Tocaba el desayuno…pero aún no. Cometí el error de preguntar sobre si podía hacer la ecografía, mi primera por cierto, ese mismo día en vez del día siguiente como estaba previsto. Contaba con que en vacaciones habría más hueco. Pues no señor. Es justo cuando todos piensan como yo. La recepcionista me dijo que ni de churro iba a poder cambiarlo pero que sí quería hacer el electrocardiograma antes de desayunar que por ella no había problema. Claro, que ella no trabajaba en esa zona, ¿Cómo le iba a parecer? Pues le hice caso y efectivamente encontré la oficina despejada, expuse me caso y la chica me dio muchas explicaciones sobre lo que tenía que hacer antes de conectarme al sistema de mediciones. En resumen era: espérese aquí hasta que salga el otro paciente…pero no sé si era por si forma circunspecta de explicarse o mi falta de una buena dosis de cafeína pero me encontraba incapaz de entender ni una palabra. Pero ni una. Dije que vale y fui directo a la puerta donde estaba el otro.
“¡No!” Luego volvió a indicarme lo que tenía que hacer y asentí la cabeza una vez, y volví a dirigirme hacia la puerta….que es fue cuando ella decidió que estaba hablando con bien un extranjero con un nivel de español muy bajo o con un imbécil total. Como la forma de hablar con personas de esas categorías es la misma no pude discernir a cual de las dos pertenecía yo.
Me lo volvió a decir y esta vez entendí lo que pedía de mí, y le pedí perdón añadiendo que estaba un poco espeso esa mañana.
Pronto salió el otro paciente y entré. Me quité la camisa y me tumbé mientras la enfermera pegó numeroso cables a mi torso, justo como en las películas. Me dijo que ya estaba todo listo y que volvería dentro de unos minutos. Yo me imaginaba que era importante mantenerme lo más tranquilo posible para dar una impresión de estabilidad coronaria y así lo hacía hasta que recibí una llamada al móvil, que me sorprendió porque no me la esperaba. Me dio un pequeño salto y cogí el aparato. Era mi amigo Aitor llamando desde Asturias y preguntando cómo iba todo.
“Bien. ¿Y tú?”
“Pues estamos tumbados tranquilos y pronto vamos a la playa. ¿Y tú?”
“También estoy tumbado, pero en la consulta. Parezco un robot.” Y le conté lo que estaba pasando. Él también me puso al día sobre sus vacaciones que, entre otras cosas, destacaban por su amplia oferta gastronómica. ¡Dios! El hombre no se saltó ningún detalle, y con el hambre que tenía le tenía que cortar diciendo que no podría seguir hablando hasta más tarde.
Colgué y pocos minutos después, entró la enfermera para desconectarme. Me vestí y me dio la hoja con los resultados. Estaba todo normal hasta la mitad cuando hubo una especie de seísmo seguido por una línea plana. Señalé con el dado y dije: “Mira…el primero fue la llamada y el segundo el chuletón que comió me amigo Aitor en Asturias.” Naturalmente, ella no entendía nada.