O Camiño: Diario de un Peregrino sin Rumbo 28

No habíamos terminado aún.  Ni de coña.  Ni siquiera teníamos tiempo a abrazarnos, saltar alto y gritar fuerte, empaparnos de champán, ni besar a la peregrina sexy más a mano.  Tendríamos tiempo para eso más adelante.  Había que seguir con nuestro deber.  No se te concedía una indulgencia plenaria solo por entrar en la ciudad con pinta de indigente.  Se tenía que ganárselo.  ¡Ay de nosotros!  La Iglesia podía ser tan implacable cuando quería.  Quedaban un par de pruebas más, entre las cuales estaba la más dura de todas: Conseguir la Compostela.  Si querías un indulto total y tu nombre en Latín en un papel, no te quedaba otra que hacer cola y aguantar.  Y esperar.  Y esperar más.  Por lo que me habían contado la  experiencia era suficientemente desoladora para dejar aturdido a Kafka.

              Tras realizar una misión de reconocimiento, nos enteramos de que la espera en la cola podía llegar hasta tres horas, por lo cual nos parecía lógico quitarlo de en medio cuanto antes.  Pero primero, hacía falta un poco de organización.  Llevamos nuestras cosas al Hotel Barbantes, en la Plaza de la Fonseca.  Era el tipo de alojamiento que enamoraría a cualquier norteamericano en búsqueda de la esencia de la ciudad medieval europea.  Estábamos en la quinta planta sin ascensor, lo cual fue nada bien recibido por parte de nuestros muslos.  Era el tipo de esfuerzo físico añadido que no sentaba bien al cuerpo, pero así eran las cosas.  ¿Qué le íbamos a hacer?                

              Después de ponernos las botas como hicimos la noche anterior y con otra cena abundante esa noche en el horizonte, optamos por un almuerzo ligero para mantener la figura.   Compramos un poco de queso, empanada y vino en unas tiendas y subimos todo a las habitaciones.   La comida no hizo más que darme mucho sueño así que me tumbé en la cama para consultar con la almohada mis planes para la tarde.  A poco tiempo decidí que no era necesario hacer nada el resto del día, por no decir el resto de mi vida.  Estaba muy bien donde estaba, gracias.

                Y así de feliz habría seguido todo el día de no ser por Javier, que ya contaba con unas ochos Compostelas en su haber.  Él se encargó de que no se me pasara la oportunidad.  Después de concederme 25 minutos de sueño de ensueño, se puso a movilizarme.  Le hice un par de corte de mangas con los ojos cerrados para expresar mi desacuerdo con sus esfuerzos, pero finalmente me levanté.  Le gruñí un par de palabras pocas cariñosas e incluso sugerí que practicara un acto sexual físicamente inimaginable sobre sí mismo, y luego le recordé que me iba a ir no porque él me estaba obligando, sino porque… “Me apetece.”  ¡Toma ya!  ¡Qué duro soy!    

                Ahora bien, si quieres saber mi opinión, creo que quien fuera que organizara el Año Xacobeo tenía más que suficiente tiempo para prever los posibles obstáculos que se esperaban para este año y para saber agilizar (y a eso voy) algunos aspectos del peregrinaje, como puede ser la recogida de la Compostela.  Una cifra orientativa de 250.000 personas ya les podía decir que una auténtica invasión se les venía encima.  O bien hacían algo o bien se iban a encontrar con un problema serio.  ¿Por qué no se hizo nada para resolver las necesidades de semejantes números me supera?  El lugar para recoger la Compostela estaba exactamente en el mismo sitio que el año anterior cuando acompañé a Aitor.  Lo que pasa es que esa vez era abril de un año normal y, aún así, a las ocho de la mañana había una espera notable.  Esta vez, como es lógico, el tema iba a ser mucho peor.   Sin embargo, no se hizo casi nada substancial para evitar este colapso previsible.  Vamos, prácticamente nada.  No puede ser.  Nosotros peregrinos habíamos hecho ya un esfuerzo mayor para llegar a ese punto, ¿es mucho pedir que se intente facilitarnos esa labor?  Por lo visto, sí.     

             Llegamos a las 17.30 y no terminamos hasta pasado las ocho.    Y lo increíble era que no éramos tantos si lo piensas.  Quizá 150 personas.  No creo que hiciera falta muchas horas de brainstorming para encontrar una vía más eficaz.   

             Como la misma muerte en la vida, hay cosas que llegan tarde o temprano y por fin alcanzamos la puerta principal.  Una vez dentro, la demora persiste.  Aún tienes que subir las escaleras poco a poco y leer el romance del peregrino en la pared 75 veces porque no tienes otra cosa que hacer.  La entrada a la oficina, como era de esperar, era la más estrecha de todas y pasamos embutidos y un tanto molestos. 

              Dentro media docena de trabajadores te reciben con eficacia.  No os creáis que te den una abrazo y te digan “enhorabuena”.  Primero tienen que averiguar si eres de fiar.  Te hacen todo tipo de preguntas para saber si realmente has hecho el Camino y una vez convencidos proceden a la gestión del documento.  La que me atendió a mí fue simpática.   Y le gusto que le hablara en gallego.  Unos minutos después me entregó en mano una hoja escrita en latín.  El problema era que con el latín entiendo casi todas las palabras, pero cuando las junto carecen de sentido.  De todas formas, esto es lo que ponía:

CAPITULUM hujus Almae Beati Apostolicae et Metropolitanae Ecclesiae Compostellanae sigilii Altaris Beati Jacobi Apostoli custus, ut amnibus Fidelibus et Peregrinis ex toto terrarum Orbe, devotionis affectu vel voti causa, ad limina Apostoli Nostri Hispaniarum Patroni ac Tutelaris SANCTI JACOBI convirnirntibus, autheticas visitationis litteras expidiat, omnibus et singulis praesentes inspecturis, notum facit: Donum Brennum (Ese soy yo en latín) Richardum Murdock hoc sacratissimum Templum pietatis causa devote visitasse.  In quorum fidem praesentes litteras, sigillo ejusdem Sanctae Ecclesiae munitas, ei confero.    Datum Compostellae die 13 mensis Augusti anno Dni 2010.  Annus Sanctus

       ¡A que mola!

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