Me he dado cuenta…y lo reconozco. Soy un sujeto de un experimento. Me costó al principio pillar lo que estaba pasando pero está claro. Mis cobayas me controlan, Son mis dueños. Ellas dictan mis acciones. Y, lo que es peor, lo saben. Durante meses pensaba que ellas hacían sus ruiditos de llamadas cuando oían el sonido de una bolsa de plástico porque lo asociaban con las tiernas hojas de las espinacas. Los perros de Pavlov en forma de una bola de pelo. Pero parece ser que no. Ellas mismas saben que sí hacen ese numerito de “squi-squi-squi”, que yo voy a dejar de hacer lo que estoy realizando e ir a la cocina a solucionar el problema.
Acción…reacción.
En alguna parte, lo estarán anotando, estoy seguro.
Con eso en mente, salí a la calle a ver el centro de Madrid por la mañana, un sábado, cuando todo está en crisis, cuando nadie tiene un duro, donde la gente come de la basura, según el New York Times, con mi nueva cuenta de Twitter, dispuesto a iluminar el mundo sobre la vida de aquí. En Estados Unidos, la gente encuentra empleo, pero aquí se ha pintado todo negro.
La prensa extranjera sigue diciendo lo mismo de España. Lo mismo que hace seis meses, que hace un año, que hace una semana. En todos lo artículos ponen lo mismo, como si salieran del mismo patrón. Debe de haber un super potente reportero más allá que ha creado el molde de esta información, y los demás periodistas simplemente invierten sus mezclas allí para hornear la misma pieza:
Un desempleo de un 25%
Un paro de un 50% entre los jóvenes
Protestas en las calles
El gobierno está haciendo todo mal.
Los recortes no hacen nada
El euro se va
El mundo se acaba.
No se habla de otra cosa.
No es que no existan estos problemas. Pero tengo la sensación irritante de que pocos relamente pisan tierra española, o como mucho saben con profundidad este país.
No twitié nada. Ni una sola vez, hasta después. Sobre todo porque apenas encontré nada reseñable. Madrid está como está. El centro estaba vivo y alegre, ágil y activo. El Retiro parecía el parque central de siempre. Gente haciendo su ejercicio matutino o savando a sus mascotas. Los patinadores invadían el Paseo de Coches. Un saxofón soltaba una larga serpiente de notas que se movía sinuosamente en el aire, entre los árboles y alredador de la gente y las fuentes, de la carne y la piedra.
Los castaños ya lideran la marcha hacia el otoño. El resto de la vegetación aguarda el final del ciclo con circunpección.
El Prado estaba sitiado por autocares y la Plaza de Neptuno acogía alguna furgoneta de la policía por si hubiera algún manifestante por allí, pero estaba todo muy tranquilo. Hubo más gente en la cola de Starbucks de Hotel Palace.
Había quedado a las 11.00 y pico.
Me dejé llevar por el resto de la mañana. Descubrí que detrás de la Puerta del Sol hay tiendas que venden telas para hacer ropa por metros. Estábamos buscando seda. También descubrí que allí no se vende tanta seda en esas tiendas. Más bien diferentes tipos de tela de algodón.
La seda buena se encuentra en la Gran Vía, en una tienda que se llama Julián López, cerca de Telefónica. Allí hay tela de alta costura. También hay una escalera de hierro forjado impresionante.
Como soy un esclavo de mis cobayas, hablo poco en una tienda así porque no sé nada de esas cosas. Me limito mis observaciones a “¡Qué bonito!” o “Eso está bien” incluso, “Tiene mucho color.”
Y luego repito lo que dice el dependiente. “Esto es muy original, la verdad es que sí.”
Pauso, analizo y afirmo, “Sí señor. Muy original.”
Y luego miro a los demás y digo, “Si señor. Muy original.” Pincho la superficie con mis dedos y asiento la cabeza.
Las cosas finas merecen una actitud fina, y eso se consigue hablando poco y estudiando el material con miradas analíticas que dicen todo pero no revelan nada.