gusta ser una persona que aporte alegría en las vidas de los demás, pero tampoco me hacía ilusión acabar como Aitor y hacer cosas raras como fingir que soy una patata, ladrar sin motivo de vez en cuando o una cosa por el estilo.
Sobre las cuatro y media, el monitor de los Scouts se despertó, se levantó y se fue a despertar a los suyos. ¡Qué majete! El tío pasa la noche haciendo de moto de videojuego y cuando es Game Over, toma, a despertar a todos. Y así es. En cuanto se muevan las primeras tropas, toda la sala les sigue. ¿Acaso nadie tenía personalidad? ¿No sabía decir no? Qué pena. Yo no iba a hacer lo mismo, y me mantuve en la litera hasta pasada las seis cuando Aitor me avisó con el dedo que tocaba levantarnos. “¿Qué tal?” Le pregunté.
“Fatal.” Me dijo. Sus ojos estaban tan rojos que aun en plena oscuridad brillaban como los de esos ninjas fantasmas. “He dormido en la sala de abajo. He dormido como dos horas, y estoy de mala hostia, ¿sabes?” Lo debió de decir en serio porque no paraba de repetirlo.
No me encontraba mal, sobre todo después de lavarme la cara con agua fría. Volví a mis cosas y recogí todo con el máximo cuidado y avanzaba bien hasta que me tocara meter el saco de dormir en su saco. Me hacía falta un instrumento hidráulico, porque si no, no había manera. Soy un inútil total. O no. Al final entre Aitor y yo, difícilmente logramos meterlo en su casita. 10 minutos de día y ya estaba agotado.
Convencido de que no nos esperaba un desayuno continental en el lobby del albergue con café humeante recién hecho, me tomé un plátano y 600mgs de ibuprofeno y bajé a la calle. Salimos de Redondela aún de noche, comprando una barra de pan caliente en una tahona por el camino.