Me dice un amigo que es verdad. Mi amigo es verdad y lo que me dijo también. Y la cosa que me dijo de verdad es verdad, también. A este paso…
Que el euro se va al pique. Ni siquiera es un amigo. Pero es verdad. Le acabo de conocer. También es verdad. Trabaja en el mundo financiero y va por muerto el futuro de la moneda. Era americano. Lo sé. Según.
Estuve hablando con él más de una hora. Por Dios. No hay nada que hacer. Todo el tiempo estaba buscando la causa de la crisis, y mira por donde, la llevaba conmigo todos los días. Era el euro. El euro estaba matando a los países en deuda porque no podían salir de su fuerte agarrón. Si todos salieran del euro, podrían respirar, tener más flexibilidad. Todo sería devaluado pero los precios bajarían también. Es decir que todo bajaría a donde tiene que estar. Al nivel de vida de verdad…y no ese mundo ficticio que se viene viviendo desde hace diez años.
“¿Podré volver a cobrar mi paga de navidad?” Era lo que realmente me interesaba. “¡Claro! Todos seremos felices de nuevo.”
“No sé yo. Veo a la gente bastante feliz ignorando a la crisis. Vengo de la Plaza del Dos de Mayo y no queda ni una mesa libre.”
“Son neguistas. Prefieren ser ciegos que afrontar la realidad.”
“Yo los entiendo. No veo ninguna alegría en ver un hundimiento total de la economía. ¿Seguro que viene?”
“Ya verás. Todos están de vacaciones y nadie quiere hacer nada.”
“Claro. Para eso estamos los vigilantes.”
“Ya, pero a partir de septiembre, ya verás como las cosas se ponen feas. Dicen que Obama está pidiendo que no echen a Grecia hasta después de las elecciones. O sea que, vamos. El desastre es inminente.”
“¿Y eso te produce felicidad?”
“Me produce alivio. Como cuando tienes que arrancar una muela podrida.”
Por primera vez empecé a pensar en ese sitio al lado de la Reina Sofía donde me quería suicidar en caso de necesidad. Después de una hora, se lo pregunté y me contestó con asombro. “¿Tú también tienes un sitio donde te quieres quitar la vida?”
“Pues sí. Pensé que era el único porque nadie más me lo admite.”
“Son unos cobardes. Pero hay muchos lugares. Yo había pensado alguna vez en la parada de autobús donde el Reina Sofía. Pero lo descarté porque el edificio realmente es muy bonito. Si lo miras.”
“Lo que pasa es que no lo miro desde mi punto de vista. Por tanto todo me sigue pareciendo feo.”
“Mira a tu alrededor. Merece la pena.”
“¿Hacer qué?”
Encogió los hombros. Yo seguía pensando en mis respuestas aunque me costaba centrarme por las noticias que acababa de recibir. ¿Qué diría mi chica de esto? ¿Enterándome del final mientras jugaba al trivial en un bar? Estaba tan lejos. Me daba miedo que pudiera pasar algo y que no podríamos estar en contacto el uno con el otro porque ya no habría euros, no habría móviles, no habría ni luz ni agua. El caos reinaría. Sería un buen momento para ser un anarquista, desde luego. Lo mismo estaba a tiempo.
El trivial estaba ya terminándose. Había habido unas cuantas preguntas complicadillas y otras algo más asequibles:
Que las custodiadotas de la Vesta eran las Vírgenes Vestales, que Helena de Troya, que no era de Troya, era la secuestrada que provocó diez años de guerra, que Twain había dicho que “Los clásicos son aquellos libros que todo el mundo debería leer pero que nadie quiere leer”, muy propio de él, sí señor, muy propio de él, el Marx dijo que la religión era el opio del pueblo, y Sartre dijo algo también, pero no me acuerdo qué. Sé que dijo unas cuantas cosas.
Pero no sabíamos qué raza era Warf, ni que Fenrir era un lobo en la mitología nórdica, ni tampoco que a Dusty Springfield se le consideraba como La Reina Blanca de Soul, que era Roy Scheider y no Richard Dreyfuss quien dijo “Vamos a necesitar un barco más grande” en la película Tiburón, que Clint Eastwood soltó su famosa frase en Sudden Impact y no en otra de la serie de Dirty Harry, y por supuesto que el título del libro de 1959 sobre una ciudad en Florida que sobre vive un ataque nuclear era “Alas, Babylon”. Es verdad. Son verdad. Las respuestas son de verdad; son verdad.
Según.
Las cervezas costaban tres euros y mi amigo, al que acabo de conocer, protestó diciendo que eran muy caras. Algo de razón tenía, pero claro, ya llevaba tiempo en este país y tenía que saber que aún no habíamos quebrado.
“Es que los precios han subido un 81% desde la entrada del euro.”
“Si, pero el alcohol, gracias a Dios, seguía siendo más barato que en otras partes del mundo. Por eso viene tanta gente. Pagar tres euros por esto…” señaló la copa…era un poco por encima de lo normal…pero bueno. “Tú vete haciendo una idea. Son 500 pesetas. Cien duros. ¿A que no sabías lo que es un duro? Es que eres un chaval. Un puñetero cachorro. Ya verás. Que no va a pasar nada. La vida de muchas vueltas.”
Ora pro nobis.