Cogimos una pista de tierra para adentranos en el campo. Hacía un día espléndido. El sol encendía los colores manchegos por todas partes. El verde de las encinas y los olivos, el marrón de la vides, la naranja del suelo arcilloso. Era la época de la poda. Había sectiones con las cepas ya bien rapadas y formalitas, listas para el nuevo ciclo, mientras otras aún con el pelo bien largo y salvaje. Cerca de la finca paramos y recogimos un buen manojo de ramas cortadas que usaríamos para encender la chiminea. Las metimos detrás y seguimos hasta la casa. Digo casa en el sentido amplio, porque no cabe duda que la estructura es grande, pero la mayor parte constituye una nave para guardar maquinaría, herramientas y comida. Es un lugar para visitar, para pasar el día, pero no para vivir, por lo menos por ahora, y no porque no tenga una belleza impresionante y unas posibilidades envidiables, sino porque no está condicionada. Algún día, si Dios y los hermanos lo quieren.
Aparcamos y como ya eran pasadas las dos, nos pusimos enseguida con el fuego cuyo único objetivo sería servir de brasa para nuestros hermosos entrecots. Nos costó encenderlo. Los sarmientos estaban algo verdes aún al estar recién cortados y había recurrir a otros objectos más secos para animarlo. Por fin lo conseguimos sin prender fuego a la casa y pronto las brasas empezaban a aparecer. Mientras tanto abrimos una cerveza, la tomamos con las patatas y el queso mientras preparábamos una mesa de lo más curiosa. Cogíamos una mesa de plástico de esas del tipo terraza de verano y un par de sillas de madera de época y llevamos todo afuera a tres metros de un campo arado. Sacamos el corcho de un tinto de tempranillo llamado Gran Fontal Vendimia Seleccionada (es de otra bodega de otro tío suyo) y la colocamos encima para cumplimentar la escena surrealista. Solo faltaba una casco de bombero, una foca aplaudiendo y una foto de cartón tamaño real de Otto von Bismark para rematar.
Nos sentamos y empezamos la comida. No podía ser más elemental: un entrecot, un queso, pan y vino, delicioso por cierto. No se podía pedir más. Hay cosas en Europa que no tenemos allí por mucho que lo queramos…si es que lo queremos. Europa tiene historia, tiene calzadas romanas, tiene castillos y ciudades medievales, tiene catedrales y palacios con inmensos jardines. Tiene todo eso, lo sabemos. Pero no me refiero a eso. No me refiero a algo tan evidente. Me refiero a la capacidad de recoger y utilizar herramientas básicas, elementos simples, instrumentos rudimentarios, ingredientes de materia prima y convertir todo en un momento tranquilo, sumamente humano pero sin dejar un toque de elegancia.
Bajo un sol de febrero cálido y amigable entablamos una buena charla entre colegas, disfrutando de una sensación que solo el campo te aporta.