Intento ser lo más sensible posible en los primeros momentos del año para sacar alguna indicación sobre cómo me van a ir los próximos 365 días. Es un razonamiento bastante irracional, he de ser sincero, y algo que evoca todo tipo de críticas desde el campo científico, pero como no pienso publicar esto en una revista profesional, que les den.
En fin, las primeras horas me saludaron con alegría, abrazos, besos, música, baile y, por supuesto, las doce uvas de buena suerte al principio. Embutir la boca con doce trozos de fruta como manera de arrancar la siguiente vuelta de nuestro planeta alrededor del sol, desde luego se aleja de la forma tradicional de celebrar este día en el resto del mundo, pero precisamente por eso resulta ser una de mis costumbres preferidas de España.
Eso no quiere decir que no me he encontrado con situaciones de vida o muerte por culpa de intentar engullir la docena con demasiada agresividad. Y tengo que reconocer que por muy divertido que pueda resultar, no es comparable con colocarte al lado de la chica más guapa de la fiesta para poder plantarle su primer beso del año, como es la estrategia en mi país, pero no cabe duda de que la boca no pasa el momento inactiva.
Este año acabó un poco más relajado que lo normal ya que la abuela de la casa donde estaba cenando se dispuso a pelar todas las uvas de todos los participantes para reducir el riesgo de atragantarse, cosa normal, porque a nadie le hace ilusión empezar el curso solar en el tanatorio. Después de todo, solo dispones de unos 36 segundos para completar la tarea.
No obstante, lo de pelar las uvas siempre me ha parecido algo asícomohacer trampa y por consiguiente podría causar un efecto negativo en mi fortuna y futuro.
Yo nunca pelo. Y así se lo dije. Dije que no era un “pelador”.
Pero se empeñó y tampoco me apetecía acabar el año echando una bronca a una mujer de casi 80 años, así que cedí.
Es una labor ardua y merece la pena evitarla a todo coste, pero supongo que está bien si alguien se ofrece a hacerlo por ti. En el fondo sabía que era todo un detalle por su parte y se lo agradecía.
Llegó la medianoche y con ella, las inminentes campanadas. Primer llegaron los cuartos, ni caso. Luego el plato fuerte. Pasamos la prueba más o menos sin incidentes, aunque reconozco que la fruta despellejada estaba muy pringosa y tendía a quedarse pegada al plástico, provocando varios segundos de pánico con la idea de que me iba a quedar colgado y no seguir el ritmo de pelotón, pero logré alcanzar a los demás.
Luego la música y el baile familiar durante un par de horas. Es algo que me encanta de España. Ves a gente de 3 a 83 años en la misma sala, riéndose, cantando y moviéndose a la música más variada que te puedes imaginar…y todos disfrutando. Es ese algo de inocencia que nos falta a los americanos. Pasándolo en grande, porque sí.
Sobre las tres de la mañana decidí que había tenido suficiente y dije a todo el mundo que me iba. Lógicamente la respuesta fue, “¿Por qué tan pronto?” Cosa que entendía porque realmente era muy temprano en este país, al contrario de los demás lugares donde la gente ya estaría sobada y durmiendo la mona. No es nada fácil despedirse de los españoles porque les gusta insistir en que te quedes. En el pasado no sabía qué hacer y muchas veces cedía, pero he aprendido que lo que tienes que hacer es ser firme durante un periodo crítico de 3-4 minutos y si aguantas, si lo superas, eres un hombre libre.
Hablando de libre, mi mayor preocupación una vez en la calle era saber si iba a encontrar un taxi que no estaba ocupado ya que Nochevieja tiene fama de ser una de las más complicadas en este sentido.
Mientras me acercaba a la esquina, noté que había numerosos taxis pasando volando. También he observado que la mayoría llevaban las luces verdes encendidas, indicando como bien se sabe que estaban disponibles. Esto me extrañó. Lo mismo había sido porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que salía en esta fecha y no recordaba bien la situación; o, a lo mejor, la flota de taxis había crecido. También se me ocurrió la posibilidad de que estaba en la acera del sentido contrario, es decir, de alguna manera, iba hacia el centro y no hacia fuera. La mayoría de los taxis libres vienen desde fuera hacia el centro, ya que han dejado a sus clientes en su destino y ahora buscan a nuevas personas.
En resumen, estaba contento de saber que no tendría que esperar casi nada. Me subí, le dije con voz cansada al conductor a donde iba y envié un par de whatsapp a unos amigos deseándoles lo mejor para el nuevo año. El mío, desde luego, había comenzado con buen pie.
Cuando estábamos llegando, eché vistazo al taxímetro y vi la cantidad de 6,30€. Al ser las fiestas y un tiempo para ser alegre y generoso, planifiqué redondear el coste final hacia arriba hasta 7,00€ que incluía una propina de 0,70€. Después de todo, el pobre hombre tuvo que trabajar una noche con esta lejos de su familia y amigos.
Soy consciente de que la propina puede sorprender a algún lector que no esté familiarizado con las costumbres de aquí. Aquí la gente no se siente obligada a dar una propina, pero cuando se hace, suele ser una cantidad simbólica.
En fin, el taxista se paró, y mientras iba sacando mi cartera, vi cómo él empezaba a pulsar todo tipo de botones en el taxímetro. Aparece la palabra “suplemento” y a continuación la cantidad 6,70€. Me dice con tono muy natural, “¡Qué bien! Sale perfecto. Serán 13,00€.”
“¿Qué dice? ¿Está seguro? No me parece perfecto a mí.”
“Más que seguro. Es el suplemento de Nochevieja.” Ya entendía porqué nadie cogía un taxi. Solo el gilipollas de mí.
Bueno, damas y caballeros, solo os puedo decir que era ya tarde y aunque estaba atónito ante el coste adicional, que, como pueden apreciar, era más alto de la tarifa real, no me encontraba con fuerzas de pelearme con nadie, sobre todo porque no estaba seguro. El conductor parecía muy normal, desde luego. Me había oído hablar. Lo mismo había entendido mi acento y decidió añadir un regalo especial para el guiri, pero tenía la sensación de que no. ¿Había comenzado el año con un palo de un 106%? Si era así, ya entendía porque había tantos taxis libres. Este hombre ya se había llevado su propina, y tanto.