O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 25

Las beatas se vinieron con nosotros a comer y a conocer los famosos pimientos de Padrón, que por lo general, estaban muy dóciles.  A ellas les gustaron pero sin más entusiasmo, cosa que entiendo perfectamente, porque vamos, no dejan de ser unas verduras asadas.  Después hicimos una tarde de turismo por la iglesia de Santa María en Iria Flavia y guardamos unos minutos de silencioso al lado de la tumba de Cela, y paseamos un poco por el centro del pueblo.  Padrón no es muy grande pero es bonito y merece la pena visitar.  

          Sobre  las ocho, fuimos a misa.  Yo, en particular, con la noticia de mi madre, tenía buenos motivos para dar gracias a Dios por todo.  Había dos, pero a horas distintas.  Yo prefería una hora más temprana, así que repartimos las iglesias.  Aitor y yo elegimos la misa que empezaba antes, en el Convento del Virgen del Carmen allí arriba al otro lado del río.  La iglesia era muy grande.  La congregación no.  Quizá  fuéramos 10 en total.  Una representación algo triste y frío  para un lugar tan espacioso.  Más inhóspito aún fue cuando salimos fuera y sentimos el viento cortante travesar nuestra ropa…y luego piel.  “¡Vaya tiempo más duro para el medio de agosto!”  comenté con los ojos cerrados.  “Imagínate como sería esto en enero.”

          Bajamos y fuimos a tomar una cerveza mientras esperábamos a Andrés y Javier, que estaba en la otra misa en la iglesia del peregrino.  Allí está la piedra grande de donde se supone que viene el nombre del pueblo Padrón (pedrón).  De ahí, fuimos a cenar en una pulpería donde hicimos otro tipo de homenaje.   Tres platos de pulpo delicioso.  Lo engullamos temerosos de que no volveríamos a comer semejante manjar. 

          Pero un hombre no se puede vivir solo de cefalópodos así que, aparte de Paul y su familia, atacamos dos tortillas de patatas, una ensalada (al terminar el peregrinaje iríamos a la playa y teníamos que pensar en la cintura), croquetas, dos de pimientos, 2 kilos de chupetón, medio campo de patatas y seis botellas de vino.  Dos de blanco servido en esas jarras de cerámica y dos de mencía sin etiqueta. Y creo que algo de agua también.  Para rematar, un poco de postre, y chupito de licor de café y un paseíto lleno de risas y algo desequilibrante hasta el hostal.  Después de semejante festón, era un milagro que consiguiéramos entrar, por no hablar de salir al día siguiente.  Gracias al cursillo de esa mañana, sabíamos cómo responder…

           …Para nuestro último día en el Camino, el día que llegaríamos por fin a Santiago de Compostela, tenía que haber saltado de la cama ágilmente como un niño de diez años en la mañana de Navidad.  En vez de eso, sentí como si los 250.000 peregrinos del Xacobeo hubieron hecho una genuflexión sobre mi cabeza.  Nos habíamos pasado la noche anterior, tanto pulpo no puede ser tan bueno para ti, y andaba un poco lento con más o menos todo.  Javier estaba de pie con bastante más energía que yo.  ¿Cómo lo hacía?  Estaba hacienda la maleta con una eficacia impresionante.  Empaquetaba, doblaba, metía, colocaba.  Parecía un servicio de mensajería.   Luego se preparaba fisicamente con buenos estiramientos como si fuera un partido.  Era un poco como viajar con Spiderman.  I me arrastraba por aquí y por allá y decía cosas sin mucho sentido.   Luego me organicé las cosas y hice la maleta con la delicadeza de una grúa.  Después de días de maltrato el interior empezaba a parecerse a un cubo de basura. “¡Ya está!” dije mientras daba un  toquecito en la parte superior de la mochila.  

           “¿Estás listo?” Me preguntó Javier.   

            “Tranquilo.  No tenemos prisa.” 

            Básicamente, esto era verdad.  Habíamos hablado de llegar a Santiago para la misa del peregrino a las 12.30 en la catedral, pero había solo un obstáculo serio:  Era imposible.  Ni de coña.  Aun andando a un paso rápido de 5 kph significaría casi cinco horas reales de camino, sin parar, sin parar mucho tiempo.  No iba a pasar y lo sabíamos.  Aún así, queríamos intentarlo si solo para decir que lo habíamos intentado  como consecuencia fijamos un objetivo inalcanzable, como un concierto de reunión de los Beatles o el fin de los cafés falsos.  El Camino es raro en ese sentido. 

          Además de eso, nuestros cuerpos estaban notablemente más cansados.  Por un lado me sentía más fuerte, pero por el otro, después de 90 kilómetros, algunas piezas del motor empezaban a fallar.  Así que, eso, junto con la juerga de la noche anterior, se tradujo en un doble dosis de ibuprofeno para ese día.  Subí la cantidad a 1.200mgs, sumergí la cara en agua fresca, me puse la mochila, salí por la puerta, tuve que volver porque había dejado mi palo en el rincón de la habitación, y di pasos pesados por la escalera hacia fuera para empezar el día.   

           Os sacaré del suspense y os dire que logramos abrir la puerta sin niguna dificultad.  El dueño habría estado orgulloso de nosotros.  Esperamos unos minutos tomando fruta mientras esperamos que bajaran Andrés y Aitor y disfrutamos del aire fresquito.  El más frío de toda la semana.  Un día perfecto para caminar…

            …El último día se parecía por fin a una etapa más bien propia del Camino: unos 25kms.   No es que fuera como los 35 que hice con Aitor el día anterior y me dejara andando como Frankenstein, pero un reto sí iba a ser.  Así me gusta.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *