El calor empieza a agotar. Tenía que hacer algo Sanidad recomienda que no lo haga, pero es que después de varios días, la casa no sirve de nada. Las cortinas se caen, los sillones sudan, las lámparas se derriten, los cuadros jadean, la lengua del estante ha estado fuera todo el día, y la cocina, mi querida cocina, solo suspira.
Las cobayas no me han dicho nada desde ayer. Se meten profundamente dentro de la tierra y no se mueven. Pasan de mí. Dicen que el clima no está para grandes movimientos.
Les hago caso casi todo el día y me quedo en casa, hasta por fin voy en contra de todo consejo profesional, salí a la calle y crucé el Retiro pasando por el Bosque del Recuerdo. Recuerdo que antes se llamaba el Bosque de los Ausentes, nombre poético pero quizás extraño, y por eso lo cambiaron. Dicen que hay 192 árboles entre olivos y cipreses, cada en representación de los fallecidos. Me puse a contarlos, un poco como John Lennon y los agujeros de Albert Hall, y paré pensando que cuál era la utilidad de ese ejercicio. ¿Saber que tenía razón? Hay que ser tonto. El calor te hace eso de vez en cuando.
Así que bajé hasta el Caixaforum para ver la primera exposición que se me propusieran, que fue sobre William Blake, el gran artista en todos los sentidos, de Gran Bretaña. Había mucha gente como yo buscando un refugio fresco y gratuito. No hay duda. Evidentemente no soy el único jeta sin aire acondicionado. Los cuadros eran muy interesantes, pero sobre todo destacaban por su tamaño reducido. Tuve que quitarme las gafas la mitad del tiempo, cosa que no me gusta, porque se puede ligar en una exposición, pero a nadie le gusta parecerse a Mr. Magoo.
William Blake dijo que “todo es un intento de ser humano.” William Blake lo dijo.
Volví a casa un rato y luego un amigo y yo salimos a las fiestas de Lavapiés, las de San Lorenzo y su parilla, para ver si la gente había dejado de festejar por culpa de la terrible crisis azotando el país. Oficialmente no se tenían que empezar hasta el 9 de agosto, pero ya llevaban desde el 6 calentándose. Estas fiestas son el puente entre las de San Cayetano y las grandes fiestas de la Virgin de la Paloma.
En estos años ha habido menos presupuesto, pero parece que eso no importa a la gente. Sigue yendo y sigue celebrando…porque si no, ¿qué se va a hacer en Madrid en agosto? Nos lo merecemos. Son vigilantes de la crisis y hay que descansar un poco de nuestra ardua labor.
Se dice que las orquestas también sufren la crisis, que ya hay como una tercera parte de lo que había, y que han tenido que bajar sus tarifas. Pues como casi todo el mundo. Pero siguen. Las verbenas siguen. La música sigue. Las masas llegan siempre y…en masa. Todos de fiesta y disfrutando hasta bien entrada en la madrugada. Mi amigo se convirtió en el Rey de las Fiestas, haciéndose amigos con todos. Tenía a Lavapiés a sus pies. Bailando, gritando, cantando, brindando, sacándose fotos, conversando con todo Dios. El no se despidió de las fiestas sino al revés.
A las tres y media, parece que hubo un destape, y alguien se enteró de que se lo estaba pasando en grande en Madrid cuando estaba en plena crisis y que había que poner fin a eso. Empezaron a cerrar el chiringuito, primero con los camiones de limpieza y luego con una fila de policía empujando de manera suave a la gente hacia la Plaza de Lavapiés, como si eso fuera la casa de las fieras. Mi amigo y yo nos colamos por la fila ya que íbamos en el otro sentido. Dijimos que éramos vigilantes.
No había ausentes. Tampoco recuerdos. Éramos árboles del olvido.