CentrortneC…o algo así

Es que mientras estoy peleándome para sacar mi nuevo libro en inglés, casi se me olvida de escribir en español, cosa tremendamente dañino porque está a punto de salir la versión en castellano…bueno digo pronto…veréis…la fecha de salida era en septiembre…es decir…va todo según lo previsto en mi calendario especial…

   Pues había pasado una temporada en la que he salido más bien poco a ver las cosas nuevas, y el otro día me invitaron a conocer una cosa nueva en el antiguo palacio de comunicaciones en la Plaza de Cibeles.  Anteriormente y popularmente conocido como “correos”, como si un edificio de semenjante grandeza se pudiera considerar solo un sitio donde la gente lame pegamento en el dorso de unos papelitos cuadrados, este lugar fue tomado, no por la fuerza creo, por el ayuntamiento.   Aún hay una oficina para echar cartas, por motivos de posteridad supongo, y en alguna parte debe de moverse la alcaldesa, previamente la First Lady de este país, pero la verdad es que no me había molestado en entrar en aquella tarta de piedra, diseñada por el gallego Antonio Palacios, desde hace años.

    Pues resulta que han hecho unas cuantas cosas y todo sin consultarme.  Les perdono.  Sobre todo desde que me he descubierto la maravilla que se ha creado: es toda un centro cultural en el centro…de ahí viene su nombre.   El escritor Bill Bryson siempre se quejaba de que su padre era un agarrado de mucho cuidado y que organizaba sus vacaciones alrededor del premiso de que si un lugar turístico es gratis, merece la pena visitar.  Resulta que no era así, previsiblemente.   No obstante, en el mismísimo centro de Madrid, sí que hay un sitio que te deja el bolsillo intacto al salir y que te ofrece una gama de actividades culturales muy interesantes.

    Vi el otro día una exposisción llamado algo así como Un Paseo por el Amor y la Muerte, que se centraba en detalles engrandecidos de famosas obras artísticas en los tres museos principales de Madrid.  Y todo al son de Mozart.   Fuera había una videomatón que cogía tu imagen y la colocaba en la cara de una cuadro conocido.  Vale…no es lo más intelectual pero divierte a los peques.  Arriba hay una zona para leer, para tomarse un café y para ver otras exposiciones.  El interior es impresionante.  Pero impresionante de verdad.  No un impresionante como cuando el autobus no para a recogerte, sino del tipo que te hace susurrar “Joder.  Esto es impresionante”.    Se puede subir al tejado también pero eso será para mi próxima visita, que será pronto, me imagino.

Correos

Hay un dicho en inglés que dice el amor mueve el mundo pero las oficinas de correos lo paran. 

       Eso no es verdad, el refrán, digo.  Me lo he inventado, en parte para demostrar que no tengo vocación como refranero, y en parte para dejar claro que en todas partes cuecen habas.  Vamos, que si tienes que hacer muchos recados en poco tiempo el último sitio adonde tendrías que ir es a correos.  Y no solo en España, en cualquier parte. 

       Hoy salí a echar un par de cartas y fui a correos.  Los que sois de España, ya lo sé, que sé lo que me vais a decir.  Podía haberlo hecho mediante el estanco, comprar los sellos allí y echarlas en el buzón.  ¿Os acordáis de lo que es un buzón?  Era ese objeto amarillo que encuentras de vez en cuando en la calle y no me refiero al cubo de basura reciclable.  Hubiera sido lo más fácil, pero pensé que dada la hora, sería una cosa fácil.  Pues no. No lo hice.  Insistí en viajar hasta el lugar más lejano solo para encontrarme con un montón de personas esperando en una cola kilométrica.  Bueno, eran unos diez, pero a esa hora, como no me esperaba ni una persona, pues une decena resulta un fastidio total.   La verdad es que no sé porque lo tenía pensado porque, como norma, siempre hay mucha gente en correos.  Hoy iba a ser diferente, me dije, pero no lo fue.

       “Typical.”  Dije.  ¡Ojo al dato!  No he dicho “Typical Spanish” sino “Typical”.  Porque ya os digo que el refrán, sea inventada o no, no miente.  Correos lo para todo.  Gruñí un poco y me puse a demostrar mi capacidad de ser paciente bajo semejantes circunstancias, que es algo que necesito de vez en cuando.  Esta postura me dio tiempo a observar más y determinar donde estaba el fallo.  Por un lado, había lo típico, dos personas atendían; luego llegó una tercera, y a los tres minutos, se fue una de las otras, dejándonos con dos otra vez.  ¿Me seguís?  Apenas verdad.  En fin, poco a poco llegaba a la conclusión de que el problema se centraba en los clientes más que en los propios trabajadores.  ¡Era así!  Llegaban totalmente no preparados…sin la dirección puesta, sin el remitente puesto, sin sobre, sin carta…vamos nada de nada.  Los correodores (o cómo se llamen), no hacían más que explicar lo básico sobre como enviar una carta. “Verá…primero se mete la carta en el sobre, me va usted a escribir la dirección aquí.  ¿Trae la dirección?”  Ante la respuesta afirmativa seguía.  “Bien.  Y cuando termine, podremos proceder a ponerle un sello.”  Los perpetradores principales eran chavales que iban a enviar un paquete el tamaño de una lavadora a no sé donde, pero no sabes lo que se montó allí.  Miraba a mi alrededor para ver si había algún denominador común entre nosotros, y lo que vi me dio algo de miedo así que preferí pensar lo contrario.   35 minutos tardé en realizar una operación que me supuso 35 segundos.   Sin exagerar.  Salí pensando que por fin había alguien como yo para enseñarle a esta gente cómo se tiene que hacer uso de la oficina de correos, pero seguro que la mayoría de la gente habrá pensado “¡Vaya jilipollas.  ¿Es que no sabe que se puede comprar los sellos en un estanco?