Fall Fallen!

Boy, when I told it wasn’t going to last long, I didn’t quite expect the first flakes to be tumbling down just as the post ws being published!  But that is exactly what has happened!  The snow looked pretty for much of the afternoon, but now it has become just a wet and mucky evening, making Monday just a little more miserable!  Oh, well.  Time to carry on.

Fall

As a person who grew up in New England, I have to admit that I am pretty demanding when it comes to rating fall foliage and don’t just go “Oooh!” and “Aaah!” before any ordinary boot brown leaf.  In Madrid, the autumn seems to come and go without much to say.  Sure, the trees turn color and all, but just because a leaf ceases to be green doesn’t necessarily mean I am going to engage in a photo shoot for three hours.  In my humble common man’s understanding of the nature of nature, I think this has to do with the climate.  Fall isn’t the kind of season that makes a regular appearance year and year out.  It can last anywhere from a couple of months to a couple of hours.  Sometimes the summer kind of lingers until a blast of cold air roars through turning the lime green branches into a set of dark brown lifeless limbs.  It’s not that they don’t possess their own kind of beauty – their subtleness can be impressive – it’s just that they don’t overwhelm you.

         This year, though, seems to be one of the finest I can recall.  The trees have pulled out an entire arsenal of tones and hues and the city looks great.  And, if my theory is right, it must have something to do with the fact that the cooler arrived earlier and more gradually.  Today it is supposed to snow, so I doubt if it will last long.  But it has been a pleasure while it lasted.

Restaurante Méndez

There are literally thousands of restaurants in Madrid, but the classic everyday madrileño eatery is becoming a rarer sight these days, an that’s a big shame.  In the Plaza de Manuel Becerra not far from the Ventas Bullring, the Restaurante Menéndez still offers the customer the best of no-frills fare at the friendly price of just 9.50€ per person.  Juanma and I went there last Sunday.  I hadn’t had a good old-fashioned Sunday menú del día in a long time and looked forward to the chance to enjoy one, even though my life hasn’t been one which I should be enjoying very much of.  In any event, Juanma knew just the place I was looking for and told me “Old Juanma knows how to take care of you.”

           Except for an unusually fairly violent verbal war raging on in the small back dining room between a couple accompanied by their baby and an elderly pair – we never did quite understand what the altercation was all about – but things finally settled down and we were able to get down to our meal.  We didn’t waste any time and ordered the exact same thing: paella for the first round and roast lamb for the main course and a little red wine and sweet soda water to go with it.  They brought a whole litre of it in a traditional glass bottle.  It was the great light red and we would fill half the cup with the wine and the other half with the soda. 

           Well, the rice dish the set before me wasn’t the typical spoonful they slop on the plate but a heap, a mound, a pile of yellow rich chock full of squid, shrimp, chicken and vegetables.  I practically had to push it aside to see Juanma.  By the time I bore a hole through it and cleared away the sides I was nearly stuffed, the main course, a large meaty bone of lamb with French fries.  I couldn’t even finish it.  Then some homemade caramel custard to wrap it up and we were ready for a lazy walk home.

          So, yes, it’s nice to know you can find a good old-fashioned Madrilanian restaurant right down the road.  

          ¡Buen Provecho!

O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 32 (¡y se acabó!)

Hace muchos años, aunque posiblemente no tantos como a algunos creen, el típico cristiano practicante y creyente (porque los dos no tienen por qué ser el mismo, ni al revés) salía de su casa, fuera donde fuese, y se echaba a andar con la intención de hacer realidad un evento único en su vida: El peregrinaje a la ciudad santa de Santiago de Compostela.  El viaje podía tardar entre unas horas y varias semanas en cumplirse, incluso meses.  Todo dependía del lugar de inicio, el estado del caminante…y las condiciones atmosféricas.  Para llegar hasta Santiago, normalmente andaban grandes distancias con un calzado que valía para todo menos un pie ni esas distancias.  Como consecuencia, los dedos acababan deformados, los talones martillados, los tobillos torcidos e hinchados; las articulaciones de todo el cuerpo les dolían más allá de lo que se podía imaginar y sus músculos se quejaban sin cesar.  Los caminantes tenían que soportar un sol castigador que le abrasaba, un lluvia con mucho viento que le azotaba, unas mañanas heladas les congelaba y hasta nevadas tremendas que les torturaba.   Cruzaban de puntapié por ríos, daban pasos pesados por el barro y pisaban piedras dolorosas.  Se caían enfermos. Tosían, estornudaban,  respiraban mal, tiritaban, vomitaban, se derrumbaban y, de vez en cuando, perecían.  Un poco más o menos como me sentía la primera vez que intenté hablar con el castellano con un grupo de 20 españoles en un restaurante ruidoso.

               Si el Camino resulta duro para nosotros hoy en día con todas las amenidades a nuestra disposición, aquel entonces tenía que ser una vivencia horrenda, algo que solo la suerte y mucha fe podría aliviar.  Los que sí llegaban, los que sobrevivían, se sentirían especialmente afortunados, casi unos elegidos.  Habrían entrado en Santiago de Compostela agotados y humillados por la experiencia, como niños de Dios, y en algunos casos se arrodillaban maravillados por la grandeza del momento.   Luego ascendían la escalera de la catedral, metían cada dedo en la columna del Pórtico de la Gloria, pedían sus deseos, adoraban al apóstol según la tradición, asistían a misa, daba homenaje a todo aquellos que tenían que homenajear, junto las manos fuertes en oración piadosa, cerrar los ojos bien e implorar el perdón y gracia del Señor.  Escuchaba el canto gegoriano al fondo, olía el dulce y pungente olor del incienso mientras penetraba su olfato y su cerebro, y luego se caía al suelo de rodillas y gritaba por dentro “Aleluya.  El Señor es grande.  El Señor es misericordioso.  Me ha dado la oportunidad de ser testigo del sitio donde se encuentran los restos del Apóstol Santiago.  Por eso he venido.  Para eso he venido.  Todo esto ha dado un nuevo sentido a mi vida.  Nunca seré lo mismo.”        

              Entonces, se levantaba y se daba la media vuelta y se disponía a regresar a casa…andando. 

              Eso es.  Andando.  Caminando.  Viajando a pie.  Cada puñatero kilómetro hasta su propia cocina.  Nada de trenes.  Nada de autocares (menos mal).  Nada de taxis ni aviones.  Ni siquiera un carruaje viejo.  ¡Vaya putada!

             Menudo marrón ¿verdad?  Nada de indulgencias plenarias esperándote al final del camino, solo una cabeza envuelta en un pañuelo, una mirada tan intensa que podía partir átomos, y un rodillo en una mano bailando en la palma de la otra acompañado por las palabras: “¿Dónde coño has estado tú los tres últimos meses, ¿eh sinvergüenza?”  

             “He estado comiendo pulpo y pensando en Dios,” hubiera sido una buena respuesta y casi merecedora de un buen porrazo.   

              La tecnología moderna nos ha ayudado a superar el obstáculo de la vuelta.  No obstante, hay quien cree que realizar el Camino de verdad implica volver a tu punto de partida de la misma manera de la que viniste.   Yo pienso de ese razonamiento es una tonelada de fertilizante vacuno porque, para empezar, no existe una manera “real” de hacer el Camino.  Por ejemplo, los famosos 100kms son meramente una forma de estandarizar el peregrinaje.  En nuestra era en la que todo tiene que ser reglamentado, nos volvemos locos pensando en ser lo más purista posible, como si alguien arriba nos estuviera apuntando cada acto nuestro.  Tonterías.  Además, antes los peregrinos no tenían más remedio que usar el motor-propio, así que tampoco hay que pasarse.  Dichas tonterías de doctrina purista tienden a ser una fabricación de los ignorantes y su ignorancia.  Aun así reconozco que hay algo atrayente acerca de la idea de realizar el Camino cómo se hizo originalmente y no descarto esa posibilidad en el futuro.  Y sí hay personas, aunque pocas, que lo hacen.  Las he visto.  Las flechas que señalan la vuelta son de color azul, pero os puedo asegurar que son pocas frecuentes.  Casi te conviene más girar la cabeza mucho y fijarte en las flechas amarillas que vienen de frente. 

             Nuestra elección era el Hyundai Matrix de Andrés, el coche más seguro de Europa, al que había llegado a conocer bien.  El problema era que al día siguiente a las ocho y pico, nuestro piloto no estaba en condiciones de coger el vehículo, por tanto cogí el mando y fuimos volando por las carreteras casi hasta Benavente, cuando Andrés me relevó.   El regreso fue tranquilo y poco interesante.  No hablamos casi nada.  No había mucho que decir de todas formas.  El Camino había sido una experiencia tan tremendamente satisfactoria en tantas maneras, habíamos hecho tantas cosas en seis días, ¿Qué podíamos añadir?  Me puse a pensar en la gente a la que conocí, a los hermanos de Huelva (que por cierto, después de encontrarnos en la Plaza del Obradoiro, nunca los volví a ver), en la pareja de Valencia, en las beatas, en los scouts de Italia que habían sido devorados por Santi el terrier asesino.  Pensé en los mis co-peregrinos Aitor, Andrés y Javier.  Eran, y son, unos tíos grandes, gente maravillosa.  Habían sido los compañeros perfectos.  Estaba especialmente contento por Andrés.  Seis meses antes le había dicho que no había cosa que me podía hacer más feliz que entrar en Santiago con él los dos juntos.  Ese hombre había superado todas las expectativas (sobre todo la de no morir).  Había sufrido mucho y se lo había pasado de puta pena durante largos trechos. Pero volvía a Madrid victorioso.

              Y también pensé en la gente que ha sido y sigue siendo vital para mí día tras día.  La gente que nunca dejará de serlo.  Pensé en las personas por la que hice un peregrinaje como mi madre que había recibido esas noticias tan buenas esa misma semana.  Era necesario hacer el Camino por ellos y por nada a cambio y luego dejar que el destino haga el resto al llegar a tu destino. 

                Como toda salida de la realidad, sobre todo una que nos había sido tan fascinante, tan satisfactoria y entretenida como nuestro viaje, nos hallamos atrapados en una mezcla de emociones.  O por lo menos, eso me pasaba a mí.  Por un lado, me apetecía reincorporarme en mi vida (¡¿quién puede resistir un abrazo de sus hijas?!), y entrar de nuevo en la sociedad pero por el otro lado me daba miedo.  Quería quedarme en el Camino más tiempo, como Huckleberry Finn en el Río Mississippi, porque me relajaba tremendamente.  Supongo que era una reacción natural.  Supongo…   

              …Recuerdo que en los siguientes días hablaba con numerosas personas sobre el Camino.  Me resultaba interesante ver cómo respondía cada uno.  Algunos preguntaban generales sin profundizar, otros querían saber todo tipo de detalles, y hubo otros incluso que no querían saber casi nada en absoluto.  Casi todos, eso sí, manifestaban un deseo de hacerlo algún día.  Yo les comprendía perfectamente porque no hace mucho era como ellos.  Solo tenía palabras de ánimo aunque me preguntaba si alguna vez darían ese paso.  No era muy grande, pero era difícil levantar el pie la primera vez.  ¿Acaso no había muchas cosas de la vida así, donde tenemos sueños bien dentro de nuestro alcance y, sin embargo, por pensar que quedan más lejos, fallamos a la hora de hacerlos realidad? ¿Acaso no había caminos esperándonos que obviemos por la sola razón que no los conocemos?  El hacer el Camino era un reto necesario en mi vida…un reto que tendría que repetir una y otra vez.

                Si me apuras, diría que el Camino se asemeja a ser padre (salvo el hecho de que el Camino me supuso 6 días y mi vida paternal lleva a la fecha de hoy 4296).  Yo sabía de antemano que sería diferente, que sería duro, pero que sería gratificante.   Sabía que cambiaría mi vida para siempre.  Lo que no sabía era ni cómo ni de qué manera. Para eso, lo tienes que vivir personalmente.  Nadie lo puede hacer por ti.   

                Así que créeme, te estoy diciendo que sí puedes hacer el Camino.  Ya lo creo que sí.  Y no lo tienes que hacer por motivos ni religiosos, ni siquiera espirituales.  Lo puedes hacer por la razón que quieras, incluso por ninguna en absoluto, aunque aconsejo un objetivo o dos…eso es el profesor dentro de mí que sale en estos instantes.

                Te lo repito, puedes hacer el Camino.  Deberías hacer el Camino.  Por supuesto que sí.  No hay excusa.  Es una meta asequible.  Es literalmente tan fácil como, comprarte un palo de andar, una viera para colgar, y un pañuelo azul para ponerte (si quieres), salir por la puerta principal de tu casa y decir “Me voy.”

                Buen Camino.

                           – Para Mom & Dad

Flamenco dancing

You know whenever I want to make a fool of myself all I need to do is pretend to dance to a little flamenco music and watch my spectators barrel over in hysterics.  It never fails.  I stiffen my torso, raise my arms to my side and adopt a kind of serious expression to impose my masculinity on my partner, who I usually have to pick up off the floor a few seconds later because I have either accidently elbowed her in the eye or have caused her to break down into tears of laughter just at the sight of me.  

            But starting today, I guess I am going to have to treat the dance form with a degree of greater respect.  A UNESCO intergovernmental committee has declared the world-renowned dance from the Andalusian part of Spain to be a piece of intangible world heritage, which means it is our obligation to do our utmost to preserve it.  They seem to think it is in danger, and after watching a video or two of me at a wedding, you could see why they would come to that conclusion.  When I do a round or two of heel-clicking I all but butcher the essence of this art form, so quite possibly I may have to give it up all together or be thrown in jail…and I would like to be incarcerated for a number of things, but not for bad dancing.  

            Flamenco is the generic word for a whole slew of singing and dancing expressions and schemes, and it originated in the southern third of the country, though it has by far become one of Spain’s most universal symbols, for better or worse…and mostly for worse, since the dozen other regions of Spain have seen their cultural attributes truncated by the lively neighbor.  This is no time to get into the reasons behind that, but I will say that when flamenco is well done, it is truly captivating.  The best place to see it is in its homeland, though Madrid itself is well known for some fine spots.   It’s not just the music, or just the dancing.  It’s about the atmosphere too.  

            By the way, the other piece of culture to be honored was French cuisine, which makes me wonder if the “preservation” part means I can no longer throw out that wedge of brie no matter how long it has been rotting in my fridge.  Who knows, one day I might open the door and see it up and shouting “Olé” and dancing next to the lettuce.

            Congratulations Flamenco.  I promise to do you right the next time.  

O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 31

Javier se fue poco después.  Julia y los hijos le vinieron a buscar y devolverle a otro Camino particular que se llamaba la playa.  Se lo había pasado bien, pero tenía ganas de regresar. 

              Yo, por mi parte, no tenía muy claro lo que iba a hacer.  Mi idea original era volver a Lalín dejar mis cosas del Camino, hacer la maleta normal y volver a Madrid.  Pero había un problema inesperado, o totalmente esperado según lo veas.  Después del todo era uno de los fines de semanas con mayores desplazamientos de todo el año.  No había tren, más bien no quedaban billetes de tren hasta el martes.  Eso me dejaba con la posibilidad de coger un autocar, un auténtico coñazo, que, como último recurso, valía perfectamente, pero hasta que no quemara todos mis cartuchos iba a intentar evitarlos.  

                Aitor y Andrés iban a volver en coche, el de Andrés, pero había para mí un par de inconvenientes: Uno era que no pensaban salir hasta el día siguiente y el otro (y esto era aún más determinante), no tenían el coche de Andrés.  Estaba todavía a 60 kilómetros en un parking en Pontevedra.  O eso suponíamos.  Había que ir a por él.  

                 Sus planes originales eran ir a playa de La Lanzada, cerca de Sanxenxo y pasar el día allí, una propuesta que me apetecía cero.  La Lanzada es una playa mítica y misteriosa donde dicen que las aguas tienen poderes especiales.   Y no mienten.  Es que el agua está muy fría, pero que tan fría que basta con estar sumergido 10 minutos en ella para que acabes perdiendo la sensibilidad en la piel de por vida.  Sales pareciéndote a un pitufo.  Incluso los gallegos, que tienen la manía de decir el agua de sus playas “Está buenísima” cuando está a una temperatura que solo sirve para enfriar champán, reconocen que “bueno, en la Lanzada el agua es un poco más fresquita.”  Pero van.  Van y muchos.  En esas fechas podría estar a tope y no tenía cuerpo para tanto jaleo, así queles dije que volvía a Lalín. 

              Al final, Aitor y Andrés decidieron quedarse en Santiago todo el día e insistieron en que no abandonara la expeición cuando solo faltaba un día.  La verdad es que, hiciera lo que hiciese, no iba a llegar a Madrid hasta el día siguiente de todas formas, por tanto para que me iba a agobiar.  Además, podían llevarme en el coche más seguro de Europa.  Debudin. 

                Solo quedaba el asunto del coche y quién lo iba a recoger.  Los tres nos mirábamos como protagonistas en el triple duelo en El Bueno, El Malo y el Feo.   Por fin, hice una propuesta que nos venía bien a todos:   “Yo cogeré un tren hasta Pontevedra.  Cojo el coche, me lo llevo a Lalín, recojo mis cosas allí y vuelvo a Santiago.  Y así podremos salir mañana sin parar allí.”

                “Vale.”  Claro, esta respuesta la daban antes de que empezara la úlima frase. 

                “Pero tenemos que salir pronto.  A las nueve como muy tarde.”

                “De acuerdo.”

                  Trato hecho.  Bajé hasta la estación de tren.   Los buenos de RENFE tenían una oferta para peregrinos y billete me salió por algo así como 1.50€.   Consolaba saber que alguien te hiciera un favor de vez en cuando.   A los 15 minutos llegó el tren y salimos.  ¡Qué bonito es viajar en tren!  Me encanta hacerlo pero casi nunca lo hago, en parte porque viajo en coche.  Y como soy el único en casa que conduce, no puedo disfrutar de un viaje igual.  Pues esta vez sí.  Y además tuve la suerte de recorrer casi toda la ruta hasta Pontevedra.  Una gran parte del recorrido iba paralela al Camino, así que era una manera de rememorar los días anteriores.  Incluso me dio tiempo a escribir un poco.

              El coche estaba en buen estado cuando lo encontré al lado del albergue de Pontevedra.  De ahí fui por las carreteras nacionales hasta Lalín, donde me organicé un poco.  Me eché una buena ducha, me puse ropa limpia de verdad.  Luego una prima me dio una comida impresionante.  Vi la tele un poco, metí las cosas en la maleta y me preparaba para salir.    Les di las gracias por su inmensa generosidad y subí al coche.  Y volví. 

            Cuando me uní con Aitor y Andrés, estaban descansando.  Les conté todo lo que había hecho ese día y con mucho orgullo porque me había cundido el tiempo.  “Y que tengo la maleta, hemos ahorrado ese paso.  Ahora solo tenemos que hacer es dejar la mochila en Lalín por la mañana y ya está.”

            Andrés me miró confuso.  “No es por nada Brian pero ¿no crees que hubiera sido más eficaz llevarte la mochila esta tarde, ya que ibas allí?”

            Estruje mis labios.  “Puessssssss, sí. Habría sido mucho más sensato.  ¿Qué demonios estaría pensando?”

            “Es una buena pregunta.”

            Pues nada.  No todo me había salido tan perfecto ese día, pero más o menos algo había avanzado. De todas formas, nos pillaba de camino a Madrid, así que suponía una desvío de unos minutos.

              Hicimos un par de compras y luego cenamos en un restaurante prácticamente en frente de donde habíamos cenado la noche anterior.  Era otro clásico llamado Camilo, y nos pusieron un pescado al horno con patatas tan sabroso que pasará a la historia. 

             Después fuimos de copas otra vez, pero con mayor intención de cumplir con nuestras expectativas.  Los sitios pequeños de siempre seguían estando intransitables, por tanto recurrimos al bar de copas por excelencia en la zona antigua “El Retablo”.  Ahí había una mezcla rara de gente.  Algunos peregrinos como nosotros, algunos turistas, y un montón de despedidas de solteros…y solteras.  El grupo que más me llamó la atención a mí (y a todos los ya que lo pienso)era una panda de chicas que celebraba la futura boda de una amiga.  La novia llevaba en la cabeza una gorra con un pene erecto de gomaespuma pegado al visor.  De vez en cuando alguna de sus amigas realizó un acto lascivo con el juguete y las demás se partieron de risa.  A los hombres que estaban cerca les temblaban las piernas ante semejante show.  Claro, pensaba yo, todo esto ocurría a dos minutos andando de la catedral.  No cabía duda de que habíamos salido de un camino para entrar en otro bien distinto.

           A las cuatro de la mañana, con el agobio habitual en mí de estar mediamente humano para conducir al siguiente, dejé a mis compañeros en el bar y fui a la habitación del hotel.  Tendríamos que estar en pie a las ocho y no sería fácil.

Farewell Mr. Berlanga

Jeeze, just the other day as I was talking about death, someone had to go and die on me.  What a bummer.  It wasn’t my good friend Rafa…we all somehow survived his birthday party…but it was a dear friend all the same.  A dear friend I never got to know.  His name was Luis García Berlanga and he was my favorite Spanish filmmaker. In fact, he was one of my favorite directors of any country in the world.   He died on Saturday morning at the age of 88, after a long and always losing fight with Alzheimer’s.  

            Berlanga’s cinemegraphic trio (not trilogy) in the 50s and early 60s of Bienvenido Mr. Marshall (Welcome Mr. Marshall), Plácido y El Verdugo(The Executioner) are, in my opinion, among the greatest contributions to the history of  cinema.  Ever.  They constitute (thanks in great part to the inestimable help from the legendary screenwriter Rafael Azcona) some of the finest examples of satire of the 20th Century.  Even though they take place in Spain and are impregnated with innuendos about Spanish culture, their message and their conclusions, their portrayal of humanity and its behavior are universal.  And to think he had the guts to do those movies at the height of Franco’s dictatorship makes everything that much more astounding.  To this day, I cannot quite understand how he got away with it. 

              Bienvenido Mr. Marshall came out in 1953. I actually talked quite extensively on this film in my book on Spanish wine…which should give you an idea of just the kind of wine book it was.  Bienvenido Mr. Marshall is an iconic film in the history of this country.  It tells of a small rundown town in central Spain which learns that American diplomats are going to come and visit, and in order to make the place more in accordance with what they think the Americans would expect to find, they transform the place into a stereotypical village from Andalusia full of flamenco dancers and bullfighters.  Everyone in the town dreams of how their lives will change when the Americans finally come to rescue them from their misery.   There is so much about Spain in this film, so much about Spanish psyche, about human nature, human folly and its tragic consequences, that it never fails to impress me. 

              Plácido takes place in a provincial city where a charity is being held by a pressure-cooker company to raise money for the poor.  The hilarious and sickening message revolves around an event in which real poor people are being auctioned and paid for by rich people so that the indigents can enjoy a nice Christmas meal in a wealthy person’s home.  Plácido, the name of the main character, is a humble and only true selfish individual who is in the end the one who receives the least help.  Berlanga makes us laugh time and time again as he lands punch after punch at the covetous and superficial nature of man.  He masterfully weaves comedy with social criticism.  It is my favorite of his filmography and arguably the greatest comedy in the history of Spain. 

                Then came The Executioner which, despite its title, is actually a humorous movie…until it turns harsh.  A sweet elderly man is on the verge of retirement and worries that no one will be able to replace him as the public executioner.  His daughter marries an undertaker and the young man takes on the public post as official executioner in order to have a steady job and thus buy his family a new apartment.  He is wary of the job since he doesn’t want to execute anyone.  The father-in-law assures him that the chances of his performing his duties are remote since the authorities always call off the death sentence in the end.  The comedy becomes a tragedy when the poor man is tortured by the thought of his having to kill another man, and Berlanga deftly gives the executioner an appearance of the victim as the prison guards literally have to drag him into the room where he must carry out his orders.  You would think he was the one being executed.

               Every scene in these films is so cleverly packed with irony and venom that I never cease to be awed by his work.  And it just wasn’t the stories.  His directing was incredible.  The long scene in Plácido when one of the wealthy hostesses learns that her dying poor man is not married to his “wife” and insists that they marry before he passes away is sheer perfection.   It is a take that goes on for twenty minutes, with five different stories interweaving in the same room.  And the closing scene in the prison kitchen of The Executioner runs along the same lines. 

               Berlanga continued to make some memorable films throughout his career, but ironically, it was during the period when his freedom of expression was most limited that he produced, in my opinion, his most creative and timeless films. 

                 I recommend you discover Berlanga.  And if you know enough Spanish, I recommend you discover him in that language.  And if you know enough about Spain too, I recommend you discover him in that country. 

               One of cinema’s greatest legends is gone, and there is nothing we can do to prevent it.  But that doesn’t serve as any comfort.  I weep for thee Adonis! 

– Goodbye Mr. Berlanga.  Thanks for everything. 

O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 30

Al día siguiente nos levantamos antes de que ningún peregrino con una Compostela en la mano y una mente sana hubiera hecho.  Es así de fácil.  Pero queríamos llegar para dar el abrazo al santo y luego asistir a la misa del peregrino de las diez.  Llegué a cuestionar la decisión de levantarnos a una hora tan temeraria en un día supuestamente de descanso.  Pero allí, intervino de nuevo la influencia de Javier.  “Hay que dar un abrazo al Santo, leches.”  

             Para hacer el primero, teníamos que pasar por la puerta santa, que como puerta grande es sorprendentemente modesta.  Ni siquiera se encuentra el la fachada principal, sino detrás, casi a escondidas.  Un umbral humilde teniendo en cuenta su importancia en la historia.  Si no fuera por su fama, pasarías por delante de ella mil veces sin fijarte.  A la mañana del 14 de agosto, sin embargo, la cola que recorría la distancia hasta el hombro dorado de la imagen del apóstol empequeñeció la que vimos el día anterior cuando fuimos a por la Compostela; hasta tal punto que pensaba abandonar el plan totalmente.    

               Además, yo ya había pasado por la puerta ese año, con mi familia durante Semana Santa.  Es verdad que en aquella vez el único peregrinaje que había hecho era el paseo desde mi coche en el parking subterráneo de San Clemente a una distancia pobre de 300 metros.  Recuerdo que también se había pronosticado un maremoto de gente clamando entrada, pero también recuerdo que entramos sin espera alguna.  Era la suerte.  El azar. 

                Esta vez estábamos a mediados de agosto y pedir semejante fortuna era cómo casi provocar la bondad de Dios, pero por alguna razón yo contaba con menos personas. ¿Por qué? Pues porque soy imbécil y un iluso.  Ni más ni menos.  ¿Cómo no iba a haber mucha gente?   Muchos peregrinos llegarían esa misma mañana desde el albergue del Monte do Gozo a tan solo 5 kilómetros de Santiago y ¿Qué se hace en una ciudad a las ocho de la mañana cuando tu habitación no estará lista hasta las tres?   Pues eso.  Estos pobres no tenían más remedio que hacer cola toda la mañana mientras esperaban una cama normal a un precio anormal.   ¡Vaya existencia! 

               Me puse en la cola y a los pocos minutos llegaron los demás de la gastro.  Desde nuestra posición ni siquiera se veían las torres de la catedral.  Tener que echar Dios sabe cuánto tiempo en el aire fresquito matutino nos apetecía cero, pero en mi caso resultaba que la espera sería la parte más divertida.  La tortura de verdad llegó cuando la persona a mi espalda me escuchaba hablando con mis hijas por teléfono en inglés y, en cuanto terminé, me hizo una pregunta en mi lengua materna.  “Excuse me.  Do you know when the mass starts?”  me preguntó correctamente y con un acento más que aceptable en general.  Le contesté lo que sabía, que había una a las diez, otra más tarde a las doce, pero que si seguíamos así en la fila que ese horario sería válido para el día siguiente.  No hizo mucho caso a mi ironía estúpida, y le comprendo perfectamente, y enseguida pasó a la siguiente pregunta.  “Do you mind if I speak to you in English?”

               Yo soy profesor de idiomas y por tanto simpatizo con aquellos que quieren practicar su inglés.  Además tenía una Compostela con una indulgencia plenaria en mi bolsillo trasero, por tanto me sentía especialmente limpio, puro, impoluto y altruista.  Así que le dije que no tenía ningún problema y hay que fastidiarse con el tío.  Lo que empezó como una preguntitas inocuas se degeneró velozmente en una conversación entera y plena sobre sus experiencias en los Estados Unidos, que eran amplias, largas y especialmente aburridas.  Yo no tenía escape a no ser que le diera un infarto a uno de los dos o que yo le metiera mi dedo en su ojo, que durante unos minutos pintaba como muy probable. 

               Vale.  El hombre tenía buenas intenciones.  El hombre era simpático.  Pero era uno de esos simpáticos que se convierten en pesados a los que quieres estrangular a los diez minutos y aún me quedaban 40 de suplico auditivo.   Se veía que Dios me estaba poniendo a prueba hasta el ultimo puñatero minuto.  El Ser Supremo sabía tocarte las narices pero bien cuando estaba por la labor.  Además vi que su compañera femenina que le acompañaba se mantenía de espaldas, y deduzco que estaba encantada de que pudiera tomar un descanso a mi costa.  El hombre había hecho el Camino Francés, y yo me alegro mucho por él, porque de coincidir en el portugués, habría acabado muerto a manos de un peregrino yanqui desquiciado.       

                 Por un golpe de fortuna, conseguimos separarnos en la entrada y a partir de ahí no le volvía a ver.   Los de la gastro pasamos dentro, le dimos el abrazo al apóstol (sobraba el religioso vendiendo tarjetas de oración por un euro a un metro de la estatua), descendimos a la cripta a bajar la cabeza ante la tumba con los restos de quien fuera, y salimos del templo para volver a entrar y asisitir a misa, a la que llegamos justo a tiempo.  La misa no estuvo mal, pero sí pongo pega a la gran confluencia de personas que simplemente querían dar un paseo por el recinto en pleno servicio.  Creo que se puede hacer de otra manera.  Al terminar, fuimos corriendo al ala lateral para tener mejor vista del botafumeiro (hace años lo llamé “butifarra”). 

               Después de misa, salí con la Compostela en la mano y anuncié que por fin la indulgencia se había cumplido, pero era Aitor quien señaló que no tenía razón, que aún faltaba una prueba: la confesión. 

                “¿Qué dices hombre?”

                “Claro.  Mira.  Lo pone en la credencial en la parte de atrás.”

                “Pero qué me dices?” Repetí.  Era imposible.  Rapidemente extraje el documento y leí con detenimiento todo lo que ponía en la última página.  ¡Hostias!  Era verdad.  Hay que ser imbécil.  Mira si no tenía tiempo para leer los detalles del credencial durante estos días de viaje.  Es decir, además de caminar más de 100 kilómetros, soportar una cola para conseguir mi Compostela, tragarme otra cola para abrazar al Santiago, asistir a la santa misa, también tenía que revelar mi lado más oscuro a un completo extraño.  Si no, nada. 

                Vamos, más propia de la iglesia imposible.  ¿No había hecho un buen trabajo hasta entonces?   Había prometido soltar lo justo de tacos, no beber nada de whiskey bourbon, hablar con mujeres sin intenciones lascivas, ser en general un tío legal y enrollado, y no matar  porrazos a personas insoportables que te hablan sin parar. Y había pedido perdón por dentro muchas veces.  ¿Qué más se puede pedir?  ¿Acaso el Camino nunca llega a estar satisfecho? 

                Pues nada.  Como señal de rebeldía, indignación y dignidad todo junto…me dije que ya estaba bien.  Me negué a ir, sabiendo que según las normas, tenía un plazo de 15 días para cumplir.  Un poco como esos 10 minutos que te dan para salir del parking después de pagar. 

Birthdays

This evening I’m going out to the center of town to my dear friend Rafa’s birthday party. Rafa is one of those friends who are so dear to me that I know I will cry when they die.  I think that is an important sign.  And there are many people in my life I feel that way about.  I never tell anyone because they might not find the remark as moving as I do.  But that is how I feel.  I just hope I die before they do so I don’t have to endure such grief, which is why I wish them “many more” on their birthday!  For both of our sake!

            Anyway, I am going into the La Latina section to a restaurant where he is throwing the party.  You see, if there is one thing that distinguishes Spain from the America in a general sense it is how birthdays are celebrated.  In fact, it is who does the celebrating.  Ironically, if you want do something for that special day of yours, normally it is you who has do something special, not the others.  This is a marked departure from back in the States where your buddies drag you out and buy you drinks until you barf, which is what any true friend does.  

            The Spanish have a particular fondness for treating others on their birthday.  At first I was culturally hindered by this approach because it sounded awkward to tell others it was the anniversary of my birth, let alone add “let’s go out and celebrate me.”  But two factors come into play here: the Spanish have a liking for treating people for any occasion, even when there is no occasion at all.  I think it’s their reason of saying, “Let’s be together and enjoy life.”  The other is that the Spanish just love going out, and if someone else is flipping the bill…heck, all the better.  That’s universal, come to think of it.

            So, I’m off and running…which heavily explains the brevity of this post!  See you tomorrow!  Happy birthday Rafa!