Tendencias de la España XXI: La Era Bio

Pues alguien me va a tener que explicar por qué, si España es la piedra angular de la afamada, legendaria y milenaria “dieta mediterránea” de la que tanto les gusta a sus ciudadanos presumir, por qué, repito, ¿por qué es tan necesario ir rompiendo con lo que ya funciona?  “If it works, don’t fix it,” como decimos en mi idioma. Últimamente, parece que no veo otra cosa que sitios y supers obsesionados con productos Bio con la intención de superar lo que ha sido hasta ahora para mí y para casi toda la humanidad, si me permitís tomar la libertad de generalizar, insuperable.  Y me supera.

     Tantos años de adoctrinamiento en el fascinante mundo de la gastronomía española, tantas veces instruido en el indudable, el incuestionable beneficio de una fabada (hecha el día anterior por supuesto) me convirtieron en el fan número del mundo mundial de esta comida; comida que no solo se encuentra en casi cualquier lado (como es el caso en muchos países del mundo, incluyendo mi querido Estados Unidos) sino que también se compra y, ¿preparados?, se consume (como no pasa en muchos países del mundo, incluyendo mi querido Estados Unidos).

        Basta con entrar en una casa norteamericana con una bolsa de algo tan sano, pero a la vez tan normal y corriente como las lentejas y se llena el aire de unos cuantos “oohs” y “aahs” y las cejas llegan hasta el techo.  “¿Y eso?”

     “No es nada.  Solo unas lentejas.  Las tomamos casi todas las semanas.  No tienen nada de especial.”  Y es verdad.  No se da mucha importancia a todo lo bueno que comemos en este país.  Y es verdad que es mentira porque sí se da mucha importancia.  España entera es como un plato lleno de tapas.  Hasta hablar de los lugares españoles es hablar de la gastronomía española.  “Huelva…¡qué gambas tiene! ¡Y qué me dices del jamón!”, “San Sebastián…con eso pinchos…”, “¿Granada? Preciosa.  Y con las tapas que te ponen, cenas con dos rondas de cañas.”  La lista es larga y placentera y ayuda a motivar al alumno de geografía.

      Pero parece ser que la perfección no es suficiente.  Ahora la sociedad pide cada vez más que todo, absolutamente todo, lo que comemos quede “limpio” de impurezas.  Todo tiene que ser natural. Y ojalá eso fuera el único criterio.  Antes se enterraba todo en sal y ¡hala! todo bien muerto.  No hay bicho que sobreviva eso.

    A lo largo de estos años he hecho mi parte para defender las migas con chorizo, la paella amarillada con colorante, y la panceta frita pero para demonstrar que tampoco soy un tío que se ha detenido en los tiempos del bocadillo de calamares fritos en la Plaza Mayor (contra todo pronóstico lógico, el sandwich más árido jamás inventado sigue siendo un manjar para miles de turistas todos los años), de vez en cuando me aventuro en el mundo de la alimentación súper-sana para ver qué es lo que puedo descubrir de mi lado más sensible, y así mirarme en el espejo, guiñarme un ojo, soplarme un beso y maullar, “¡Qué hombre más Eco eres, Brian!”

       Y como buen residente permanente de España con un NIE de los primeros, de gran reserva, empiezo con un par de huevos.  ¡Olé!  Cinco pares, incluso.  ¡Olé, olé!

     Digo cinco, porque veo que la primera cosa que se ve afectado por esta nueva moda es la cantidad de comida que te proporcionan frente las medidas tradicionales.  Diez en vez de doce.  Y eso me jode, con perdón.  Yo me pregunto: ¿Qué pasa con la clásica docena?  Es un número tan apostólico, tan anual, tan astral.  Las panaderías llevan siglos vendiendo sus productos según la magia de ese número, y los hueveros, que yo sepa.  ¿Es una señal que la Era Bio nos está haciendo menos machos?

     No lo sé, pero lo que sí os puedo asegurar es que me está haciendo más lelo, porque cuando me encuentro cara a cara con el embalaje de uno de esos productos se me sale un ademán que algunos que me han visto en directo han comparado con el rostro de los seres humanos más primitivos que en el pasado vagaban por las tierras en busca de frutos secos, roedores muertos, piedrecitas o Dios sabe qué cosas ingerían entonces.  O incluso a uno de “esos tíos que trabajan en una fábrica de martillos, ¿me entiendes?” observó otro.  Más o menos.

     No sé por dónde empezar pero desde luego muchas veces sé cómo acabar.  Por dejarlo de nuevo en el estante, susurrar “¡Por el amor de Dios!” y dirigirme a la zona de alimentos plenamente transgénicos para encontrar unos momentos de consolación al lado de un tubo de Pringles.

     Los huevos son otra cosa, porque se venden todos en el mismo sitio, así que voy dedicando algo de mi tiempo valioso a estudiar exactamente qué es lo que hace que un huevo sea un huevo de calidad.  Antes todas las aves las tenían literalmente “cooped up” como decimos en inglés, encajadas en unos espacios minúsculos, donde los animales pasaban una existencia infernal con el fin de servir al hombre.  Sigue pasando, pero hacemos como si no fuese así.  Como mucha gente, miro el presupuesto, hago el sueco, e intento imaginar que los dueños de las empresas que ofrecen 24 huevos a 1,49€ realmente se levantan por la mañana todos los días y masajean personalmente a cada pájaro antes de que el primero huevo se haya puesto.  Me ayuda a pasar por la caja sin remordimientos.

      No obstante, el otro día por fin piqué y me llevé una caja, pero no sin investigar un poco antes de tomar una determinación.

     En primer lugar, tuve en cuenta el número: un paquete de diez.  Pensaba que ese número automáticamente confirmaba que eran “de los buenos”, aunque realmente era una manera de hacerme creer que eran más baratos de lo que son.  Luego el color: verde.  Sugería que lo que iba a meter en mi carro no solo iba a hacerme un humano más completo sino una persona dispuesta a salvar el mundo.  También había que considerar el nombre: “Naturelle”, suena francés y, por defecto, superior en calidad.

     Todo pintaba bien, así que me fijé en los detalles para ver si lo anterior había sido un engaño o no.  La alimentación: basada en maíz y trigo con una aportación superior al 60% y soja y complementaban con otros cereales “nobles” y minerales.  Que yo supiera, todas las gallinas comen así, pero me sonaba cojonudo.

     Finalmente, tuve la oportunidad de adentrarme en la vida cotidiana de uno de esos animalitos.  En letra grande decía “gallinas en libertad”, cosa que me alegraba por una parte y desconcertaba por otra porque daba la sensación de que eran aves que habían cumplido sus condenas en la cárcel y encontrado una manera de integrarse de nuevo en la sociedad poniendo huevos.  He visto a estos seres vivos libres con mis propios ojos y os puedo asegurar que algunos son auténticos matones.  Tienen plumas que cubren hasta los garras de sus pies, como si pertenecieran a los Ángeles del Infierno. No me gustaría nada deberles dinero.

      Igual de inquietante era lo que ponía después que era “criadas en suelo y con acceso al aire libre”.  No sé qué opináis vosotros, pero a mí me suena a que antes las tenían suspendidas en el aire con una red debajo para atrapar el huevo volador y que de vez en cuando les abría la ventana para respirar, llamándolo “acceso al aire libre”.

      A pesar de todo, me lancé y realicé el pago, orgulloso de que ya era un hombre Eco.  Se lo dije a mi “significant other”, como nos gusta decir en Estados Unidos, porque ella es una auténtica experta en estos terrenos, y quería hacerle ver que sabía actualizarme.  “Muy bien,” me felicitó. “¿Pero el alimento procede de maíz transgénico?”

     “Yo qué sé.  No lo pone.  Mira.  Pone que las gallinas son felices.  ¿No vale?”

“Yes, but is the food transgenic?  That’s important.”

     “Esto no tiene fin.  Me rindo.  Voy a por un bocadillo de calamares y una caña doble.”  Mañana lo intentaré de nuevo.

La Amenaza del Bilingüismo

Ayer tuve una conversación de esas que vienen siendo corrientes en estos tiempos: la presencia del inglés como el mal de todos los males.  En dos palabras: Una amenaza.

     Es curioso.  Tantos años lamentando que en este país el nivel de inglés es vergonzosamente bajo, ahora que todo empieza a cambiar, me enfrento con todo tipo de pegas.  Había la protesta a nivel infantil cuando se decía que los alumnos iban a empezar a tener dificultades para hablar su lengua materna si aprendían el inglés demasiado pronto, creencia sin ningún fundamento científico ni académico.  Luego surgió la sospecha en primaria de que los alumnos iban a tener menos nivel de conocimientos en ciencias naturales si estudiaban la asignatura en inglés, también un argumento que carece de pruebas.  “¡No saben decir ‘vejiga’ en inglés!’, protestó un amigo hace tiempo.  Era curioso porque me acuerdo de una actividad que hice hace muchos años cuando les ponía palabras en inglés que yo sabía que no sabían y dio la casualidad de que una de esos vocablos era “bladder”.  Cuando al final les revelé que “bladder” significaba “vejiga”, me miraron perplejos y dijeron, “¿Eso qué es?”

      Yo no niego la posibilidad de que esos alumnos reciban algo menos de información al aprenderlo en otro idioma, pero ¿tanto que les va a suponer un handicap más adelante?  Por favor.  Encima, y esto sí que está demostrado neurológicamente, los alumnos se encuentran beneficiados en cuanto a su actividad cerebral, al saber trabajar en más de un idioma, por no hablar de las destrezas que vayan a adquirir de cara al futuro.   Tiene todo el sentido en el mundo.

        Aún así, muchos no están convencidos.  Una me confesó exasperademente, “Pero nadie hace lo que estamos haciendo con el bilingüismo.  Somos el único país.”

        Dicha afirmación podría parecer un cumplido, pero nada más lejos.  Me lo dijo en plan, solo se les ocurre a los españoles inventar semejante estupidez.  Y yo pensando, ¿pero por qué?  ¿Desde cuándo una idea novedosa que nace de estas tierras tiene que equivaler una insensatez?  ¿Qué pasa?  ¿Si no lo hacen los finlandeses primero, es una mala idea?  ¿Dónde está el orgullo en tomar una iniciativa y en ser un ejemplo para los demás?  Por primera vez, la deseada y antes inalcanzable meta de superar “ese tema pendiente” se está superando, y parece que estamos cometiendo una especie de suicidio colectivo.  Una autoinmolación, como si todo un pueblo estuviera gritando, “¡Lo sentimos! ¡Lo sentimos! ¡No hemos querido decir eso de aprender inglés!”

       Sorry!  Ya es tarde, seguramente.  Pero no pasa nada.  Esto es como cuando tienes hijos adolescentes.  Piensas que no va a acabar nunca y un día todo cambia para bien.  Es normal que haya miedo. Es normal que haya nerviosismo. Es normal que la gente se muestre conservadora antes un cambio profundo…pero podría ser peor.

     “Yo también soy profe de Lengua.  Lengua castellena.”

     Me miró incrédula.  “¿Cómo?”

     “Sí.  ¿Por qué no?  Casi todos los profesores de inglés son españoles, ¿por qué no puede ser un americano un profesor de español?”

     “¿Es no es ilegal?”

     Eso sí que es una amenaza.  : )

Setas

Pues otro puente que ha venido y se ha ido sin pena ni gloria.  Más bien pena más que gloria.  El 12 de octubre, el Día de Todo-Menos-Celebrar-El-Descubrimiento-de-América, cayó un sábado, así que poca cosa.  Eso no impidió que todo Dios saliera al campo para hacer Dios sabe qué, porque no veía a nadie parar.  Estaban todos en la puñetera carretera.  Supongo que algunos habrán querido a buscar setas, que es lo que dicen todos que van a hacer.  Eso sí que es algo tan propio del Viejo Continente, algo tan tradicional.

Muchos españoles dicen irse a recoger setas todos los años.  Y cuando no consiguen llegar al bosque, cosa habitual, afirman disfrutar de esta actividad con un entusiasmo que supera lo normal.  Lo enumeran como uno de las diez aficiones que tienen.  “Sí, a mí me encanta el otoño.  Me encanta recoger setas.”  Son dos frases que van casi unidas.  Digo yo que hay más seteros en este país que setas disponibles.  Me da que pertenece al mismo grupo de personas, también sorprendentemente numeroso, que no ven la tele nunca y como mucho para ver algún documental.

En Connecticut nadie caza setas porque todo el mundo sabe que todos los hongos son venenosos y que hincar diente en uno te pueden dejar más tieso que una tabla de surf en una cuestión de segundos.

     Solo los que se encuentran bien empaquetados y etiquetados en un supermercado aseguran tu supervivencia.  De vez en cuando, algún entendido de micología me da un par de consejos sobre las setas buenas y malas.

       “Son todas malas,” te digo.  “Matan siempre.”  El amigo insiste y me da la lección de todas formas.  Si mal no me acuerdo, es algo así como, las que tienen pinta de tóxicas son las buenas, y las que se parece a las que te ponen en un plato con ajos, son las que te pueden cambiar la vida para siempre.

Pero al igual que con el mus, a poco tiempo se me olvida de casi todos los detalles y no me atrevo a ni tocar una no vaya ser que sus sustancias malignas pasan por los poros de la piel y me dejan allí tirado sobre un lecho de hojas de pino.  Así acabaría cultivando mi propia colonia de hongos.

       Como americano nacido en América, estoy genéticamente diseñado para generalizar lo más posible por motivos de seguridad.  Por eso se te pide demostrar en una tienda que tienes más de 27 años para comprobar tabaco, aunque la edad legal es a partir de los 21.  Así evitas la duda de si uno te está intentando engañar.  O cuando no dejan a los profesores tocar a ningún alumno, no para omitir contacto con los pequeños, sino para eliminar los malentendidos y alejar a los pederastas.  Pues eso, si no sabes si algún crecimiento de la tierra te va a alegrar la comida y hacerte anfitrión en el próximo entierro familiar, mejor no tocar ninguna.  Sobre todo cuando te das cuenta de que forman una legión las clases que pudren tus entrañas.

      Amanita Phalloide es, por lo visto, la peor de todas.  La seta más peligrosa si es ingerida por humanos. Si no eres humano, afecta menos.

       Según Wikipedia “Es un hongo mortal que ha causado el fallecimiento de numerosas personas ya que el síndrome faloidiano es un síndrome de acción lenta, y además las toxinas actúan sobre el hígado y los riñones, dando lugar al fallo hepático.” Luego advierte con sabia certeza: “Por esta razón, es importante no confundirla con otras setas comestibles.”  Gracias, hombre.

Y luego, una vez bajos los pinos y en posición de rastrear la zona por nidos de familias de setas, la gente ataca.  Por lo visto, hay una especie de atuendo oficial para extraer hongos del suelo.  Muchos llevan gorras tipo boonie, anchos y ondulados haciéndoles parecer setas ellos mismos.  En el brazo cuelga una cesta de mimbre oscuro y grueso tan fuerte que sirve para guardar las delicias así como moler café.  El camuflaje, supongo ayuda a despistar las manadas de champiñones.

       Supongo…porque nunca he recogido setas, pero voy a decir que sí para no ser menos.  Otro año será.

Oktoberfest Baby

Justo el otro día, más o menos al principio del mes, recibí dos emails, curiosamente el mismo día: Uno anunciaba que octubre iba a ser el mes de 30 días + 1 sin alcohol, y el otro me invitaba a participar en el Oktoberfest ese fin de semana.  Opté por ampliar de mis horizontes cultura alemana en vez de jurar de abstinencia por una causa desconocida llamada “¿por qué?”.  No me lo había planteado, ni motivo tenía, así que me fui a la parroquia alemana católica allá por Avenida de Burgos, para la “fiesta de la cerveza” como la llaman los españoles vulgarmente.  En Madrid hay dos iglesias regidas por alemanes, algo que sabe muy pocos madrileños, y casi menos alemanes.  Bastante atención me llamó con que hubiera una.  Pues eso, una para satisfacer la fe de cada uno: protestante y católica.  Las dos montan dos celebraciones reseñables en el calendario: La Oktoberfest y El Mercadillo de Navidad, que coincide con el comienzo del Adviento.

     La Oktoberfest la organiza la parroquia católica, de alguna manera me parece lógico, aunque no sé muy bien por qué.  Ha ido creciendo en popularidad a lo largo de los años.  A mí me gusta decir con tono adolescente que la conocía ya hace bastante, cuando casi nadie venía menos los alemanes más férreos y los bebedores más fieles a las tradiciones mundiales.

     Sorprendemente, Madrid, a pesar de su respeto hacia todo aquel que sea de origen alemán, quizás salvo el nazismo, el español de la calle no la ha acogido con las mismas ganas de recibieron a las fiestas de San Patricio promulgada por los irlandeses, otros grandes amantes de la juerga.  Eso fue tremendo, y ocurrió en una cuestión de unos pocos años.  Recuerdo que estaba en La Ardosa el 17 de marzo, 1991, y perfectamente que era un domingo, y estaba tomando un par de pintas con un inglés, que es un poco como invitar a un vegetariano a cenar en un asador, y no había casi nadie.  Tres años más tarde, estaba la sala de baile del Círculo de Bellas Artes petada de gente el mismo día, hasta tal punto que el suelo retumbaba.  Los irlandeses fueron listos.  Utilizaron una especie de estrategia troyana para invadir el país y hacerse con él.  Primero abrieron centenares de bares acogedores sabiendo que a los españoles les va la fiesta, y luego introdujeron sus costumbres.  Cuando llegaban las fechas claves, la gente estaba enloquecida.

      Los alemanes no han logrado el mismo éxito; o bien porque omitieron adoptar la misma táctica, o bien porque no se les ocurrió.  El caso es que años después, el festorro por excelencia germano apenas reverbera en esta ciudad.  Casi mejor.  Así se puede disfrutar del ambiente sin tanto alboroto, supongo.  Así se puede sentar en una mesa larga rodeado de gente desconocida pero conocida en causa, una buena salchicha asada y una sabrosa cerveza de trigo turbia.  ¿A quién se le ocurre elegir a octubre como un mes sin alcohol?

25 Years in Spain: Planes, Trains and Automobiles 8

As luck would have it, I didn’t have to go through the dreadful process of becoming a certified private driver in this country at the cost of hours of classes and dents in my wallet.  Law and the lawmakers would change that no long afterwards, but when I was still a stripling in this town, you could mosey on down to places like the RACE offices, which used to be on Bravo Murillo I believe, and fork over 5,000 pesetas for someone in the office to give you one.  They just assumed you knew how to drive.

            But first, and there always is a “but first” in this country, you had to locate a nearby medical center where you could undergo a test known as a psicotécnico, which sounded to me at first like they wanted to hook me up to a bunch of wires, show me blot images while playing  Tom Jones’ songs in the background and ask how I was feeling.

         It turned out to be just a fancy name for a physical.

         And not a very physical one at that.  I didn’t have to sprint a hundred yards in under 12 seconds, but they did look into certain fairly important sensorial qualities like eyesight and eye-hand coordination. In other words, could I see and just how much or if a train were coming as I crossed the tracks, would I know what to do.

         But first, because there always had to be a first, I had to pay for this.  This cost me in the neighborhood of about 5,000 pesetas, or what amounted to about a day’s work for me.

         The eye test was complete but not the end of everything.  Essentially they told me everything I already knew.  They wrote on a paper that I needed glasses, which I knew since that was the feeling I always got about myself when I took off my specs.  They added that I should I have a replacement pair available at all times, which is true, but I don’t.

         Up to that point, the test had proceeded without serious challenge, but the good people at the clinic had a trick up their sleeve which they had failed to inform me of.  It was time for the eye-hand coordination game to see how good the rest of my reflexes were.  For some reason I figured tat this would amount to little more that a rubber hammer being thudded below my kneecap, but the office had something slightly more sophisticated in mind. They were video games.

         There exist a number of tests, and on this occasion I got to face one.  It consisted of watching a ball appear from the left side of the screen, then disappear beneath a kind of block.  I was supposed to judge when the right time would be for the ball to stop before crashing into a wall on the right side.  To do this I was supposed to press a button at the moment I felt was right.  Graphically speaking it had all of the appeal of one of those 1970s prototype video games, but that didn’t matter because the reality was it had the power to determine my future as a driver.

         I had always assumed that my hours of Friday timewasting at the local arcade in my hometown would somehow come in handy later on in life, and this seemed like the moment had presented itself.  The best place was in the bowling lanes.  Yes, Greenwich had both a bowling lane and an arcade.  They happened to be in the same place.  This may have been a concerted effort to confine all cheesiness to one place, but we knew where the cheesiness was.  So, instead of making the most of my weekend to get a little studying in, I generally waned away my youth before a video screen uselessly making imaginary spaceships disappear until they did the same to me.

        I figured this bit of early training should have been enough to ease me through the test and probably contributed to my nonchalant attitude at the clinic. That was until the inspector looked at my results and said, “Please take this seriously.”

       “What?”

        “You’ve crashed your balls into the wall at least three times.  According to this you’re not fit to ride a tricycle.”

       So, I did, and after some further concentration managed to pass.

        Then I went back and requested the new driver’s license.  But first, and there always is a “but first”, I had to fork over another 5,000 pesetas as a general fee for no particular reason.  It’s supply and demand.  I wanted to drive, and only they could get make that happen.   So, it was another 5,000 pesetas for the system.

      A few days later, my friend back at RACE handed me my pink foldable driver’s license and said that I now had permission to drive amongst the other 38 million Spaniards, which I felt was a reasonable offer for just a few buckaroos.

       All I needed to do was learn.

Empezando el Año con un Viaje

Intento ser lo más sensible posible en los primeros momentos del año para sacar alguna indicación sobre cómo me van a ir los próximos 365 días.  Es un razonamiento bastante irracional, he de ser sincero, y algo que evoca todo tipo de críticas desde el campo científico, pero como no pienso publicar esto en una revista profesional, que les den.

      En fin, las primeras horas me saludaron con alegría, abrazos, besos, música, baile y, por supuesto, las doce uvas de buena suerte al principio.  Embutir la boca con doce trozos de fruta como manera de arrancar la siguiente vuelta de nuestro planeta alrededor del sol, desde luego se aleja de la forma tradicional de celebrar este día en el resto del mundo, pero precisamente por eso resulta ser una de mis costumbres preferidas de España.

      Eso no quiere decir que no me he encontrado con situaciones de vida o muerte por culpa de intentar engullir la docena con demasiada agresividad.  Y tengo que reconocer que por muy divertido que pueda resultar, no es comparable con colocarte al lado de la chica más guapa de la fiesta para poder plantarle su primer beso del año, como es la estrategia en mi país, pero no cabe duda de que la boca no pasa el momento inactiva.

      Este año acabó un poco más relajado que lo normal ya que la abuela de la casa donde estaba cenando se dispuso a pelar todas las uvas de todos los participantes para reducir el riesgo de atragantarse, cosa normal, porque a nadie le hace ilusión empezar el curso solar en el tanatorio.  Después de todo, solo dispones de unos 36 segundos para completar la tarea.

      No obstante, lo de pelar las uvas siempre me ha parecido algo asícomohacer trampa y por consiguiente podría causar un efecto negativo en mi fortuna y futuro.

      Yo nunca pelo.  Y así se lo dije.  Dije que no era un “pelador”.

      Pero se empeñó y tampoco me apetecía acabar el año echando una bronca a una mujer de casi 80 años, así que cedí.

      Es una labor ardua y merece la pena evitarla a todo coste, pero supongo que está bien si alguien se ofrece a hacerlo por ti.  En el fondo sabía que era todo un detalle por su parte y se lo agradecía.

      Llegó la medianoche y con ella, las inminentes campanadas.  Primer llegaron los cuartos, ni caso.  Luego el plato fuerte.  Pasamos la prueba más o menos sin incidentes, aunque reconozco que la fruta despellejada estaba muy pringosa y tendía a quedarse pegada al plástico, provocando varios segundos de pánico con la idea de que me iba a quedar colgado y no seguir el ritmo de pelotón, pero logré alcanzar a los demás.

      Luego la música y el baile familiar durante un par de horas.  Es algo que me encanta de España.  Ves a gente de 3 a 83 años en la misma sala, riéndose, cantando y moviéndose a la música más variada que te puedes imaginar…y todos disfrutando.  Es ese algo de inocencia que nos falta a los americanos.  Pasándolo en grande, porque sí.

      Sobre las tres de la mañana decidí que había tenido suficiente y dije a todo el mundo que me iba.  Lógicamente la respuesta fue, “¿Por qué tan pronto?” Cosa que entendía porque realmente era muy temprano en este país, al contrario de los demás lugares donde la gente ya estaría sobada y durmiendo la mona.  No es nada fácil despedirse de los españoles porque les gusta insistir en que te quedes.  En el pasado no sabía qué hacer y muchas veces cedía, pero he aprendido que lo que tienes que hacer es ser firme durante un periodo crítico de 3-4 minutos y si aguantas, si lo superas, eres un hombre libre.

      Hablando de libre, mi mayor preocupación una vez en la calle era saber si iba a encontrar un taxi que no estaba ocupado ya que Nochevieja tiene fama de ser una de las más complicadas en este sentido.

      Mientras me acercaba a la esquina, noté que había numerosos taxis pasando volando.  También he observado que la mayoría llevaban las luces verdes encendidas, indicando como bien se sabe que estaban disponibles.  Esto me extrañó.  Lo mismo había sido porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que salía en esta fecha y no recordaba bien la situación; o, a lo mejor, la flota de taxis había crecido.  También se me ocurrió la posibilidad de que estaba en la acera del sentido contrario, es decir, de alguna manera, iba hacia el centro y no hacia fuera.  La mayoría de los taxis libres vienen desde fuera hacia el centro, ya que han dejado a sus clientes en su destino y ahora buscan a nuevas personas.

      En resumen, estaba contento de saber que no tendría que esperar casi nada.   Me subí, le dije con voz cansada al conductor a donde iba y envié un par de whatsapp a unos amigos deseándoles lo mejor para el nuevo año.  El mío, desde luego, había comenzado con buen pie.

       Cuando estábamos llegando, eché vistazo al taxímetro y vi la cantidad de 6,30€.  Al ser las fiestas y un tiempo para ser alegre y generoso, planifiqué redondear el coste final hacia arriba hasta 7,00€ que incluía una propina de 0,70€.  Después de todo, el pobre hombre tuvo que trabajar una noche con esta lejos de su familia y amigos.

       Soy consciente de que la propina puede sorprender a algún lector que no esté familiarizado con las costumbres de aquí.  Aquí la gente no se siente obligada a dar una propina, pero cuando se hace, suele ser una cantidad simbólica.

        En fin, el taxista se paró, y mientras iba sacando mi cartera, vi cómo él empezaba a pulsar todo tipo de botones en el taxímetro.  Aparece la palabra “suplemento” y a continuación la cantidad 6,70€.  Me dice con tono muy natural, “¡Qué bien!  Sale perfecto.  Serán 13,00€.”

       “¿Qué dice?  ¿Está seguro?  No me parece perfecto a mí.”

       “Más que seguro.  Es el suplemento de Nochevieja.”  Ya entendía porqué nadie cogía un taxi.  Solo el gilipollas de mí.

        Bueno, damas y caballeros, solo os puedo decir que era ya tarde y aunque estaba atónito ante el coste adicional, que, como pueden apreciar, era más alto de la tarifa real, no me encontraba con fuerzas de pelearme con nadie, sobre todo porque no estaba seguro.  El conductor parecía muy normal, desde luego.  Me había oído hablar. Lo mismo había entendido mi acento y decidió añadir un regalo especial para el guiri, pero tenía la sensación de que no.  ¿Había comenzado el año con un palo de un 106%?  Si era así, ya entendía porque había tantos taxis libres.  Este hombre ya se había llevado su propina, y tanto.

Por un Puñado de Pavos

Aquí os enseño una foto de mi pavo, que se consumió a lo largo de estos días.  Aun estamos en noviembre así que me tomo la libertad de hablar del día de Acción de Gracias, aunque fue ya hace una semana.  Rara vez lo celebro el mismo día, ya que es una semana normal de trabajo aquí en Madrid, aunque parezca mentira. Tanto puente…tanto puente…y tocan cinco días consecutivos laborables.  Hay que jorobarse…no digo el otro porque se me acusa de utilizar con demasiada alegría los tacos en español, cosa que me impacta porque había pensado que nadie utilizaba tantas palabras soeces como los españoles, pero parece solo los futbolistas extranjeros y los profesores pecamos de eso.  Mis amigos me dicen cosas como:

        “¡Joder! Te has pasado un huevo con los tacos en tu libro.  Pareces un convicto, me cago en la puta.”

        “Pero yo solo estaba intentando reflejar el lenguaje que yo oigo de vosotros.”

        “¡Nos has jodido!  Nosotros hablamos así, pero es una cosa decirlo, es otra cosa escribirlo, joder.”

        “¿Y si quiero escribir cómo habláis?  ¿Cómo lo hago?”

        “Yo qué sé.  Ni puta idea.  Pero así no.  Ten en cuenta que la gente no quiere leer esas barbaridades, coño.  Hay que ser más fino.”

        “Vale, vale.  Lo intentaré.”

        Y así es.  Sigo fiel a mi promesa de no usar tacos.  Solo quiero hablar de pavos.  Esto es el mío en la foto, visto desde arriba, desde el punto de de vista de un pájaro volando, algo que un pavo nunca podría hacer, por cierto.

         No es fácil pillar un pavo así porque sí en España, en esta época, por lo menos.  Tienes que encargarlo porque tu pollería normal y corriente no los tiene por allí.  Ellos, a su vez, te lo tienen que encargar.  Lo hacen encantados porque esta fiesta les supone un negocio que antes no existía en sus vidas.  El dueño de la pollería de mi mercado ya había vendido unos diez la semana pasada.  Y bien hermosos, quieras o no.  Aunque le pedías uno pequeño porque tienes un horno con capacidad para seis magdalenas.  Es una joya de otra época donde tengo que calcular la temperatura según oigo la cantidad de gas que sale dentro.  Todos los años al pollero le pido un ejemplar de unos 4 o 4,5 kilos, me dice que vale, y me entrega uno de 5,5, siendo éste “el más pequeño de toda la ciudad.”  Yo sospecho de una pizca de picardía por su parte, propio de algunos comerciantes aquí.  Es un modesto suplemento, aunque tampoco tan pequeño, que a seis euros y kilo, sale el ave a muchos pavos por pavo.  Me explica que la época de pavos en Navidad está dentro de un mes, y que los de tamaño más pequeños se están preparando para entonces y que no los hay ahora.

       “¿Qué pasa?” gruño en voz baja. “¿Encogen de aquí a entonces?”

        Da igual.  Ha salido triunfante del horno y sigue en la casa.  Ahora estoy con los huesos haciendo un caldo de la ho…perdón, de lo más satisfactorio.  El resto ha sido repartido entre mi estómago, mis hijas y algunos amigos que se han emocionado mucho ante la posibilidad de probar un pavo de Thanksgiving de verdad.  Esta fiesta les resulta curiosa a los españoles, y les intriga, sin entender muy bien para qué es y para qué sirve.  Ni cuando con exactitud.  Se celebra el cuarto jueves de cada noviembre, por cierto, y forma parte de un puente hermoso de cinco días.  Pero es una fiesta que atrae mucho a los españoles que conozco yo.  Quizás sea porque se trata de una reunión familiar en la que se come a lo bestia; dos costumbres bien arraigadas en el espíritu español.

Imágenes de España: Puesto para Parar Los Desahucios

Esta foto se tomó cerca de la Calle Arenal, frente la tienda de disfraces Maty.  Aquí se puede firmar peticiones a favor de parar la locura actual, la de desahuciar a la gente.  Verás, el inconveniente de comprar una casa a toda costa es que cuando las cosas se ponen feas, y en los últimos años se han puesto bien horrorosas, manteniendo la parcela de tus sueños se convierte en una pesadilla. Yo dejaré de ser un graciosillo en esta ocasión porque hay poco divertido en todo esto.

 

Uno de los temas actuales más calentitos se centra en los desalojos galopantes que afligen el país, movidos y promovidos por los bancos, las mismas instituciones a las que el gobierno, ergo nosotros, así como el resto de Europa hemos tenido que rescatar.

 

Todos menos Grecia, supongo – aunque no me extrañaría que echaran unos euros también.  ¿A que sería irónico?  Es bien conocido que en plena hambruna de patatas en Irlanda, cuando la gente literalmente se moría de hambre por falta de estos tubérculos, el gobierno irlandés, bajo el control del gobierno británico, las exportaba a otros países, razonando que se podía conseguir dinero gracias a su venta y con el comprar comida.

 

Nuestro regalo a los bancos nos metió en un agujero de unos 200 mil millones de euros y ahora que todo el mundo tiene que hacer su parte para evitar el hundimiento del hasta nosotros los profes lo estamos notando, ya que nos están rebajando nuestro sueldo (me niego a decir que “nos quitan la extraordinaria” porque suena a una paga que antes nos regalaban y no es así).  No están quitándonos la paga de Navidad, están reduciendo nuestro salario un 7.2%.  Las cosascomoson.

 

¿Cómo han demostrado su gratitud los bancos ante nuestra generosidad y comprensión debido a sus descuidos garrafales?  Fácil.  Echando a miles de familias a la calle por estar en deuda con ellos.  ¡Qué majos!  Y ahora bien, todo el mundo sabe que algunos casos son el resultado de la mala administración de dinero por parte de los dueños de la casa, pero muchos son familias honestas y trabajadoras que ya forman una parte del 25% de las Fuerzas No-Empleadas, y simplemente no pueden llegar al fin de mes…ni al fin de quincena.     ¿Dónde están su rescate?  ¿Dónde está la compasión?   Los desalojos han provocado mucha tensión y tristemente culminó el otro día en la muerte trágica de una mujer vasca de 53 años.  La suya es la segunda en dos semanas a causa de estas circunstancias.

 

Para que nos hagamos una idea de la gravedad de la situación, los dos partidos principales se han puesto de acuerdo con que tienen que paralizar esta locura hasta que se pueda crear un sistema más justo y menos castigador.  Repito, se han puesto de acuerdo.  Y algunos bancos también empezaron a tomar la iniciativa, como el Kutxa, la entidad que se preparaba para hacerse con su casa.  Claro, no está bien visto que tus clientes se maten por tu culpa.  Lógico.

 

Este esfuerzo será recibido como una buena noticia para aquellos que se encuentran en una situación igual de desesperante, pero para los demás 400,000 desalojados, ni que decir la señora fallecida, todo esto llega un poco tarde.

Imágenes de España: La Caña

Esta, amigos míos, es una caña, la unidad básica de consumo de cerveza en España. ¿A que tiene buena pinta, verdad? Que no os engañe la foto, como bien sabéis, constituye poco más que un sorbo, pero también sabemos que es el tamaño estándar de este país…con perdón y sin mala idea. A partir de ahí, se puede aumentar la cantidad a una caña doble, una jarra, una copa, una pinta, etc.  Pero, si lo que buscas es un traguito de birra fresquita, ésta es tu solución. Puedes disfrutar de una láger sin caer bajos los efectos del alcohol…a no ser que bebas diez, por supuesto.

     La caña se ha convertido en un tema de conversación últimamente porque cada vez son más los bares que las ofertan a precios de escándalo…en general a 1 euro. Hace poco vi un sitio que las servían a 0,60 €.  Eso es, 60 céntimos.  No os miento.  Y con una tapita incluida.

     Naturalmente, esto es una manera inteligente de conservar la clientela en estos tiempos de crisis.   Es su manera de decir, “No tienes mucho dinero porque estás en el paro,”  así que ven a mi garito a beber por casi nada.

     Mucha gente me ha comentado sobre estos chollos. Dicen que no es normal que los precios se hayan bajado tanto. Pero creo que es mi deber recordarles que no deberíamos sentirnos tan contentos. Después de todo, lo único que hacen es cobrarnos ahora lo que deberían cobrar por una caña. Lo que no era normal era pagar 1,50€ por una y recibir poco más que un par de patatas fritas de tapa…y sin una sonrisa.

     Dejad que os recuerde: los precios han subido un 82% desde la entrada del euro en tan solo diez años.  Diez años macho.  Y nuestros salarios…más o menos un 16%.

     Una caña, es decir, la caña clásica, constituye unos 150 ml de cerveza, y menos si te la ponen con mucha espuma. Lo sé porque lo he medido con mi vaso para medir cosas que tengo en la cocina. Es bueno saber que lo saco algún provecho. Y eso que estamos hablando de cerveza de barril, que es más barato.   Hace cinco años decíamos que sí a todo, como unas frescas cerveceras, y creíamos que los buenos tiempos no se acabarían nunca.   Toleramos lo intolerable.

     La caña es una imagen de España. Es una imagen de su vida social. Es una imagen de lo que España ha vivido en estos años. Lo mismo se puede decir de varios sectores. No es que los precios se hayan caído para salvar la economía.   Son más bajos porque han vuelto a los niveles donde tendrían que estar en primer lugar…de acuerdo con nuestro auténtico poder adquisitivo y no con el de Alemania. Así que, bebed, y mucho, y aprovecha de la crisis mientras dure.

Sábado por la Mañana en Madrid

Me he dado cuenta…y lo reconozco.  Soy un sujeto de un experimento.  Me costó al principio pillar lo que estaba pasando pero está claro.  Mis cobayas me controlan,   Son mis dueños.  Ellas dictan mis acciones.  Y, lo que es peor, lo saben.  Durante meses pensaba que ellas hacían sus ruiditos de llamadas cuando oían el sonido de una bolsa de plástico porque lo asociaban con las tiernas hojas de las espinacas.  Los perros de Pavlov en forma de una bola de pelo.  Pero parece ser que no.  Ellas mismas saben que sí hacen ese numerito de “squi-squi-squi”, que yo voy a dejar de hacer lo que estoy realizando e ir a la cocina a solucionar el problema.

         Acción…reacción.

         En alguna parte, lo estarán anotando, estoy seguro.

         Con eso en mente, salí a la calle a ver el centro de Madrid por la mañana, un sábado, cuando todo está en crisis, cuando nadie tiene un duro, donde la gente come de la basura, según el New York Times, con mi nueva cuenta de Twitter, dispuesto a iluminar el mundo sobre la vida de aquí.  En Estados Unidos, la gente encuentra empleo, pero aquí se ha pintado todo negro.

         La prensa extranjera sigue diciendo lo mismo de España.  Lo mismo que hace seis meses, que hace un año, que hace una semana.  En todos lo artículos ponen lo mismo, como si salieran del mismo patrón.  Debe de haber un super potente reportero más allá que ha creado el molde de esta información, y los demás periodistas simplemente invierten sus mezclas allí para hornear la misma pieza:

         Un desempleo de un 25%

         Un paro de un 50% entre los jóvenes

         Protestas en las calles

         El gobierno está haciendo todo mal.

         Los recortes no hacen nada

         El euro se va

         El mundo se acaba.

         No se habla de otra cosa.

         No es que no existan estos problemas.  Pero tengo la sensación irritante de que pocos relamente pisan tierra española, o como mucho saben con profundidad este país.

         No twitié nada.  Ni una sola vez, hasta después.  Sobre todo porque apenas encontré nada reseñable.  Madrid está como está.  El centro estaba vivo y alegre, ágil y activo.  El Retiro parecía el parque central de siempre.  Gente haciendo su ejercicio matutino o savando a sus mascotas.  Los patinadores invadían el Paseo de Coches.  Un saxofón soltaba una larga serpiente de notas que se movía sinuosamente en el aire, entre los árboles y alredador de la gente y las fuentes, de la carne y la piedra.

       Los castaños ya lideran la marcha hacia el otoño.  El resto de la vegetación aguarda el final del ciclo con circunpección.

        El Prado estaba sitiado por autocares y la Plaza de Neptuno acogía alguna furgoneta de la policía por si hubiera algún manifestante por allí, pero estaba todo muy tranquilo.  Hubo más gente en la cola de Starbucks de Hotel Palace.

        Había quedado a las 11.00 y pico.

       Me dejé llevar por el resto de la mañana.  Descubrí que detrás de la Puerta del Sol hay tiendas que venden telas para hacer ropa por metros.  Estábamos buscando seda.  También descubrí que allí no se vende tanta seda en esas tiendas.  Más bien diferentes tipos de tela de algodón.

         La seda buena se encuentra en la Gran Vía, en una tienda que se llama Julián López, cerca de Telefónica.  Allí hay tela de alta costura. También hay una escalera de hierro forjado impresionante.

        Como soy un esclavo de mis cobayas, hablo poco en una tienda así porque no sé nada de esas cosas.  Me limito mis observaciones a “¡Qué bonito!” o “Eso está bien” incluso, “Tiene mucho color.”

         Y luego repito lo que dice el dependiente.  “Esto es muy original, la verdad es que sí.”

         Pauso, analizo y afirmo, “Sí señor.  Muy original.”

        Y luego miro a los demás y digo, “Si señor.  Muy original.”  Pincho la superficie con mis dedos y asiento la cabeza.

       Las cosas finas merecen una actitud fina, y eso se consigue hablando poco y estudiando el material con miradas analíticas que dicen todo pero no revelan nada.