Mi Hernia vuelve a casa

A las 8.30 de la mañana ya tenía ganas de irme a casa.  Lo único que necesitaba era la luz verde del médico, lo cual no resultaba fácil. 

         Los médicos son entre las personas más trabajadoras que yo conozco a pesar de la reputación que tienen en algunas partes de pasar las tardes en los campos de golf.  Los que conozco yo pasan la mitad de su vida en el hospital.  Lo malo es que es imposible co9nseguir que pasen por tu habitación. 

        Tuve un par de visitas agradables de las enfermermas eso sí (suena sospechoso todo aquello, lo reconozco) pero ellas no te pueden sacar de un hospital.  Por fin, sobre las 12.30 entró de repente y con algo de violencia un medico al que no había visto en mi vida.  Echándole un poco de imaginación tenía un aire de Antonio Banderas.

         “¿Brian?”  Me preguntó.  Había acertado a la primera.

          “Sí.”

          “¿Cómo te encuentras?”

         “Bien.”

         “Muy bien.   Te vas a casa.”

         Parpadeé varias veces sin entender nada.  ¿Eso fue todo?  Quiero decir que en parte eso es lo que me imaginaba que me iba a decir, pero me esperaba una reexaminación antes de que me soltara al mundo cruel de bolsas de compra pesadas y una tripa rajada.  Ni siquiera se molestó en mirar si el corte estaba bien ni preguntó de quién era en el fútbol no fuera ser que dijera algo sospechoso como el Barça.  Vamos.  Nada de nada. 

         “Vale.  Pero tengo unas preguntas.”

       “De acuerdo.  Ahora vengo con el alta y me puedes hacer todas las preguntas que quieras.”

        Temí que volvería a verle porque una vez dejas a un medico salir de tu habitación, te la juegas.   Pero sí volvió y sí le hice todo tipo de preguntas y es precisamente en ese momento cuando el mundo de la medicina tiende a ser algo ambiguo.  Lo mismo piensan que somos tontos para comprender, lo cual es possible porque cda vez que me cuentan algo no me entero de nada, a lo mismo es que pasan olímpicamente.  Yo qué sé. 

          “Tu cuídate mucho.  No te pases.  No hagas esfuerzos, ni cojas pesos.”

         “¿Podrías ser un poco más específico?  ¿Puedo jugar a los bolos?”

        “Ni de coña.”

        “Hacer kick-boxeo.”  Lo decía en broma.

        “Ni lo sueñes.  O por lo menos durante las próximas semanas.”

        No daba crédito.  Hace un rato no podia ni orinar con facilidad, y me estaba dando un plazo para dejarle a alguien sin huevos.  Seguió.

      “Puedes coger cosas ligeras.  El maletín del portatil, por ejemplo.  Pero un bebé, olvídate.”

      Vale.   Había treinta mil objetos cogibles en mi vida y solo tenían a esos dos como referencia. Pasé al siguiente tema que era mi baja.”

     “A ver,” me dijo.  “¿De donde eres?”

    “De Estados Unidos.”

     Se rió.  “Verás.  Aquí las cosas se hacen de otra manera.  Si trabajas por cuenta ajena dos meses.  Si trabajas por cuenta propia, dos días.  ¿Me entiendes?”

      Creo que bromeaba.  Pero solo en parte.  Pero también tenía razón en el sentido de que la baja duraba según las necesidades del indivíduo.  En mi caso.  Tres semanas mínimo.

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