Andrés no murió en la primera hora y aunque no podía decir que estaba entero de mente y espíritu, presentía que iba a sobrevivir. Fuimos a casa de Lola y Pepe y disfrutamos de una comida opípara de mejillones, ensalada de tomate, pollo asado (matado en propiedad) y unos 200 kilómetros de patatas. Un postre, por supuesto. Fue copiosa, cuantiosa, abundante como poco. Una comida para 20 personas puesta delante de diez comensales. Y nosotros, siendo los fieles a la causa gastronómica, hicimos nuestra parte por satisfacer a nuestros anfitriones, porque no queríamos quedar mal ante ellos y tampoco sabíamos cuando íbamos a poder comer así de bien de nuevo.
Aitor y Andrés se retiraron pronto al hotel mientras que Javi, Julia y los hijos nos quedamos un rato más en el huerto. No queríamos abusar de su hospitalidad, aunque ya lo habíamos hecho, así que sobre las cinco nos despedimos y volvimos. Javi llevó a su familia a Caldas pero yo prefería ir andando. Lo hice en parte porque algo tenía que hacer para digerir tanto tubérculo en parte porque durante muchos años había pasado por esa carretera en coche y ya que había aprendido a disfrutar del arte de la vida a pie, me apetecía sin más motivos. De camino paré en la antigua fábrica azucarera que había sido abandonada años atrás por culpa de un incendio, y eso fue lo que me habían contado. Siempre me había intrigado aquel edificio y su aparente trágica historia. Ahora lo tenían medio-habilitado con fines socio-culturales, así que decidí investigarlo un poco.
De toda la historia de los Estados Unidos, la “Spanish-American War”, como se conoce en mi país, representaba poco más que otra de las muchas intervenciones militares de nuestro pasado belicoso. Si se ha dedicado algo más al asunto, fue por dos motivos: 1) Fue, digamos, la entrada de los EE.UU. en el Club Internacional de Imperialismo al que pronto llegaríamos a ser presidentes, y 2) porque fue un ejemplo de cómo la prensa pudo influir directamente en la política exterior del país. Muy bien. Perfecto. Muy interesante, punto y a parte. Pasemos página.
En España, sin embargo, el conflicto simbolizaba una catástrofe en dimensiones colosales, el fin de sus colonias, de su imperio, de la explotación económica de esas tierras, de su papel de superpotencia (a muchos se les olvida que este país era la primera Primera Potencia de la era moderna), lo cual provocó un largo periodo de decadencia, bajo autoestima, derrotismo, pesimismo y otras mentalidades autodestructivas. Tal fue el golpe, que aún perduran restos del efecto en la psicología del español corriente actual y hasta hace pocos meses contribuyó a las múltiples decepciones deportivas que sufrió la selección nacional de fútbol. Lo digo en serio. España no llega a perder Cuba, y ya tendría tres o cuatro estrellas en su camiseta. Yo siempre he dicho a mis compatriotas que ganar el mundial de fútbol no solo se trataba de ganar el torneo más importante de la tierra, sino de poder agarrarse el paquete (estoy siendo un poco basto hoy) y decir con chulería a los demás países “¡Toma! Que nosotros también sabemos ganar. ¡Campeones!”
De las grandes industrias cubanas que ayudaban a mover la economía española, la de azúcar era de las más fuertes. La caña azucarera no su cultivaba bien en esas partes gallegas pero la remolacha sí. Así que, algunos empresarios su juntaron y montaron un pedazo de fábrica en las afueras de Caldas. Era el 1902. El futuro auguraba grandes éxitos. Las perspectivas eran esperanzadoras. Solo hacía falta que la buena gente del campo pusieran de su parte…y bingo…un montón de pesetas para…bueno…los empresarios.
Pero seguro que habría venido a la economía local.
Cuatro años después se cerró la fábrica. Para siempre. Los agricultores son conservadores por naturaleza y los gallegos en ese sentido no son diferentes. Pasaron olímpicamente de la remolacha y la competencia se fue a otra parte. Y con eso, la factoría se fue al pique, pero el edificio con su chimenea desproporcionada aún dominan el paisaje como recuerdo de lo que pudo se pero no fue.
Por fin han habilitado la fábrica, como dije antes, y todo bastante bien, hay que reconocerlo. Hay un centro de salud y también hay un zona para la tercera edad. Busqué uno de esos parques de ejercicios para hacer unas flexiones con las abuelas de ahí pero no había nada. También quise subir la chimenea, pero la escalera que la rodeaba estaba cerrada al público. Di una patada a la base de la chimenea y seguí caminando hacia Caldas.