Desde hace más de 200 años, los padres fundadores de mi país dejaron claro que había unos derechos inalienables que a todo el mundo le correspondían. Sí hombre. Os recuerdo que en esa época lo que se entendía por “todo el mundo” era un hombre blanco, mayor de edad y propietario de terreno. Me alegro de decir que hubiera cumplido con los requisitos, ya que soy dueño de media plaza de parking, pero me alegro doblemente que hoy en día hayamos llegado a incluir a todo el mundo de verdad, o por lo menos en teoría.
Estos derechos son los siguientes: La vida, La libertad y la Búsqueda de la Felicidad. Yo había conseguido sobrevivir una operación, de modo que podía estar tranquilo en ese apartado; No podía decir que me sentía completamente libre al estar limitado de movimiento pero sabía que era algo temporal. Pero el último asunto, sin embargo, fue algo más complicado porque la felicidad en esos momentos significaba el derecho de ver el Torneo de Roland Garros sin impedimentos y sin tener que pagar por ello.
Dado la calidad de la habitación me resultaba algo bastante sorprendente ver que algo tan básico como ver la televisión me fuera a costar dinero. Eso explicaba la ausencia de un mando. Se encontraba abajo en la recepción en una caja fuerte bajo llave y vigilado por dos mastifs.
Para recuperarlo, tenías que pasear hasta allí, soltar unos 50 euros por el mando (más dos chuletones para los perros), de los cuales solo 40 serían devueltos. Ahora bien, lo mismo soy yo, pero siempre tenía la impresión de que en el año 2011 existía algunos servicios básicos en el Mundo Occidental que no se cobraba y entre ellos se encontraba la tele…joder. Normal. Seamos sinceros. ¿Quién cobra por ver le tele estos días? Si hubiera sido un hospital público, aún bien, pero ¿en un privado? ¿Y cómo justifican eso de 10 euros? ¿No se podría insertar ese lujo en el coste general de la habitación?
Y qué me decís del depósito de 40 euros? Será que el robo de los mandos es algo frecuente en estos lugares, porque si no, no me explico. Yo protesté…y protesté mucho. Hice todo tipo de manifiesto a favor de la revolución proletaria. Prometía que cuando salía iba a quemar algún contenedor o algo así para aliviar mi frustración. Pero, en cuanto se encendió la tele y la tierra batida naranja cubrió la pantalla, me relajé y sonreí como un tonto. Mi lado rebelde se apacigua tan fácilmente lamento decirlo.