La primera cosa que recomiendan en la hoja con el historial y bajo la sección de “tratamiento” es “vida normal”. Es decir, llevar una vida normal. Me acuerdo de estas dos palabras mientras estoy sentado y estoy intentando llegar a mis dedos de pie para ponerme un calcetín. Mi pie, normalmente un familiar cercano en mi vida, me miraba como si estuviera al otro lado de un cañón. Ni de coña iba a llegar a el sin la ayuda de alguien o sin que los puntos estallasen por el esfuerzo. Sé lo que querían decir los médicos. De verdad. No querían que estuviéramos como unos enfermos encadenados a la cama. No como unos inválidos (término militar, por cierto, para los heridos que ya no pueden servir. Si eso no te dice algo sobre la mentalidad hacia la vida humana, vamos) que no hacían nada. Querían que nos pusiéramos de pie y que en movimiento cuanto antes. Pero lo siento. No estoy del todo de acuerdo con eso. Hacía dos días, me podía vestir sin problemas. Ahora me siento como si tuviera 80 años. Eso no era mi vida normal. Y lo sabían. Me hacía alta un poco de información.
Y eso era el problema una y otra vez. La gente tenía buenas intenciones, pero se le olvidaba pasarte la información que más necesitabas, con lo cual la vida se hacía aún más complicada, porque todo lo que era normal, ya no se hacía de manera normal. Eso se debe, a mi modo de ver las cosas, porque el abdomen toma parte en mil cosas cotidianas: levantarse, tumbarse, cambiarse de postura, recoger a algo del suelo, alcanzar un vaso en el armario, ducharse… ¿y qué me dices de ir al baño? ¡Vaya miedo! Después de 24 horas me di cuenta que había muy poco normal respecto a mi vida. Entonces, precisamente ¿Qué querían decir con llevar una vida normal? ¿Normal para una persona después de una operación?
Quizás.