Pues nada. He sobrevivido la mitad del Puente de Diciembre más o menos ileso. Y por primera vez desde que he pisado un colegio como empleado, puedo decir que por fin disfruto de este maravilloso fin de semana largo gracias al hecho de que hemos enviado los boletines de notas a los padres con tres semanas de antelación, dando paso a que los padres se peleen con sus hijos mientras tomamos un pequeño respiro.
Este año la semana ha transcurrido con absoluta anormalidad, con una parte de la clase ausente el lunes a causa de viajes familiares, otra parte ausente el miércoles, también por motivos de salidas, y una tercera parte missing total. Mis amigos no-educadores me regañan por aprovechar esta situación para tender un puente y añadir el viernes a nuestra de festivos, pero es lógico. Nadie realmente quiere clase ese día, y los hoteles, restaurantes y tiendas se benefician de nuestro esfuerzo. Es una labor casi social.
Con una oportunidad tan suculenta para salir de la ciudad, mucha gente ha aprovechado para pasar unos días en las afueras e incluso en el extranjero. Londres es un destino muy popular, hasta que lleguen allí y digan por primera vex en una tienda “How much is the ‘Keep Calm and Eat Tapas’ t-shirt?” Aaaaamigo. De repente todos se acuerdan de los buenos precios de la Primark en La Gran Vía. Que se joden. Haberlo pensado antes.
Yo, en cambio, he tomado la determinación de permanecer en Madrid y acercarme a precisamente esta arteria de la ciudad, que se ha convertido en todo un destino para los turistas procedentes de todas partes del mundo. Congregan con el fin de pasear por las calles repletas de humanidad sin mucha humanidad, correr para llegar al comienzo de un musical tipo Broadway, tomar algo en uno de los centenares de franquicias que han florecido en la zona y adquirir una chaqueta de cuero por 19€. Y es que la Gran Vía, hace decadas un lugar de suntuosos cines gigantescos, cafés chic y hoteles de lujo se ha visto objeto de una profunda trnasformación y ahora se le conoce como la meca de compras para los thrifty, o económicamente conscienciados, a tal extremo que Zara, quizás la empresa responsable de cambiar el rumbo de retail a nivel mundial, ya presume de ser una tienda de cierto nivel. Dear God.
Los puristas de la zona se echan las manos a la cabeza y lamentan la perdida de la dignidad de esta magna confluencia, entregada a manos de unos comerciantes a los que les da igual que pierda su carácter particular. El problema es que dicha dignidad se fue derrumbando ya hace muchos años. Cuando yo la conocí por primera vez, era una sombra de su anterior espelndor. Las paredes estaban ennegrecidas por el humo de la gasolina super (bien provisto de plomo, gracias) y el de los Ducados que se fumaban con tanto afán. Los bares estaban medio muertos, cuando no a punto de morirse, sus suelos cubiertos de papeles, palillos y piedras de aceitunas. Los cines se llenaban solo los domingos por la tarde, el comercio era viejo y astronómicamente caro, los grandes almacenes, como Galerías Preciados, estaban con un pie en la tumba, y la flora y fauna que se encontraba allí parecían en muchos casos, los olvidados de un barrio olvidado.
Aun así, sé por donde van y comparto en parte esta tristeza, pero quizás prefieren sentir nostalgia por la agonía de un moribundo. Hay gente así.
En fin, para bien o para mal, según tu visión de la vida, la transformación literalmente ha rescatado el centro de la ciudad de una muerte anunciada, inyectado la zona con una dosis brutal de tratamiento de negocio y seguramente suavizó los efectos de la devastadora y duradera recesión. Pero a algunos, no les interesa eso. Estábamos mejor cuando las jeringuillas adornaban el suelo y los proxenetas insultaban a sus empleadas en plena calle.
Lo que sí se echa de menos es la posibilidad de caminar por la acera de esa calle sin llegar a la conclusión de que estoy recreando una escena de una de esas películas sobre un éxodo en tiempos de guerra. Cualquier sábado es así. Es más, hay puntos cuando no avanzas nada. Llega a agobiar mucho y son esos momentos en los que yo doy gracias a Dios que vivo en un país donde las leyes sobre la posesión de armas de fuego son estrictas. Durante el resto del año, es posible evitar ese infierno con un poco de planning, pero el problema con la Navidad (y hay unos cuantos en esta época), es que absolutamente todos los días, los cuarenta y dos días, parecen sábados. Y eso no mola.
Para combatir esa realidad, el Ayuntamiento ha decidido tomar cartas en el asunto y ampliar las aceras para acomodar a las masas y, de paso, restringir más o menos por completo, el uso de vehículos. Para nada me sorprende esas medidas. La alcadesa nunca ha sido un fan del coche, lo suyo sería quitarlos de en medio en estas fechas. Una especie de regalo de reyes para los peatones. Y así ha sido.
El plan ha sido reducir los seis carriles que comprenden la calle a todos, uno en cada sentido, y así ensanchar el espacio para recibir a los turistas. ¿Cómo será esta modificación? me pregunté deseoso de conocerlo en persona. ¿Harán algo con gusto y apropriado para la estación? ¿Adornorán las barreras policiales con guirnaldas de pino? Si esto fuera Estocolmo, seguro que harían una cosa cuca así. (Continuará…que estoy cansado de escribir)