Oktoberfest Baby

Justo el otro día, más o menos al principio del mes, recibí dos emails, curiosamente el mismo día: Uno anunciaba que octubre iba a ser el mes de 30 días + 1 sin alcohol, y el otro me invitaba a participar en el Oktoberfest ese fin de semana.  Opté por ampliar de mis horizontes cultura alemana en vez de jurar de abstinencia por una causa desconocida llamada “¿por qué?”.  No me lo había planteado, ni motivo tenía, así que me fui a la parroquia alemana católica allá por Avenida de Burgos, para la “fiesta de la cerveza” como la llaman los españoles vulgarmente.  En Madrid hay dos iglesias regidas por alemanes, algo que sabe muy pocos madrileños, y casi menos alemanes.  Bastante atención me llamó con que hubiera una.  Pues eso, una para satisfacer la fe de cada uno: protestante y católica.  Las dos montan dos celebraciones reseñables en el calendario: La Oktoberfest y El Mercadillo de Navidad, que coincide con el comienzo del Adviento.

     La Oktoberfest la organiza la parroquia católica, de alguna manera me parece lógico, aunque no sé muy bien por qué.  Ha ido creciendo en popularidad a lo largo de los años.  A mí me gusta decir con tono adolescente que la conocía ya hace bastante, cuando casi nadie venía menos los alemanes más férreos y los bebedores más fieles a las tradiciones mundiales.

     Sorprendemente, Madrid, a pesar de su respeto hacia todo aquel que sea de origen alemán, quizás salvo el nazismo, el español de la calle no la ha acogido con las mismas ganas de recibieron a las fiestas de San Patricio promulgada por los irlandeses, otros grandes amantes de la juerga.  Eso fue tremendo, y ocurrió en una cuestión de unos pocos años.  Recuerdo que estaba en La Ardosa el 17 de marzo, 1991, y perfectamente que era un domingo, y estaba tomando un par de pintas con un inglés, que es un poco como invitar a un vegetariano a cenar en un asador, y no había casi nadie.  Tres años más tarde, estaba la sala de baile del Círculo de Bellas Artes petada de gente el mismo día, hasta tal punto que el suelo retumbaba.  Los irlandeses fueron listos.  Utilizaron una especie de estrategia troyana para invadir el país y hacerse con él.  Primero abrieron centenares de bares acogedores sabiendo que a los españoles les va la fiesta, y luego introdujeron sus costumbres.  Cuando llegaban las fechas claves, la gente estaba enloquecida.

      Los alemanes no han logrado el mismo éxito; o bien porque omitieron adoptar la misma táctica, o bien porque no se les ocurrió.  El caso es que años después, el festorro por excelencia germano apenas reverbera en esta ciudad.  Casi mejor.  Así se puede disfrutar del ambiente sin tanto alboroto, supongo.  Así se puede sentar en una mesa larga rodeado de gente desconocida pero conocida en causa, una buena salchicha asada y una sabrosa cerveza de trigo turbia.  ¿A quién se le ocurre elegir a octubre como un mes sin alcohol?