Condujimos hacia el este con el sol en nuestras caras. Un poco después de Villarejo de Salvanés, abajo a la altura de a ver si me acuerdo del nombre del pueblo, Fuentidueña del Tajo, eso es, avistamos un atasco a lo lejos y aunque parecía ser un parada breve de poco más de un kilómetro, Javier tenía claro que no le apetecía ir por allí, que conocía un camino alternativo, que conocía un camino que conocía y que sabía que conociéndome me iba a gustar.
“Vale. Adelante.”
En realidad lo que quería hacer era llevarme a una finca suya, una finca donde nunca había estado, una finca que su padre había comprado y que le había enseñado poco antes de fallecer. En ese sentido, era un sitio con mucho sentimiento para él. Para llegar hasta allí tuvimos que meternos por caminos donde pocos van, por donde pocos pueden, por donde me gusta ir. Con su 4×4 embestimos charcos grandes de barro en el nádir de cuestas y resbalábamos alegremente en la subida hasta agarrar tierra más firme y seguir. Giramos a la izquierda y luego a la derecha y para aquí y para allá y alrededor. De repente llegamos a una bajada donde el camino quedo cortada por una valla y fue allí donde Javi paró el coche y dijo, “Ya hemos llegado. A partir de aquí se va a pie.”
Sonaba a un inicio de una larga caminata por el centro de ningún sitio pero fue en realidad un corto paseo hasta la finca. El Monte Trueque; una colina de modesta estatura pero capaz de superar la mayor parte de la plana Mancha. Allí nos encontramos con un campo recién plantado con cebada. Las agujas verdes se levantaban hacia el cielo. El campo formaba una lengua enorme de cereales jóvenes que descendía hacia un punto en que la tierra se precipitaba hacia otro campo sembrado que, a su vez, seguía hasta quedar cortado por un río que se había acercado directo a nosotros a la derecha y luego girado bruscamente hacia el oeste (más o menos) para abandonar nuestra vista a la izquierda.
“Es el Tajo.”
“¿Cómo va a ser el Tajo? El Tajo es enorme. Un río que recorre cientos de kilómetros. En Lisboa parece un mar.”
“Es el Tajo.”
Lo era. ¡Qué hermosura! ¡Qué delicadeza! Un río joven e inocente. Los ríos no tienen edad fija. Siempre están naciendo y muriendo a la vez. Yo, lo que estaba viendo, era un año, un mes, un día y una hora en concreto.
A las niñas les encantaría esto.
Volvimos al coche y seguimos hasta Tarrancón donde paramos en la cooperativa para comprar un poco de carne. Pillamos unos entrecots de un grosor de tres dedos. Más de tres kilos en total. Y de ahí seguimos hasta la bodega de su tío, que está siendo una de las empresas vinícolas de más éxito de La Mancha. Se llama Finca La Estacada y la conocí cuando apenas era más que un bebé. Javier fue a hablar con su tío y yo aproveché para hacer un reconocimiento de la propiedad. Ahora han construido un balneario y un hotel con restaurante y, hay que decirlo, todo me pareció impresionante. Daban ganas de pasar el fin de semana allí. Pueden resultar tremendamente frustrante momentos así. Pero saber que existen y que siempre se puede volver consuela…aun sabiendo que lo mismo no vuelves en tu vida.