Pues ya estoy de vuelta y vaya si hay novedades. Parece que todo es nuevo y, a la vez, no ha cambiado nada.
No sé si ha quedado restos o vestigios de las celebraciones…una resaca de la victoria de la Copa del Mundo… pero desde luego la sensación que tengo es que fue ya hace mucho y apenas nadie se acuerda del momento en que Iniesta enchufó un derechazo y mandó el balón dentro de la portería de la selección Karate-Kid de Holanda. Eso ya pasó. Llegué con la felicidad de un perro en la playa para comentar todos los detalles y la gente ya tiene poco más que contar que “Sí, sí. Estuvo impresionante.” Sí, sí, les digo. En Simsbury, Connecticut, donde lo presencié, fue impresionante también. ¡Vaya festorro! Abuelos tocando las vuvezelas sin cesar, mujeres en ropa interior de Tommy regalando besos por las calles, vacas pintadas de la bandera española…no veas.
“¿En serio?” me preguntan incrédulos, pero no tan incrédulo como yo al escuchar su respuesta.
Ya solo se habla de otros temas. Uno es la presentación de Raúl a la aficción de Shalke 04, que lo ha recibido con el calor de una chuleta recién salida del frigorífico. Y como siempre, con la discreción tan habitual de él, lo ha aceptado como un auténtico caballero.
El final de la etapa de Raúl en el Real Madrid me ha desconcertado mucho porque con el se acaba una etapa de mi vida. Yo, siendo casi 10 años mayor que él, me crié de su fútbol de pequeño, desde pequeño, como un pequeño. Y yo de pequeño, siendo casi 10 años mayor, quería ser como él, jugar como él, triunfar como él. Era para mí un hermano mayor en este deporte, y a través de su talento, su esfuerzo, su garra y dedicación, ganó mi admiración incondicional.
Yo no quería dejar que Raúl se fuera. No podía imaginármelo con otra camiseta. Además, Raúl no podía irse porque en cuanto lo hizo el tiempo atemporal de mi juventud iba a llegar a su fin y de pronto sería yo un hombre mayor otra vez, con otra edad y en otro momento. Y eso no me lo esperaba por mucho que supiera que tenía que llegar.