Pues otro puente que ha venido y se ha ido sin pena ni gloria. Más bien pena más que gloria. El 12 de octubre, el Día de Todo-Menos-Celebrar-El-Descubrimiento-de-América, cayó un sábado, así que poca cosa. Eso no impidió que todo Dios saliera al campo para hacer Dios sabe qué, porque no veía a nadie parar. Estaban todos en la puñetera carretera. Supongo que algunos habrán querido a buscar setas, que es lo que dicen todos que van a hacer. Eso sí que es algo tan propio del Viejo Continente, algo tan tradicional.
Muchos españoles dicen irse a recoger setas todos los años. Y cuando no consiguen llegar al bosque, cosa habitual, afirman disfrutar de esta actividad con un entusiasmo que supera lo normal. Lo enumeran como uno de las diez aficiones que tienen. “Sí, a mí me encanta el otoño. Me encanta recoger setas.” Son dos frases que van casi unidas. Digo yo que hay más seteros en este país que setas disponibles. Me da que pertenece al mismo grupo de personas, también sorprendentemente numeroso, que no ven la tele nunca y como mucho para ver algún documental.
En Connecticut nadie caza setas porque todo el mundo sabe que todos los hongos son venenosos y que hincar diente en uno te pueden dejar más tieso que una tabla de surf en una cuestión de segundos.
Solo los que se encuentran bien empaquetados y etiquetados en un supermercado aseguran tu supervivencia. De vez en cuando, algún entendido de micología me da un par de consejos sobre las setas buenas y malas.
“Son todas malas,” te digo. “Matan siempre.” El amigo insiste y me da la lección de todas formas. Si mal no me acuerdo, es algo así como, las que tienen pinta de tóxicas son las buenas, y las que se parece a las que te ponen en un plato con ajos, son las que te pueden cambiar la vida para siempre.
Pero al igual que con el mus, a poco tiempo se me olvida de casi todos los detalles y no me atrevo a ni tocar una no vaya ser que sus sustancias malignas pasan por los poros de la piel y me dejan allí tirado sobre un lecho de hojas de pino. Así acabaría cultivando mi propia colonia de hongos.
Como americano nacido en América, estoy genéticamente diseñado para generalizar lo más posible por motivos de seguridad. Por eso se te pide demostrar en una tienda que tienes más de 27 años para comprobar tabaco, aunque la edad legal es a partir de los 21. Así evitas la duda de si uno te está intentando engañar. O cuando no dejan a los profesores tocar a ningún alumno, no para omitir contacto con los pequeños, sino para eliminar los malentendidos y alejar a los pederastas. Pues eso, si no sabes si algún crecimiento de la tierra te va a alegrar la comida y hacerte anfitrión en el próximo entierro familiar, mejor no tocar ninguna. Sobre todo cuando te das cuenta de que forman una legión las clases que pudren tus entrañas.
Amanita Phalloide es, por lo visto, la peor de todas. La seta más peligrosa si es ingerida por humanos. Si no eres humano, afecta menos.
Según Wikipedia “Es un hongo mortal que ha causado el fallecimiento de numerosas personas ya que el síndrome faloidiano es un síndrome de acción lenta, y además las toxinas actúan sobre el hígado y los riñones, dando lugar al fallo hepático.” Luego advierte con sabia certeza: “Por esta razón, es importante no confundirla con otras setas comestibles.” Gracias, hombre.
Y luego, una vez bajos los pinos y en posición de rastrear la zona por nidos de familias de setas, la gente ataca. Por lo visto, hay una especie de atuendo oficial para extraer hongos del suelo. Muchos llevan gorras tipo boonie, anchos y ondulados haciéndoles parecer setas ellos mismos. En el brazo cuelga una cesta de mimbre oscuro y grueso tan fuerte que sirve para guardar las delicias así como moler café. El camuflaje, supongo ayuda a despistar las manadas de champiñones.
Supongo…porque nunca he recogido setas, pero voy a decir que sí para no ser menos. Otro año será.