Cosas Que Nunca Me Contaron de la Historia de España: Aníbal

Cuando era chaval, recuerdo que se decía que la conquista de los romanos del mundo conocido pasaba necesariamente por la derrota de los cartaginenses, unos tipos de parentesco fenicio que querían dominar al Occidente de Mediterráneo.  De hecho, ya lo hacían, lo cual les sentaba bastante regular a los hijos de Rómulo.  Es que la presencia de los cartaginenses impedía el desarrollo del diseño de supremacía total que tenían en mente los proto-italianos.  Un estorbo, vamos.  Así que, llevaron la disputa a la calle y a pelear.

 

El profe nos contaba que hubo tres guerras entre las dos potencias y que las llamaban las Guerras Púnicas porque “púnico” se refería a fenicia (Phoenicia), que eran los primos de los cartaginenses.  Todo me pareció un poco traído por los pelos pero era uno de esos taquitos de información que me venían bien para presumir en un examen o aburrir en una fiesta.

 

Al tema.  Al grano.  Siempre nos centrábamos en la Segunda Guerra Púnica porque en ella luchaba el macho más macho de todos, ese semental que sigue provocando man-crushes entre los militares más masculinos del mundo: Aníbal.  The one and only.  Ya llegaremos a él en un minuto, pero primero un poco de background.

 

Para mí siempre fue un error saltarse la Primera Guerra Púnica porque era igual de interesante, o más.  Los dos candidatos a la hegemonía del centro del Mediterráneo se daban mutuamente paliza tras paliza durante veinte años mientras disputaban el control de esa zona, sobre todo de Sicilia y Cerdeña.  Posiblemente nunca en la historia tantos hombres hayan dado sus vidas por estas dos islas.  Fue brutal.

 

Lo impresionante fue cómo los romanos consiguieron ganar.  Empezaron la contienda sin una marina para luchar contra la mejor fuerza naval de todos los tiempos.  Pero la suerte estuvo a su lado.  Según cuentan, encontraron una nave cartaginense abandonada en una playa y se pusieron a estudiar sus características.  Pronto empezaron a construir réplicas…clones…copias exactas.  Aprenderían rápido y acabarían venciendo a los cartaginenses en su propio juego. Listos, flexibles, pragmáticos y tenaces.  Por algo llegarían a ser los amos de la Edad Clásica.

 

Roma se llevó las dos islas, y Cartago la humillación de ser derrotado.  Pero el asunto no estaba ni olvidado ni resuelto.  Ni mucho menos.  La potencia cartaginense trasladó sus intereses hasta la península ibérica, donde podían hacerse con las riquezas minerales que se encontraban allí.

 

Por fin.  Aquí es donde España entra en el escenario.  Cartago empezaba a dar cada vez más importancia a estas tierras, fundando ni más ni menos Cartago Nova (Nueva Cartago), lo que hoy se conoce como Cartagena.  Tuvieron unos cuantos encontronazos con las tribus de la zona.  Fue una lucha complicada, pero consiguieron tomar control de casi la mitad de la península.  También estaban los romanos, como siempre, conquistando nuevos territorios por su lado y vigilando a sus viejos enemigos.  Digamos que era una especie de guerra fría.

 

Los cartaginenses triunfaban bajo el mando de Amílcar, que parecía casi invencible hasta que se quedó atrapado en un río bajo el peso de su propia armadura y se ahogó. Eso no mola.   Resulta que era algo vencible.

 

Normalmente se entiende la pérdida de un general tan valioso y tan respetado un golpe mortal para un pueblo, y seguramente hubiera sido así si no llegara a ser por un factor diferente, una anomalía en la armonía de la lógica, una fuerza de la naturaleza. Un hombre entre un millón.  Tomó las riendas su hijo.  Era aún más bestia, más audaz, más pesadilla para los romanos que su padre.  Se llamaba Aníbal.

 

En 219a.c., este general jóven cercó Sagunto (Valencia) y al final lo conquistó.  Este acontecimiento provocó una nueva guerra entre las dos potencias.   Quizás fuese la excusa para un conflicto ya anunciado, pero lo que resultaba sorprendente para mis limitados conocimientos era que las hostilidades empezaron en España.   O sea, todo comenzó en España.  Fascinante.

 

Aníbal partió hacia el norte con ganas de dar una lección a los romanos.  Los cartaginenses eran principalmente expertos en la lucha naval, pero no tanto en lo que se refiere a las batallas campales.  Por eso tenían la costumbre de depender de fuerzas extranjeras.  El ejército de Aníbal fue compuesto de tropas de muchas partes, pero buena parte eran iberos, con sus temidas espadas llamadas falcatas.  También había combatientes baleares que tenían fama de usar los tirachinas mejor que nadie.

 

El general condujo a su ejército hacia el norte, entró en Francia, cruzó de manera asombrosa el Ródano, e inició su ya legendario paso por los Alpes.  Ahora bien, yo he estado en los Alpes y puedo dar fe a que es una tierra nada fácil para cruzar a pie.  Ni ahora, ni nunca.  No fue hasta hace relativamente pocos años (y gracias a la sangre, el sudor y las lágrimas de unos cuantos españoles agujereando esa enorme masa de roca) que el ser humano llegara a ser capaz de burlarse de la naturaleza.

 

Si rebobinamos unos 2.200 años, la empresa tenía que ser brutal.  Además de los 95.000 efectivos, hubo 37 elefantes que, desde luego, se tendrían que sentir un poco fuera de lugar.

 

Desde el punto de vista militar moderno, la idea era una locura y una insensatez, y se ve.  Dos tercios del ejército perecieron, y solo un puñado de los elefantes.  Son cifras totalmente inaceptables hoy en día.  Pero psicológicamente, era una proeza espectacular.  Demencial.  Y una vez en Italia, el cabroncete (dicho con cariño y envidia) se rehizo y emprendió una marcha por la península que asombró el mundo.  Dio tunda tras tunda, culminando con la victoria más grande de todas en Cannas, cuando prácticamente aniquiló el aparato militar de Roma.

 

Con eso, Aníbal aseguró su lugar en los anales de la historia de los grandes líderes…pero para mí hubo un gran pero: no terminó el trabajo.  He didn’t get the job done.   Y eso es lo que cuenta.  Fue como uno de eso deportistas que baten todos los récords pero no consiguen ganar un campeonato mundial o un grand slam.  El tío no supo llevarse el anillo a casa.  Roma aguantó, acosó a los cartaginenses en España y ganó tiempo.  Y todo el mundo sabe que no se puede dar tiempo a Roma.  Si lo haces, tarde o temprano pasará factura, como le pasó a Aníbal en la batalla de Zama. Game over.

 

Los romanos empezarían su larga y bastante dolorosa dominio de Hispania, cambiando para siempre el rumbo y destino de este país.

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