Bueno, hay esperanza para mi hernia. Me hicieron un ecografía el otro día y todo estaba confirmado…otra vez. Así de fácil. O no tanto. La doctora tuvo grandes problemas para localizarla. Hay que decir que resulta frustrante y algo humillante que una mujer meta una camera en tus gayumbos y diga, “Es que no la en ninguna parte. ¿Le importaría ponerse de pie?” Pero así fue, más o menos. Gruñí un poco y le hice caso. Una vez levantado, me seguía manoseando hasta dar con el objetivo y dijo por fin, “Ahí está. Por fin. Es pequeñita.” Cerré los ojos con vergüenza. Porque, vamos, “pequeña” era una cosa, pero “pequeñita”, no sé yo.
“Pero eso es una buena noticia.” Añadió. “Suba la ropa.”
El cirujano volvió después de una baja de paternidad. Era su segundo. Me puse cara seria. Llega a ser su primero y me habría parecido mejor porque con dos padres y un bebé, aún juegas con ventaja. Cualquiera que haya tenido un segundo hijo sabe perfectamente que es precisamente esa pequeña novedad la que complica toda la vida y que hace que ser padre deje de ser algo agradable y ameno. El sueño, o más bien falta de el, se convierte en un factor importante. Bromeamos sobre lo duro que era tener que afrontar el nuevo reto y mientras tanto no dejé de observar la gravedad de sus ojeras. Gracias a Dios, parecía estar bien descansado.
El hombre echo un vistazo rápido a mi informe pre-operatorio, un poco demasiado rápido para mi gusto, y dijo que todo estaba bien. Se notaba que no se había fijado en mi salto de corazón cuando mi amigo Aitor me habló de su chuletón en Asturias, pero bueno, seguía fiándome. Luego me habó de los posibles riesgos pero ninguno me parecía especialmente amenazador. Bueno, supongo que siempre cabe la posibilidad de morir en la mesa operatoria; pero dando por supuesto que eso no va a pasar, ni que vaya a sucumbir a los efectos de la anestesia y despertarme diciendo “¡Visca Barça!” Cualquier revés parece poco serio.