Me desperté pronto principalmente porque se me había olvidado quitar la alarma de mi despertador en mi móvil. Eran las 6.15, pero aun así me encontraba bastante descansado. Me alegré de haber pasado la noche sin tener que tomar esa pastilla para dormir que la enfermera me había dejado en la mesilla de al lado de la cama. Tenía la intención de probarla si solo para experimentar un poco, ya que me estaban dando una fiesta de drogas ese día, pero me quedé dormido. Supongo que eso era una buena señal. Aún así, decidí que me la guardaría y me la tomaría en plan recreacional en un momento en el futuro. Mientras tanto, miraba por la ventana grande y observaba una brizna blanca sobre el horizonte con una corona naranja, lo cuales anunciaban la llegada del día. Había un ronroneo suave del aire acondicionado. Me sentía como si fuera dentro de un Airbus y un Hilton a la vez.
A los pocos minutos la puerta se abrió y la enfermera apareció para preguntar cómo iba. Me estaba acostumbrando a las entradas a todas horas. Las enfermeras eran simpáticas y atentas pero sin exagerar. Y cuando no sabían de mí durante un rato, metían la cabeza y preguntaban si estaba bien. La verdad es que ha sido un servicio impecable.
La única vez que lo pasé mal fue el día anterior cuando querían que orinara para eliminar los restos de la anestesia, una procedimiento fundamental después de una operación. Por lo visto te puede matar o algo por el estilo. No lo sabía. Tantas ganas tenía la enfermera jefa que me metía todo tipo de presión que acababa con un “si no haces pis, vamos a tener que meter una sonda.” ¡Dios! Nunca he pasado por una cosa así, pero no tengo ninguna duda de que duela mucho mucho. Pues no sabes la cantidad de agua que bebí en esa hora para asegurar que se eliminara todos los elementos tóxicos. Y lo conseguí. Os podéis tranquilizar.
Pero la mayor parte del tiempo venían a hacer un tipo de cambio con la bolsa para el goteo intravenoso. Ellos metían un líquido de algún tipo o me inyectan con alguna sustancia. Casi nunca me contaban lo que estaban haciendo pero reconozco que tampoco preguntaba aunque es verdad que me cortaba porque creía que iban a pensar que dudaba de lo que estaban haciendo conmigo. Siempre sonría y les daba las gracias. Sería una víctima perfecta para los fanáticos de la eutanasia. Una especie de paciente modélico.
Pero esa mañana, como tenía poco que hacer ya que no había empezado el tenis todavía, decidí tomar el tiempo para investigar un poco sobre lo que estaba goteando dentro de mis venas. Me puse las gafas y leí lo que ponía en la bolsa. Había poca información práctica salvo las letras NaCl 0,9.
Ahora bien, nunca estudié la química porque pensaban mis profesores que era demasiado tonto para entenderlo (les doy la razón), pero a lo largo de los años y gracias a los crucigramas, he llegado a saber que Na representa el sodio y Cl el cloruro. Hmm. El cloruro de sodio. ¿Acaso no era lo que los Nazis utilizaban para envenenar a sus víctimas? ¿Estaba yo, pensé durante unos segundos, siendo testigo de mi última salida del sol con vistas de las azoteas de Madrid Sanchinarro?
En realidad el compuesto NaCl forma la sal corriente, y el líquido era suero. Seguro que lo sabías todos vosotros, de modo que ya entendéis porque no estudiaba la química. Os adjunto una imagen de cloruro de sodio para que veais mi preocupación:
Y todo directo a mi vena con un montón de agua. Lo administraban para que no me quedara sin fuerzas. Yo apreciaba el detalle pero no me era suficiente para mi estómago que ya estaba empezando a pedir más. Las drogas me estaban pidiendo guarrerías…tenía lo que llamamos en inglés…los “munchies”.
Veréis. Una de las únicas razones por las que yo dejaba que alguien se acercase a mi ingle con un cuchillo era el beneficio a corto plazo de un desayuno en la cama. Yo sabía que no iba a ser uno de esos grandiosos manjares impregnados de grasa a lo inglés, pero solo la idea de ver a una mujer joven en uniforme de enfermera acercarse con una bandeja de comida en las manos mientras estaba tumbado era una visión celestial. Me hacía la boca agua. Hasta que llegó el desayuno. Vamos fue algo menos que me esperaba. Bastante menos. Un descafeinado con leche y una magdalena. Vaya por Dios. Intento no quejarme, pero me había hecho la idea de que fuera a ser otra cosa. ¿Y qué pasaba con la cafeína? ¿Llevaban dos días hinchándome de drogas y me privan de esa sustancia por mi bien? Lo que es peor, la enfermera se llevó mi pastilla recreacional antes de que pudiera esconderla. Mierda. No se me da nada bien ser drogata.