Estaba terminando mi jornada laboral en el colegio donde estoy ubicado estos días y mi compañero me invita a comer por ahí y le digo que no podía porque tener que volver a casa a soltar las gallinas. ¿Cuando fue la última vez que había dicho una cosa semejante? Yo, un yanqui madrileño suelto en el campo profundo de Connecticut, un estado del que ningún nativo habla con demasiado entusiasmo, como hacen los de Iowa, por ejemplo, pero que posee unas cualidades magníficas. Poco tiempo había pasado desde que me movía por las entrañas del metro de Madrid hasta dedicarme mi tiempo a la libertad provisional de unos aves. Y yo, más que nadie, me sentía tan en casa como fuera de lugar. No sabía quien coño era yo.
¿Qué había pasado? ¿Me había convertido en una especie de transexual cultural, sin niguna orientación clara? ¿Acaso ese híbrido me permitía poder analizar mi propia cuna con ojos distintos…uno local y otro del ultramar?
Creo que sí. Ya veremos por qué.