Hay un hombre en Andalucía que se está dedicando a asaltar supermercados. Entra con sus colegas, cogen unos carros y los llenan hasta arriba de comida. La marca de la casa, por supuesto. La barata. Y con ella, la piensan entregar a las casas de ayuda social donde se están quedando sin suministros. Es para la gente necesitada. Andalucía, una zona de España con un porcentaje de le población que siempre anda justo de recursos, naturalmente está pasándolo especialmente mal en estos días. De ahí viene nuestro Robin Hood del siglo XXI. Una especie de ataque a la Bastilla en los duros tiempos que corren. Solo hay un pequeño problema: el autor de los hechos es un diputado de la Junta de Andalucía y alcalde de un pueblo. Y me pregunto qué hace en la calle todavía, por muy buenas que sean sus intenciones, porque vamos, intento a hacer lo mismo y no creo que las autoridades mi traten igual, por muy vigilante que sea.
Está claro que lo hizo en parte para llamar la atención y desde luego lo consigue sobradamente. Ya todo el puñetero país está hablando de él. Incluso yo, y anda si no tengo las manos llenas vigilando la capital. Pero me llama la atención porque me pregunto si algo similar no ocurrirá en estas calles de aquí. No lo creo, pero la gente se contagia por los motivos más absurdos. Y es agosto. Y salvo las fiestas, la gente está cansada y aburrida y, como no, frustrada hasta más no poder.
Pero este hombre posee un cargo político, no, dos (no entiendo cómo es posible eso, pero es así), y está infringiendo la ley descaradamente. Además está fomentando este tipo de acciones entre otros. ¡Menudo ejemplo! Es un acto 100% populista. Y nada más. Y un tanto infantil también. Y seguramente hará más daño a su causa que ayuda. Pero nunca se sabe. Me pregunto si él también tiene un lugar perfecto para suicidarse.
Pasé de las fiestas de San Lorenzo. Que les den. Era martes. Pero estoy de vacaciones. Seguro que estaba controlado. Fui con unos amigos a la zona de Noviciado donde en un bar la gente se estaba despidiendo de uno compatriota mío que se volvía a los States y que llevaba la torta de años aquí en Madrid y que, entre sus aportaciones a este ciudad, había la de crear una noche a la semana en ese bar para tomar copas a precio de crisis. Me presenté, nos dimos la mano, y luego le deseé lo mejor para el resto de su vida. Hasta siempre.
Fui a un restaurante nuevo que estaba en el mismo local que otro bar que tenía cierta fama hace como treinta años y donde hubo un asesinato conocido en el sótano. Había sido un ajuste de cuentas. El dueño me enseñó el lugar y señaló más o menos donde pegaron a la víctima los tiros. “Hmm,” le dije. El subsuelo era realmente bonito, hecho de ladrillo y con unos techos altísimos. Había arcos también. “¿Dónde está el baño?”
Él está arrancando y le va a acostar, pero hay que reconocer que es un salesman nato. Simpático y detallista. Lo mismo triunfe.
Más tarde entraron una pareja mayor. Son los dueños de la cafetería de al lado. El señor era el charlatán y su mujer más callada, sonriente y acostumbrada al show de su marido. Tomaban la última antes de irse a casa. Me da que forma parte de su rutina. La mujer ya estaba más cansada y le tiró del brazo diciendo que ya era la hora de irse.
El se levantó algo resignado “Vale, mujer, que nos vamos” y antes de salir por la puerta, dio la media vuelta y cantó con una voz que, joder, más me gustaría cantarse la mitad de bien:
Os quiero
Más que mi vida
Más que mi muerte
Más que el aire que respiro
Os quiero
Gritó: ¡Buenas noches! Y nos mandó un beso.
Besos para todos. Más crisis mañana.