Madrid en Crisis: 25 de Agosto

He cogido el bote que ya ni me acordaba de que lo tenía con un kilo o más monedas de pesetas, de las de antes.  Quería ponerme al día no fuera ser que aquí a poco me las iban a hacer falta.  Seguro que en el Banco de España ya están preparando en un documento de Word el cartel “Euros > Pesetas”.  Claro está que me pregunto porque se está esperando tanto si ya se sabe lo que es inevitable.  Ah, es verdad.  Primero se tiene que ganar las elecciones.  Se lo digo a las familias que estén recibiendo unos paupérrimos 400 euros al mes, que aguanten unos hasta finales de año si les importan para que los dirigentes les empiecen a solucionar la vida.

            He reunido 847 pesetas, que vienen siendo más o menos 5,10 euros.   Casi dos cervezas en el sitio donde el economista americano protestó.  Incluso hasta varias botellas de agua.  Sabéis que ya no está bien visto pedir una jarra de agua porque pareces un cutre.  En la mesa.  En público.  Y delante de tus amigos y desconocidos.   Madrid tiene posiblemente el mejor agua del grifo de España pero ya no la usa.  Desde la entrada del euro, ya no podemos vivir como los españoles sino como los alemanes.  Bebemos el mejor vino, el mejor ginebra, el mejor agua.

        Volver a la peseta no tiene que ser la única solución.  Hay ciudades en este mundo que tienen su propia divisa.  En Ithaca, por ejemplo, en el estado de Nueva York, hay gente que usa una moneda llamada The Hour. Es una divisa que solo tiene validez dentro de la comunidad de la ciudad.  También se puede usar el dólar.  Pero, al utilizar The Hour, se garantiza que una parte de la economía se quede en la ciudad y no para en otro mundo.  En Madrid podríamos inventar una y así contribuir a nuestra paga extra que nos han quitado.  La extraordinaria de Navidad.

            Pienso proponérselo a todos mis compañeros de la vigilancia para que cuando vuelvan los demás de la playa y de las montañas, podremos prepararles para los cambios.  Se espera un otoño caliente.  Calentito.  A no ser que sea de otra manera.

            Fui hasta el centro.  Todo normal.  Todos prosiguen con sus vidas porque el mejor modo de evitar un desastre, hasta que llegue, la manera más humana, hasta que llegue, es seguir viviendo como si nada fuera a pasar.  Pasé por la puerta barroca de la antigua Monte de Piedad, sede tradicional de la Caja Madrid, el banco que nos ayudó a recordar que la crisis está entre nosotros.  Alguien lo tuvo que hacer.  Por eso estoy endeudado con ellos, igual que ellos con todos los demás.  Según.

         Es bonita y me lo digo.  Luego cruzo la calle y veo la entrada del Monasterio de las Descalzas Reales, y me doy cuenta de que nunca había estado dentro.   Debe de ser el último gran lugar histórico que me faltaba por visitar.  Estaba cerrado.  El edificio era gris y sobrio como un bueno convento de clausura debe ser.

        Pero estaba cerrado.   Así que anduve un poco más hasta una calle que destaca por sus tiendas que venden elepés, y entré para ver lo que tenían.  Tenían muchos recuerdos, desde luego.  Muchas portadas que yo había estudiado de cabo a rabo.  Me acordaba de los momentos cuando los escuché por primera vez.  Me acordaba de donde estaba, en qué habitación me encontraba cuando dejé caer la aguja encima del borde del disco y atendía el ligero sonido rasposo antes de comenzar.  Ningún láser ha podido emularlo.  Entonces las portabas sí importaban.  La gente las analizaba.  Las memorizaba mientras disfrutaba de la música.

         En la primera tienda era dueño era my majo.  Estive charlando con él un buen rato.  Me dio consejos de cómo comprar un plato barato y así poder comprar los discos, que tanto me emocionaban.  Le pregunté cómo iba todo.  “Tirando.  Tirando.”  Supongo que un elepé ya es un lujo para estos tiempos.  Pero ahí estaba.  Según.

        En la segunda tienda pregunté al dueño, un joven de treinta años, muy joven en España, por cómo iban las cosas.  Era un borde de cojones.  Cero aptitudes comerciales.  Lo mismo le sobra clientela.  “Bueno.  Aquí estamos.”

      “¿Aquí estamos?”

      “Pues sí.  Aquí estamos.”

       “¿Y no te gustaría estar en otro lado?”

       “En la playa con una cervecita, ¿no te jode?”

       Era agosto.  No compré nada.  Le dije que no tenía plato ni plata.

Madrid en Crisis: 24 de Agosto

Me dice un amigo que es verdad.  Mi amigo es verdad y lo que me dijo también.  Y la cosa que me dijo de verdad es verdad, también.  A este paso…

     Que el euro se va al pique.  Ni siquiera es un amigo.  Pero es verdad.  Le acabo de conocer.  También es verdad.  Trabaja en el mundo financiero y  va por muerto el futuro de la moneda.  Era americano.  Lo sé.  Según.

        Estuve hablando con él más de una hora.  Por Dios.  No hay nada que hacer.   Todo el tiempo estaba buscando la causa de la crisis, y mira por donde, la llevaba conmigo todos los días.  Era el euro.  El euro estaba matando a los países en deuda porque no podían salir de su fuerte agarrón.  Si todos salieran del euro, podrían respirar, tener más flexibilidad.  Todo sería devaluado pero los precios bajarían también.  Es decir que todo bajaría a donde tiene que estar. Al nivel de vida de verdad…y no ese mundo ficticio que se viene viviendo desde hace diez años.

     “¿Podré volver a cobrar mi paga de navidad?”  Era lo que realmente me interesaba.  “¡Claro!  Todos seremos felices de nuevo.”

       “No sé yo.  Veo a la gente bastante feliz ignorando a la crisis.  Vengo de la Plaza del Dos de Mayo y no queda ni una mesa libre.”

       “Son neguistas.  Prefieren ser ciegos que afrontar la realidad.”

       “Yo los entiendo.  No veo ninguna alegría en ver un hundimiento total de la economía.  ¿Seguro que viene?”

        “Ya verás.  Todos están de vacaciones y nadie quiere hacer nada.”

         “Claro.  Para eso estamos los vigilantes.”

         “Ya, pero a partir de septiembre, ya verás como las cosas se ponen feas.  Dicen que Obama está pidiendo que no echen a Grecia hasta después de las elecciones.  O sea que, vamos.  El desastre es inminente.”

         “¿Y eso te produce felicidad?”

          “Me produce alivio.  Como cuando tienes que arrancar una muela podrida.”

          Por primera vez empecé a pensar en ese sitio al lado de la Reina Sofía donde me quería suicidar en caso de necesidad.  Después de una hora, se lo pregunté y me contestó con asombro.  “¿Tú también tienes un sitio donde te quieres quitar la vida?”

            “Pues sí.  Pensé que era el único porque nadie más me lo admite.”

            “Son unos cobardes.  Pero hay muchos lugares.  Yo había pensado alguna vez en la parada de autobús donde el Reina Sofía.  Pero lo descarté porque el edificio realmente es muy bonito.  Si lo miras.”

            “Lo que pasa es que no lo miro desde mi punto de vista.  Por tanto todo me sigue pareciendo feo.”

            “Mira a tu alrededor.  Merece la pena.”

            “¿Hacer qué?”

            Encogió los hombros.  Yo seguía pensando en mis respuestas aunque me costaba centrarme por las noticias que acababa de recibir. ¿Qué diría mi chica de esto?  ¿Enterándome del final mientras jugaba al trivial en un bar?  Estaba tan lejos.  Me daba miedo que pudiera pasar algo y que no podríamos estar en contacto el uno con el otro porque ya no habría euros, no habría móviles, no habría ni luz ni agua.  El caos reinaría.  Sería un buen momento para ser un anarquista, desde luego.  Lo mismo estaba a tiempo.

        El trivial estaba ya terminándose.  Había habido unas cuantas preguntas complicadillas y otras algo más asequibles:

          Que las custodiadotas de la Vesta eran las Vírgenes Vestales, que Helena de Troya, que no era de Troya, era la secuestrada que provocó diez años de guerra, que Twain había dicho que “Los clásicos son aquellos libros que todo el mundo debería leer pero que nadie quiere leer”, muy propio de él, sí señor, muy propio de él, el Marx dijo que la religión era el opio del pueblo, y Sartre dijo algo también, pero no me acuerdo qué.  Sé que dijo unas cuantas cosas.

            Pero no sabíamos qué raza era Warf, ni que Fenrir era un lobo en la mitología nórdica, ni tampoco que a Dusty Springfield se le consideraba como La Reina Blanca de Soul, que era Roy Scheider y no Richard Dreyfuss quien dijo “Vamos a necesitar un barco más grande” en la película Tiburón, que Clint Eastwood soltó su famosa frase en Sudden Impact y no en otra de la serie de Dirty Harry, y por supuesto que el título del libro de 1959 sobre una ciudad en Florida que sobre vive un ataque nuclear era “Alas, Babylon”.  Es verdad.  Son verdad.  Las respuestas son de verdad; son verdad.

            Según.

            Las cervezas costaban tres euros y mi amigo, al que acabo de conocer, protestó diciendo que eran muy caras.  Algo de razón tenía, pero claro, ya llevaba tiempo en este país y tenía que saber que aún no habíamos quebrado.

            “Es que los precios han subido un 81% desde la entrada del euro.”

            “Si, pero el alcohol, gracias a Dios, seguía siendo más barato que en otras partes del mundo.  Por eso viene tanta gente.  Pagar tres euros por esto…” señaló la copa…era un poco por encima de lo normal…pero bueno.  “Tú vete haciendo una idea.  Son 500 pesetas.  Cien duros.  ¿A que no sabías lo que es un duro?  Es que eres un chaval.  Un puñetero cachorro.  Ya verás.  Que no va a pasar nada.  La vida de muchas vueltas.”

            Ora pro nobis.

Madrid en Crisis: 23 de Agosto

Fui al Corte Inglés ayer para aprovechar una oferta que tenían para comprar un juego de sartenes.  Es mi aportación de la semana a mi casa, porque lo vale.  Mi casa se merece un producto comprado en esa tienda porque le da prestigio.  Y se lo diré a todos.  Diré, “¿Os gustan estas sartenes?”  Y me dirán.  “Sí, son chulas.”

      “Pues las compré en el Corte Inglés.”  Pero no añadiré que estaba de oferta porque sonará mal y hará daño a los sentimientos de mi casa, que es muy sensible.

        También lo hago para tener una excusa para espiar la tienda y ver si realmente va tan mal cómo la economía exige.  Le pregunté a una dependienta.  Le pregunté.  “¿Cómo va todo aquí?”

       “Ya ves.” Contestó.  Siempre están muy dispuestos a hablar mucho.  “Tirando.”

       “¿Tirando para abajo?”

        “Buah.  Ni para ni para arriba.  Normal.”

       “Pero estamos al borde de un rescate completo.  Nada de parcial.  Y dentro de unos meses, estaré sacando billetes en pesetas.  Lo dice un inglés.”

       “Si es así.  ¿Qué más dará?  Siempre habrá el Corte Inglés.”

       En eso le doy la razón.  Debe ser una de las empresas más boyantes del país.  Casi me daría más miedo su quiebra que una de Bankia.  Significaría que las cosas van francamente fatal.  El Corte Inglés ha anunciado recientemente que no prevé hacer recortes en su plantilla.  Hacen recortes en mi salario, pero no en la plantilla, que no es pequeña.  Cuenta con 102.699 empleados, de los cuales 90.836 son fijos.  Un 93%.   Un 67% son mujeres y un 33% hombres.  Hasta hace poco había una costumbre absurda sobre el uniforme.  Los hombres podían ir trajeado a su elección (siempre van muy elegantes), y las mujeres tenían que llevar un uniforme diseñado por la persona con más mala leche que he visto en mi vida.  Feos, vamos.  La pregunta era sencilla: ¿Por qué?  La respuesta sencilla: No hay una explicación satisfactoria.  Así que, han anunciado además que los hombres van a llevar uniforme también.  O que todos vayan guapos y todos feos.  Han optado por la segunda.

       Mi chica, que está en la playa, me dice que me preocupo demasiado por estas cosas.  Pero alguien tiene que hacerlo.  Son eso detalles los que te suelen indicar cómo va el futuro del país.  Luego me dice “Muy bien.”  Que es su manera de decir que le interesa cero lo que estoy contando.

      Le pregunté a la dependienta por el precio.  Me dijo. “29 euros.”

      “Son casi 5.000 pesetas.  ¡Qué barbaridad!”

      “Pero lleva un 25% de descuento.  Es un chollo.”

      “Eso es.  Y mi casa me lo va agradecer.”  Mi chica piensa que me voy a enamorar algún de una dependienta del Corte Inglés.  Piensa que son mi debilidad.

Madrid en Crisis: 22 de Agosto

Un amigo me confesó: “Brian, las cosas están fatal.  Pero fatal, fatal.  No tenemos dinero para nada.  Tengo tres películas que quiero rodar, y nada de nada.  El mundo del arte está por los suelos.  No tiene dinero, y lo que es peor, no tiene ideas.”

            “¿Cómo piensas vivir?”  Porque la verdad es que el Plan del gobierno de pasar 400 euros a los más necesitados tampoco va a solucionar gran cosa, pienso yo.

            Mi amigo se ríe.  Una buena carcajada.  “No tengo ni idea.  ¿Ves?  Estoy como el arte.  No tengo ni idea.  A ver qué podemos hacer.  Quiero hacer algo sobre la Guerra Civil.”

            “¡Dios!  Tú también.  Pero es que no te das cuenta de que ya no se puede hacer obras sobre ese tema.  Está muerto.  Ya aburre.  Me aburre a mí y eso que llevo menos años aquí.”

            “Ya, pero esta vez va a ser diferente.  Ya te digo.  Va a ser sobre los periodistas en el Hotel Florida en Madrid durante los bombardeos de Madrid.  Los muy cabrones.  No los periodistas, sino los de Franco.  ¿Sabes quienes estaban allí?  Hemingway, Dos Passos, Langston, ese era el negro.  Unos cuantos rusos también.  Gente de todas partes.  Podría ser chula.”

            “Eso sí.  Pero a ver…”  No estaba muy convencido.  Cuando se revierte a esos temas, es que sinceramente las ideas se nos están acabando.  Lo mismo sorprende con algo nuevo y novedoso.  El Hotel Florida ya no existe.  Era un hotel hermoso hecho por Antonio Palacio, el mismo del Palacio de Comunicaciones y el Círculo de Bellas Artes.  Se situaba en la Plaza de Callao, y fue derribado en los años 60 para construir el Corte Inglés.  Así son las cosas.  Según.

            Los reporteros subían al edificio de Telefónica y de ahí enviaban sus historias a todo el mundo.  La Guerra Civil se considera como el primer conflicto cubierto por los medios de comunicación modernos.  Las noticias llegaban enseguida, y con una voz para darles más vida.

            De estas cosas hablamos en la barra del Mini Teatro Por Dinero.  Al final no entramos a ver a ninguna obra.  Tomamos cerveza y hablamos de películas, de libros, de viejos amigos y sueños.  Cuando llegó el momento de abandonar el sitio o caerse del taburete, salimos a la calle Ballesta y hasta la Calle Desengaño, nombre que no engaña.  La zona se está regenerando pero hay momentos en la noche cuando tiene que ser el lugar más triste del mundo.  Seguro que ha habido unos cuantos que se han suicidado aquí.  Pasa una mujer, que parecía una mujer pero que de cerca deja claro que no.  “Mira,” dice mi amigo, “esta tiene un rabo como un bate de béisbol.”  No me preguntes por qué lo sabe.  Yo tampoco se lo pregunto.  “Y aquí, aquí en esta esquina,”  Desengaño con Valverde, “es donde Goya expuso por primera vez sus Caprichos.  Y ahora es un puto sitio de juego.”

            “Y apuestas.”

            “Y apuestas.  Efectivamente.”

            “Bueno.  Apropiado, si quieres saber mi opinión.  Por muchas razones.”

            Puede ser.

            Llegamos a la Gran Vía, imaginábamos cómo era la situación en 1937, inspeccionamos la fachada del edificio Telefónica, con los parches de los impactos de balas y bombas.  Los miramos fijamente.  “Imagínate.  Hubo un corresponsal que cuando venía hasta acá dijo que vio los sesos de una víctima deslizándose por la pared de uno de estos edificios.  Dijo que jamás fuera capaz de olvidar esa imagen.”

            “Lógico.”

            Reflexioné.  “Creo que tengo una idea.  ¿Y si hacemos un documental sobre las fiestas de España?  Ya sabes, algo que realmente dice algo.  Forman una parte milenaria de esta cultura y siguen más vivas que nunca hoy en día.  Puede ser la solución de todos nuestros problemas.”

            “No está mal.”  Me dijo.  Seguimos nuestro camino hacia el Cibeles donde él iba a coger un búho y le paré en una esquina y señalé con el dedo un local en una primera planta.  Era unas oficinas.  Tenían ventanas enormes que recorrían hasta el final.

            “¿Ves esto?  Aquí es donde trabajé por primera vez en Madrid.  Todos los sábados y luego un poco más.  Lo que pasa es que el tipo no tenía clientes y nos había contratado a unos cuantos a jornada completa.  No tenía ni un duro y me fui antes de que llegara la quiebra.  Lo veía venir.  Efectivamente, unos seis meses antes se fue al pique.  Y desde entonces, que sea que es el dueño no ha vuelto a alquilar el local.  Desde 1992.  Hace veinte años. Mira…siguen los carteles de ‘Se Alquila’.  ¿Crees tú que está notando la crisis?”

Madrid en Crisis: 21 de Agosto

El euro sigue vivo.  Eso parece ser.  De momento.  Todos, menos el inglés, que a mí me da que aún no ha elegido un lugar favorito para suicidarse, porque de ser así, no estaría viendo la vida con una actitud tan negativa, piensan que va a sobrevivir.  Lo dicen todos, menos cuando dicen que hay que estar preparados para cuando desaparezca.  Yo me siento un poco confuso, hay que reconocer.  Además, las comunidades autónomas que están luchando por no hundirse del todo, anuncian que no van a lograr sus metas presupuestales.  Lo anuncian con tiempo para que nadie se engañe.  Para que se no haya engaños, vamos.

            Fui por la tarde a la biblioteca del Museo Reina Sofía para verla por primera vez, pero ni pude porque estaba cerrado.  El Reina Sofía cierra los martes.  Es verdad.  Lo hacen para que no todos los museos cierren el mismo día, de cara a los turistas.  Normal.  Han subido un 7.1% este año con respecto al año pasado.  Dicen que lo hacen por los bajos precios, cosa que no se explica, porque los precios no están tan bajos.  Han subido un 81% en diez años.   Y dicen que vienen a pesar de la crisis, cosa que tampoco entiendo porque todo el mundo me dice que tiene miedo a venir a España porque piensa que les va a violar en la calle por culpa de la crisis.  Que no hay dinero y por eso la gente viola.

            Eso han dicho.  Lo de los extranjeros.  Dicen que el turismo forma un 10% de la economía.  La semana pasada formaba un 16%.   Los dos de fuentes fiables.  Una será más de fiar, digo yo.  El caso es que el mercado recibió esa buena noticia con una bajada de 2.7%  Dicen que lo hacen para cosechar los buenos resultados de los últimos días.  Alguien ha ganado dinero, deduzco.  Me alegro.

            Como no me quedaba otro, fui hasta el Museo de Antropología, que se encuentra enfrente de la Estación de Atocha.  Atocha tiene la curiosidad de tener una torre de ladrillo muy alta con un reloj arriba de todo.  De día se ve de maravilla, pero de noche, no se ve nada porque pusieron unos focos muy fuertes justo debajo que iluminan hacia el suelo.  Bloquean la vista al reloj.  Es así.  Nunca lo han cambiado.  También murieron muchas personas en un atentado hace casi 10 años.  Hace cinco se celebró el quinto aniversario. Fui por la tarde pero no había nadie.

            El Museo de Antropología cuesta 5 euros (500 pesetas).  Hoy es un museo dentro de un museo, porque todo lo que ves más o menos es cómo nuestros bisabuelos visitaban un museo.  Dedican casi el primer piso entero a Las Islas Filipinas.  Nos enseñan muchos vestidos, muchos ajuares, y bastantes instrumentos.  Luego hay una pequeña sala que habla del Budismo y el Islam.

            La única sala que me interesaba, era la colección original sobre la anatomía humana.   Exponían muchas cabezas encogidas que personas de tierras lejanas.  También una docena de máscaras de la muerte de hombres, solo las cabezas, y otra de una mujer, con sus tetas también.  ¿Sabes que la palabra “teta” no está admitida en mi programa?  ¿Ni “tetas”?  Debe de ser una palabrota.  O mal escrita.  Según.

            En fin, había un esqueleto del Gigante Extremeño, que vivió en el Siglo XX y medía2,25 metros.  Eso es una barbaridad.  Le metieron en un circo, que es donde se enviaba a ese tipo de persona.  Por fin, tuve la oportunidad de observar de cera, pero muy de cerca, una momia.  Dicen que creen que es un guache que estaba en una cueva en Tenerife.  Aún estaban sus uñas, muy brillantes y pulidas.  Yacía en una vitrina.  A sus pies había lo que a mi me parecía un walkie-talkie.  Tenía escrito con rotulador “MOMIA”, así que sabía que era de él.

Madrid en Crisis: 20 de Agosto

Un amigo de mi tierra, al que no voy a ver hasta dentro de una temporada porque se va, me preguntó mientras bajábamos la Calle Segovia: “Lo que no se entiende es cómo es posible vivir en este país con el euro.  Ganáis la mitad que nosotros y todo es como el doble de caro.  ¿Cómo lo hacéis?”

            Era una buena pregunta porque es un auténtico misterio.  Nadie sabe muy bien ni cómo se consigue, aunque eso sí, se sabe que no se consigue en el fondo.  En parte porque no todo es tan caro.  La comida, por ejemplo, sigue siendo bastante más barata que en EE.UU.  Hay muchas otras cosas que no, y la gente de allí tiene mucho más poder adquisitivo.  “¿Cómo es posible?  No me cuadra.”  Seguía comentando con estupor.

            Es normal.  Desde la entrada del euro, todo ha cambiado en este país.  Yo me esperaba todo tipo de caos.  Me imaginaba algo así como cuando meteorito se acerca a la Tierra o en un puesto de churros en la playa.  No habría ley ni orden.  Pero no ocurrió.  Todo el mundo comportarse.  Y nosotros nos sentíamos importantes porque ya teníamos una divisa que hasta los americanos respetaban.  Y cuando llegó a valer un euro $1,50, pues no te puedes imaginar.  Teníamos los cojones como balones.  Sí señor.  Como lo oyes.

         Pero había un problema.  Un problema serio que sabíamos que existía pero que hacíamos caso omiso porque supongo que nos daba miedo.  Un poco como cuando llegan el extracto del banco a casa y lo guardas rápidamente en el cajón.  “¡Ya no está!”

        Es que los precios subían a lo bestia.  Ya se veía venir en los meses justo antes de la entrada del euro.  Un café en un bar de al lado de mi casa empezaba a subir.  Primero 120 ptas, luego 125, después 130, y por fin en diciembre del 2000, ya costaba 140 pesetas.  Al entrar el euro, puso 90 céntimos como precio.  Eso se traduce en 150 pesetas.  Aguantó el tipo durante unos seis meses y acabó tasándolo a un euro.  Es decir, 166 pesetas.  Así que en un periodo de 12 meses más o menos, un café había llegado a subir en un 28%.  Eso por solo un café.  Ahora cuesta 1.40 euros.   Eso ha sido el patrón de casi todos los productos.  Mira los resultados de los 10 primeros años publicados en diciembre del año pasado:

        Pan: +81%

        Huevos: +114% (claro, los tenemos más grandes ahora)

        Leche: +48%

        Arroz: +45%

        Aceite de oliva: +33%

        Una casa nueva: +66%

        Una casa ya usada: +81%

        Tren: +48%

        Autobús: +45%

        Transporte urbano: +53%

PERO: Nuestros salarios: +14%.  Eso es…a pesar de que se dice que revisan nuestros sueldos conforme el IPC, algo claramente falla.  El salario medio de 2001 era de 19.802 y ahora es de 22.511.  Juguemos con los números: eso quiere decir que tus ingresos mensuales han aumentado solo 225 euros en diez años.   Eso asusta.  Y encima, ya nos quitan más dinero con el fin de ahorrar.  Un 7%.

       ¿Viene bien el euro?  Sigo creyendo que sí.  Lo único es que habrá que seguir trabajando para actualizar este desfase porque si no, vamos a siempre estar ahogados.  Leí un artículo de un inglés imbécil que escribía con tono burlón que no se puede hablar de si el euro se va a morir porque ya está muerto. LOL.  Me parto.  Y es que ese tipo daba por descontado que es una cuestión del tiempo antes de que desaparezca la única moneda en Europa.  Que sería mejor para los países como España volver a la peseta.  Yo entendía lo que decía, pero no estoy de acuerdo con él.  Además, en parte gracias a que los ingleses no han tenido las gallas de entrar en el euro, con esa actitud suya de estar dentro de Europa pero fuera a la vez, su hubiera entrado el Reino Unido como se tenía que haber hecho, lo mismo la situación sería más estable.  Típico mensaje condescendiente de un inglés.  Recuerda que ellos acuñaron el término tan amable de países PIGS (Portugal-Italy-Greece-Spain).  ¡A que todos siguen viniendo a este país a pasar sus vacaciones llenos de alcohol y matarse tirándose a una piscina desde un balcón con mala puntería!   Según.

        No creo que tenga razón.  No creo que vaya a ocurrir.  Y aunque la tuviera y pasara, seguiría pensando lo mismo.  Es un imbécil.

Madrid en Crisis: 19 de agosto

En el convenio de los vigilantes existe el estatuto que permite tener un día de descanso cada diez o quince o veinte días.  Eso no está estipulado.  Eso lo tienes que adivinar.  Lo adiviné.  Llegó en un whatsapp.  Puso “Hoy descansas.”  Lo que pasa es que ya había planeado un rato de ejercicio y otro rato de pasear por ahí en mi bici y otro rato de comer en el centro.  Hice los dos primeros.  Lo de la bici se abrevió porque la rueda delantera iba mal de aire.  Era curioso porque pensé que iba bien.  Encima había echado aire unos minutos antes.  Había recibido otro mensaje de la voz femenina diciendo que fuera hasta el Viso donde viven tantas familias adineradas.  Me pidió que contara el número de casas que tenían todas las persianas bajadas…por completo.  “¿Y las abiertas también?”  No contestó, pero eso fue porque era su manera de decir que mi pregunta era una gilipollez.  No llegué.  Fui hasta Diego de León y decidí empezar a dar la vuelta porque mi bici sonaba como si estuviera pisando hamsters por todo el camino, en particular en las zonas de pintadas.  No me veía andando a casa con mi bici desde el Viso.  Volví bajando Núñez de Balboa, 12 manzanas, sin que un coche me adelantase.  Era el domingo más tranquilo del año.  Según.

            Me llamó un amigo para quedar a comer.  Pensé que era en el centro de Madrid, pero resulta que él estaba pensando en El Escorial.  Se puede decir que había habido una confusión de unos50 kilómetros.  Como era mi día libre acepté su oferta y cogí un tren de cercanías desde Atocha.  Para ser un domingo de los domingos más tranquilos del año, había bastante actividad.  Compré mi billete y rápidamente bajé hasta la vía.

            Siempre han dicho que en tiempos de Mussolini, una cosa buena que consiguió, en contraste del fascismo y la Segunda Guerra Mundial, era que los trenes saliesen y llegasen a su hora.  Se dice algo parecido de Franco.  Han pasado muchos años, y la puntualidad del sistema español sigue siendo ejemplar.  Vamos, que no andan con gilipolloces, para que nos entendamos.

       Y aún así, hay sorpresas.  El tren estaba previsto para salir dentro de dos minutos. Bueno, llegar y salir.  Y así fue.  Llegó y salió.  Incluso un poco antes.  El problema era que no era mi tren.  Era el de otra persona que pensaba llevarlo a otro sitio.  Yo no era consciente de este cambio porque estaba inmerso en un libro solo pausando de vez en cuando para ver quien subía y quien bajaba en las estaciones.  Cuando salimos a la luz del día algo me hizo centrar en lo que decía la voz electrónica dentro del vagón.  Dijo, “Este tren va a San Sebastián de los Reyes, zoquete, ¿piensas bajar?  Solo te queda Chamartín.”

     Encogió mi corazón y con mucha prisa y poca elegancia salté al andén.  Resulta que el mío venía justo después, a los dos minutos, en la misma vía.  Tuve suerte.  Según.

       El nuevo sí que iba bien.  Había muchos sitios para sentarse.  Me había tocado uno de los días más nublados del mes para visitar a un amigo y a la piscina de mi amigo.  El tren se escapaba lentamente de la ciudad.  En las afueras se veían kilómetros y kilómetros de calles fantasmas sin casas todavía.  Hay estaba uno de los cadáveres de la crisis.  En 2005 había hasta 3,35 millones de viviendas vacías.  Sin embargo, seguían construyendo, a un ritmo de 500.000 por años.  Seguían y seguían sin darse cuenta de lo que se les venía encima.  Seguían como la gente de Dresden hasta la tarde cuando llegaron los aviones.

Madrid en Crisis: 18 de Agosto

Había sido una buena semana para la crisis a Madrid de las 13, 14, 15, o 16 quiebras que la habían azotado en otra épocas, años y tiempos.  Excepto la de la Guerra Civil, como ya sabemos, que no contaba por ser una conflagración interna.  Según.   Y mucha gente murió.  Según.  Y no se puede exigir el pago de deuda así.

     La prima de riesgo ya ha bajado por debajo de los 500 puntos por primera vez desde junio, cuando el gobierno tenía que pedir es rescate para poder rescatar a la banca.  Supongo que sabía que iba mal y que necesitaría ayuda.

      Mis cobayas tenían hambre.  Siempre es así.  Cuanto más coman más exigen.  Lloran y chirrían y protestan y les digo “Señoras, que ya habéis comido.”  Yo las llamo ‘señoras’ porque son cobayas adultas, aunque no hayan copulado nunca en su vida.  Me siento un poco culpable de eso.  Me siento un poco bastante culpable porque nunca he metido a un macho en su jaula.  Lo hago porque no quiero miles de roedores en mi casa, y porque no tengo tantas espinacas.  En ese sentido, soy un dios menor.  Un dios poco misericordioso.  Pero las llamo ‘señoras’ por edad y por respeto porque no creo que se debiera referir a ninguna mujer con una designación determinada simplemente porque he permitido que un pene entre en su vagina.  O no.  Según.  De la misma forma que supongo que María, al ser la madre de Dios, poseía más virtudes que la de impedir que ocurriese.

       En fin, mis cobayas tenían hambre.  Sabía que no iba a conseguir su comida en la tienda habitual porque la dueña estaba de vacaciones…en la costa o en la montaña…vigilando por allí.  No tuve más remedio que ir al Corte Inglés para solucionar el problema.  No soy especialmente anti-Corte Inglés; tampoco soy un incondicionado.  Pero intento evitar adquirir comida para una cobaya…pero es precisamente ese aspecto de solución el que le da la fama que tiene.  De camino a la tienda de la perdición, pasé por otras pensando en algunas maneras de inyectar liquidez en la economía pero no me sentía especialmente inspirado.  Las tiendas estaban abiertas pero vacías.  Las rebajas relativas.  Una mesa hecha de madera falsa y tambaleante estaba a 70€, antes costaba 210€, valía 20.

        Recogí mi comida, pasé por Tiger y compré una caja de bastoncillos para sacarse la cera.  Costaba un eurito.

        Por la tarde mi amigo Iván me llamó para invitarme a una fiesta en una azotea de un hotel de Madrid donde las mujeres estaban todas deliciosas, la música tortuosamente irritante y las copas costaban 15€.  Precio crisis.  No tengo edad, le digo.  No ligo porque no tengo edad.  Las miro y ven a sus putos padres.  Le digo eso.  Según.  Además a 15€, que no sería la última ni única copa…para eso no voy.  “Como tú quieras.”

        Me quedé trabajando en casa.  Justo antes de acostarme me llegó un sms, cosa rara, ya que casi nadie se comunica así.  Pone: “Puedes hacer más.  Aún no has descubierto todo.”  Firmado por un teléfono desconocido.

         Era un sms de una mujer.  Se puede detectar la voz femenina incluso en un mensaje de texto.

         Contesté.  “Creo que te has equivocado de destinatario.”

         No estaba orgulloso de mi forma de resolverlo.  Me dejé flotar a la cama.  Hacía un calor espantoso.  Los árboles estaban petrificados.  El aire paralizado.  Se podía oír las conversaciones de las personas a distancias de dos calles o más.

         Cuando no había más ruido, por supuesto.

Madrid en Crisis: 17 de agosto

Mi amigo Iván llamó a la puerta y le dejé entrar, porque es mi amigo.  Estaba emocionado.  “Creo que he ligado esta vez.  Pero de verdad.  ¿Ves esto?” con sus ojos señaló la barra de pan que tenía en la mano.  “Esto es mi billete a la felicidad.  La he comprado en el sitio de los argentinos al lado de mi casa. La chica que vende el pan es un bombón.  La típica a la quieres hacer, buah, tremenda, ya sabes.  Le dije ‘Dame un gallego’, como diciendo, un pan gallego.  Ya sabes.  Y ella me contesta ‘Querrás decir una gallega, verdad.  Mejor una gallega que un gallego.’  Con ese tono que ya sabes…de pícara…(lo acompaño con un rugido de tigre, lo cual me descolocó un poco). Y le contesté que sí tenía toda la razón.  Y me dijo, ‘Pues ya sabes…’, otra vez con ese tonito de (y rugió de nuevo).  Eso es lo que me dijo. A mí. Te digo que a partir de mañana pido una barra gallega todos los días de allí.  Mira, tócala.  Tierna y caliente.  Y le voy a dar mi txocolomo.”

     Apreté la barra y reconocí los valores que me había indicado.  Casi me quemo.  “Desde luego, recién hecho.”

      “Es más que eso.  Es suntuoso.  Voluptuoso.”

       “Iván, please, es un pan.”

        “No sabes nada de mujeres.  ¿A ver qué tenemos para hoy?”

       “Poca cosa…con el calor que hace, no está la cosa como para salir por allí a lo loco.  Estoy con la historia de España.  ¿Sabías que se ha quebrado 16 veces?  Eso me dicen.”

       “Bueno…no es exacto.  Solo trece veces.”

        “Suena mejor…supongo.”

        Ya entiendo porque se toman las cosas con tanta tranquilidad.  Empecé a entender las fiestas, las terrazas y los bares.  Las crisis y las quiebras forman una parte íntegra de la historia negra de este país, como la inquisición, la opresión de los indios y la interminable lista de películas sobre la Guerra Civil.  Estaban acostumbrados.  Por eso podían pedir sin inmutarse, “Cinco cañas que invito yo.  Porque a mí me van a intervenir.”

       Y así me lo contó: El que se lleva la palma era Felipe II por conseguir ña quiebra tres veces en su reinado.  La primera vez ocurrió en 1557, la segunda en 1575, y logró el hat-trick en 1597.  Y a partir de entonces, más o menos todos los monarcas hasta mitades del Siglo XIX pusieron su granito de arena: Felipe III afrontó un par de ellas, Felipe IV llegó a la suspensión de pagos hasta cuatro veces, y los demás, Carlos II, Carlos IV, Fernando VII e Isabel II también pasaron por la bancarrota.    La última vez que el estado se ha quedado sin pasta fue en 1939.

       El caso de Franco fue, después de todo, a causa de una guerra civil.  Se puede decir que se comprende.  Actualmente, la causa ha sido porque en un lugar de la Mancha, por ejemplo, han construido un aeropuerto entero…pero enterito, que llegó a costar 1.100 millones de euros y que actualmente está…muerto.  No se usa para ningún servicio comercial, como fue su propósito.  No hay ni un alma.  Al principio se llamaba el Aeropuerto Don Quijote y luego lo cambiaron.  Pero cambiar de nombre no cambia la absurdidad del proyecto.  No quita la fantasía ni el espejismo.  No quita nada.  Sí señor.  Ya lo creo que la causa ha sido diferente.

       Ora pro nobis.  Según.

Madrid en Crisis: 16 de agosto

La Bolsa de Madrid…el Palacio de la Bolsa de Madrid, se encuentra en el centro de la ciudad.  Creo que ya lo había comentado alguna vez.  O, por lo menos, una vez.  Era mi propósito visitarla con la esperanza de llegar más afindo con este tema de la crisis.  Lo mismo se me aclaraban las ideas.  Lo mismo no.  Como parecían que ellos mismos tampoco sabían lo que pasaban, ¿cómo iban a sacarme de toda confusión?

          Había conseguido una plaza en la visita oficial, que se realiza una vez a la semana, los jueves a las doce.  Tenían mi nombre.  Tenían mi NIE.  Tenían mi móvil.  Tenían motivos para no dejarme entrar.  Sin embargo, escapé cualquier persecución y acudí a la cita con expectativas dudosas sobre lo que iba a ver.  Total.  ¿De qué se puede hablar sobre la bolsa durante más de una hora?  ¿Se me ocurriría una pregunta inteligente?  ¿Qué hago si soy el único idiota allí?  Debía de serlo porque ni siquiera mi amigo, mi compañero en crisis estaba dispuesto a apuntarse.

      Muy a mi sorpresa, vi que no era el único idiota en solicitar semejante concesión.  De hecho, éramos casi treinta, de todo tipo, pero sobre todo, de habla española.  Las autoridades toman en serio su labor.  Había un guardia con una lista de los asistentes y teníamos que presentar nuestros DNI para poder entrar.  Una vez dentro, un señor mayor nos llevó a una esquina y empezó a contarnos cómo iba a ser la visita.  Lo primero que nos dijo era que, a pesar de que la televisión esté presente casi todos los días para narrar lo último de la crisis, en realidad no hay ninguna actividad bursátil desde hace 20 años, quizás más.  Sin embargo, el patio estaba lleno de paneles con datos y gráficos y luces verdes y rojos.

       Según.

      Hay que reconocer cuando hay que reconocer y por eso hay que reconocer que la visita estuvo francamente buena, ayudada en buena parte por la buena presentación del hombre que nos guiaba.  Y tampoco nos enseñó gran cosa, cuatro cosas con quien dice: La sala de los Pasos Perdidos, el salón de fumar, la sala de cotizaciones, la galería y por fin el parque (o lo que es el patio principal).  Eso es.  Pero nos contó detalles sobre su historia, sobre el significado de muchos detalles y lo hizo todo parecer ameno.  Incluso aludía a la crisis con una naturalidad que tranquilizaba.  Lo mismo era porque este país ha quebrado 16 veces en su historia y no ha sido succionado por un agujero negro y eructado a otra punta del universo.  Que yo sepa.  Creo que alguien se habría dado cuenta si no.  “Esa es el famoso panel de la prima de riesgo que, por cierto, va bajando hoy, qué bien.”  Vamos, podían habernos estado hablando de un tren que está llegando a su hora.

        Uno de los descubrimientos que más me llamaron la atención era un ejemplar de un libro escrito en 1688 por un español llamado José Penso de la Vega, o más bien, José de la Vega.  Este señor, según me cuentan, fue autor del primer tratado en la historia sobre la Bolsa, en este caso la primera de la historia, la de Ámsterdam.  No lo he leído, lo acabo de conocer ayer, pero dicen que es una sátira y por el título me lo creo: Confusión de Confusiones.

         Ya con eso, el señor De la Vega me cae bien.  Esa poesía de tres palabras resume el mundo bursátil y se le ocurrió a ese genio hace más de tres cientos años.  Y a la primera.  Es decir, el primeri intento de abordar aquel mundo.

        Seguro que tenía un sitio preferido para suicidarse si el momento y las circunstancias lo exigían.

        Según.