No sé qué hacíais en Semana Santa pero entre otras cosas disfruté de poder regresar al hospital donde hace poco pastaban vacas para realizar unas pruebas preoperatorias. La verdad es cuando se llega a utilizar esos términos, la cosa suena seria, como diciendo que ya no se puede dar marcha atrás. Y es así.
Como estábamos en vacaciones y tenía tiempo, cogí el transporte público para llegar. Pensé que iba a tardar días en llegar a ese barrio limítrofe, pero luego uno se da cuenta de que la primera cosa en qué piensan las mentes pensantes del desarrollo urbano es en cómo pueden los futuros residentes viajar hasta allí, y hay que decir que no lo han hecho mal.
Iba con cierto apuro porque como la primera prueba era una análisis de sangre tenía que ir en ayunas, con lo cual no podía hacer nada de lo que suele hacer que la vida de esta ciudad sea lo que es. Tenía que vivir como un monje. Pero un monje de verdad, siguiendo las normas de un monje de verdad. Y así llegué limpito y libre de todo mal.
Se puede decir lo que se quiera sobre los servicios, pero ya desde hace mucho tiempo las cosas han mejorado en casi todos los sectores. Los días de Vuelva Usted Mañana han ido despareciendo. ¡Coño! Que hemos ganado el mundial, ¿Acaso creéis que fue una casualidad? Estamos en la nueva España. Pues eso. El hospital estaba listo para recibirme y así se hizo sin ninguna demora. A las 8.15 la enfermera ya estaba sacando un tubo el tamaño de una barrica y armándolo con una especie de bayoneta.
“¿Eso lo vas a meter en mi brazo?”
“Claro.”
“Pero es no cabe. ¿Tanta sangre se necesita? ¿No basta con un pinchazo en los dedos?”
“No va a ser para tanto.”
“Vale, pero primero deja que haga una llamada a mi familia antes.”
Salí cinco minutos sintiéndome violado por una panda de vampiros pero seguía con vida. Tocaba el desayuno.