He ISBNeado. Pero Tomé Precauciones.

Por fin conseguí terminar la solicitud del ISBN.  Hice caso a todo lo que me dijo la chica de la agencia y parece que está todo en orden.  Rellené todo lo obligatorio e añadí incluso unas cosas demás sobre la encuadernación.  Es un poco surrealista estar describiendo un libro físico que aún no se ha diseñado del todo.  Te da margen a ser creativo – dentro de lo que es posible en un formulario.  Bueno, cuando uno hace estas cosas, a veces entran las ganas de divertirse un poner bobadas como me llamo Pedro Picapiedra, o que el título es El Resplandor: Cómo mejorar el brillo de tu baño en solo tres días.  O algo así.  Pero, claro está, necesito mi ISBN y no se trata de jugármela por una broma infantil. 

        Así que, cumplimenté cuatro formularios, dos para cada libro y de ellos, uno para la versión física (no existente de momento) y uno para la versión digital (algo más existente).  Vamos, llego a vivir en los States y me soplan1100 pavos.  Y llega a estar la SGAE detrás de esto y vamos, ni mi casa.  Ya me puedo invitar a mi agente (yo) y a mi editor (un servidor) …y a quienquiera apuntarse…a una buena mariscada por todo lo que me he ahorrado…y así gastármelo en algo que merece la pena…y no en un número de 13 cifras.  Por cierto, ¿A quién se le ocurre establecer 13?  Que sí, soy supersticioso. 

        Pues nada.  Hay que esperar unas dos semanas…o menos…a ver que opinan de mi nombre de pluma, Shrek. 

ISBN in the Oven

I filled out my ISBN forms duly.  There really isn’t much to them.  They ask for the basics and I give them the basics.  I did get a little stick on the specifics of the layout and design because I almost had to make them up.  I don’t know why they insist on our knowing them.  I could always send them to the agency at a later date.  But if that was what they asked for, that was what they got.  Plus my publishing company data…also just me….though I stuck in the name Horseneck (the original name for my hometown of Greenwich) just to see what happens. 

       I did the same for all four forms, two for each book it its two different forms, digital and printed.  And then I sent them all off with my Spanish national ID card via email.  On August 31st, just in case.  A few minutes later, four silent replies came verifying that my applications had been received.  And since then, nothing.  But they said it would take about two weeks.  So, it’s back to work on the final editing so everything will look spotless when those numbers come in!

La Conquista de un ISBN 3

Al día siguiente me levanté y me dediqué a hacer cosas por la casa como, por ejemplo, limpiarla, y como consecuencia eliminar de la ciudad una amenaza a la salud pública.  Luego me puse con el tema del ISBN y me preparé para salir.  Por puro entretenimiento, llamé a la agencia par a ver si cogerían y responderían a mis preguntas por teléfono, pero solo sonaba y sonaba sin cesar.  Ya los sabía yo.  Todo sucedía para bien en el mejor de los mundos posibles. 

         Así que, bajé al metro para ir a las oficinas.  Madrid estaba empezando a despertarse después de un mes y pico de vacaciones.  Había sido especialmente largo este año.  El 1 caía en un lunes, por tanto podías añadir el fin de semana anterior.  Y si querías usar 21 de los 22 días que tienes y coger los dos primeros días de septiembre, te juntabas otra vez con otro fin de semana.  En resumen, podrías convertirlo todo en un bloque de 37 días inactivos.  No está mal.  Es lo bonito de vivir en Europa.

         Había movimiento en el metro pero no estaba a tope.  Eso significaba que se podía viajar cómodo.  Siempre he dicho que el metro de Madrid es de los mejores del mundo, cuando no está en huelga, y los responsables continuamente buscan maneras de mejorar el sistema.  Uno de ellos, a pesar de algunas protestas, son las pantallas esas que colocan entre las vías y que dan noticias.  Sé que hay gente que va a pensar que es una importación venenosa de una sociedad con un culto enfermizo hacia la tele, como, ejém, Estados Unidos, pero no me importa mucho en este caso.  Al final no siempre llevas un libro encima, y me canso de contemplar el azulejo en la pared del andén opuesto.  No me dice nada.  Vamos, si no, que se supone que tenemos que hacer mientras estamos allí en las entrañas de la ciudad, ¿pensar?

         Me bajé en el metro Guzmán el Bueno y me dirigí hacia una pequeña calle desconocida llamada Santiago Rusiñol, la cual jamás visitaría si no fuera por la existencia de la agencia.  Pero su ubicación me ayudó a entender por qué en la página web había un comentario pidiendo que a los profesores universitarios que dejasen de solicitar un ISBN si no tenían intención de vender su libro ya que estaban entorpeciendo el trabajo de la agencia.  Pero, claro, al encontrarse a cuatro pasos de la Complutense, esa una universidad con alrededor de 50 millones de alumnos matriculados.  Vamos, es una cifra orientativa.  Basta decir que todos esos profesores publicando sus libros sin ánimo de lucro estaban complicando la vida para nosotros escritores con mucho ánimo de lucro…y me gustaría que parasen.

         En fin, después de perderme un poco, el edificio está algo apartado de la calle, llegué a mi destino.  La seguridad no estaba especialmente rigurosa.  Había un detector de metal apagado y el guarda estaba hablando con la recepcionista.  No me extrañaba.  Estamos hablando de una oficina llena de gente a la que le gusta leer.  Cuando pude captar la atención del hombre le pregunté por la agencia.  Él me miró, y luego para arriba.  Puso su dedo sobre la boca y se quedó pensando unos segundos en plan contemplativo antes de decir: “Es la primera puerta a la izquierda.”  ¿Tanto tiempo para decir solo eso?  Quiero pensar, y mucho, que era el primer día en ese puesto, porque si no, no me lo explico.  En fin. 

        No le creí y al llegar al pasillo, giré a la derecha entrando, sin querer por supuesto, en el cuartito del personal de limpieza.  Entre las escobas y el papel higiénico, decidí rápidamente retirarme de allí.  Este fallo le abrió una oportunidad al guarda a reirse un poco de mí.  Se acercó moviendo la cabeza de una manera que decía que creía que yo necesitaba ser medicado y repetía sus indicaciones.  “Aquí”  Me señaló dos puertas.   

        Elegí una sin pensarlo dos veces y de repente me encontré dentro de una oficina llena de oficinistas haciendo cosas oficinistarias.   O no sé qué hacen.  Había entrado con mucha discreción para no llamar la atención, pero se veía desde el primer segundo que había hecho algo mal porque enseguida todos, y quiero decir todos, levantaron la cabeza y me miraron en silencio, un silencio de incredulidad, de falta de comprensión…un poco como me miran mis cobayas cuando las hablo en inglés.  La última y única vez que esto me pasó fue hace más de veinte años cuando mi amigo Mateo y yo entramos en un bar de negros en un barrio de negros en Washington, D.C. Eso no era una cosa corriente entonces, lo mismo todo ha cambiado, y os prometo que seguramente habíamos sido los únicos blancos en pisar aquel local en su historia.  Solo hacía falta la mirada de todos cuando aparecimos para dejarlo claro.  No hubo ese ruido del disco de vinilo arañándose, como ocurre en las pelis, pero desde luego el mensaje no verbal era algo así como, “¿Qué coño hacen estos blanquitos aquí?”

          Era una buena pregunta, porque sabíamos que penetrar el sitio suponía un reto.  Lo que pasa era que habíamos terminado toda la cerveza de todos los bares blancos del capital, pero no habíamos terminado la noche.  Y ese sitio estaba abierto.  Hasta el propio portero nos sugirió que macháramos a otra parte como, como a Polonia, pero insistimos, entramos, bebimos un par de cervezas más y nos fuimos…y desde luego dimos de hablar en ese bar para unos días.    

       Pues, algo por el estilo me ocurrió ese día en la agencia, con la diferencia de que todos eran bibliotecarios (o se parecían) y yo no estaba buscando cerveza.  Los bibliotecarios tienden a ser muy ordenados y era obvio que estaba quebrando la harmonía de su espacio de trabajo. 

       Les di los buenos días a todos y expliqué el propósito de mi visita.  Una mujer me contestó amablemente desde su mesa “Muy bien.  Pero para eso, hay que ir al mostrador a su izquierda.”  La señaló con el dedo. 

       Era verdad.  Era verdad que había un mostrador grande y en forma de una U justo a mi lado.  Era una especie de enclave para recibir al público y para acceder a ello, tenías que entrar por la otra puerta.  Yo, sin querer, había penetrado la primera línea de defensa.  Así que pedí disculpas y me ausenté solo para volver a aparecer en el lugar diseñado para gente como yo.  Los trabajadores habían regresado a sus pantallas de ordenadores satisfechos con que el universo estaba de nuevo tranquilo.

       Me acerqué al mostrador y la misma mujer me atendió.  Era simpática y me proporcionaba muchas respuestas a mis preguntas, incluso las sobre las tarifas.  Eso fue la gran sorpresa.  “Aún no las han publicado por tanto sigue siendo gratis.  Seguramente a partir de septiembre todo cambiará así que todavía estás a tiempo. 

        Impresionante.  Bowker y compañía se reían de los escritores y editores hasta el banco pero en España la gente todavía tenía un corazón respecto a los pobres artistas como yo.  Y así fue.  A los diez minutos estaba saliendo por la puerta como una bala para irme a casa y rellenar el formulario cuanto antes…y todo estaba bien el mejor de los mundos posibles.

La Conquista de un ISBN 2

Lo fue, os lo dije.  Fue diferente. 

         Por lo menos en el sentido de que no podía encontrar nada en la página web del Ministerio respecto a los precios.  Solo ponía una lista de los títulos catalogados, los cuales me interesaban cero porque quería pertenecer a dicha lista no leerla.  Más allá de esa información, ni vi nada, así que volví a las páginas de auto-publicación.

         Numerosas páginas de POD (publish on demand) se ofrecen a hacer el trabajo sucio por ti, por un precio por supuesto, pero normalmente menor.  Algunas incluso te lo hacen gratis.  ¿Dónde está el truco?…porque ya sabes…siempre hay un truco.  Pues que ellos se quedan con tu ISBN, lo cual les da prácticamente todo el control sobre tu obra, especialmente en cuestiones de distribución y marketing…y, esto es particularmente importante, beneficios.  Tú como autor te llevas algo de royalty.  Pero no puedes venderlo donde quieres.  Más o menos sería así si publicaras a través de una editorial tradicional, con la diferencia de que en el segundo tienen que decidir primero si les gusta tu libro o no y en el primero les da más o menos igual…porque quieren tu dinero.  Para algunos escritores les resulta más fácil que los demás hagan el trabajo por ellos, pero a mí me da la sensación de que estoy vendiendo mi alma al diablo.

        Por ejemplo, imaginemos que vendo 100.000 ejemplares (algo que no va a pasar pero dejad que me divierta un poco), y en vez de convertirme en una estrella literaria presentándome en los grandes acontecimientos por toda la planeta, me veo saliendo en una documental de la tele titulado “¿Qué fue de Brian?” en la que todo el mundo se entera de cómo mi agente y mi editorial se fueron con un 99,07% de mis ganancias.  Y ¿por qué?  Pues por gilipollas, ¿para qué no vamos a engañar?

          Para ser justo, la mayoría de estas páginas te ofrecen todas las opciones, lo que pasa es que hacen que las más ventajosas para ellos parezca las más ventajosas para ti.  Esta técnica de engaño es lo que hace una empresa, pues, una empresa…no me esperaba menos de ellas. 

        Además, corría la voz de que también me tenía que registrar como editorial independiente (aunque solo fuera yo) para poder conseguir mi añorado ISBN.  Eso suponía más papeleo y más solicitudes y, sobre todo, más tiempo.  Para informarme, fui a comprobar lo que ponía en la página del gremio de editores y me puse a temblar.  Los gremios me inquietan.  Me deprimen.  La página en sí parecía inocua, pero yo tenía la sensación de que detrás había una pandilla de matones literarios a los que no les gusta nada que un escritor de mierda se meta en su sector y les veía dispuestos a meterme en un callejón oscuro para aplastar a mis dedos con un cartucho grande de tinta y gruñir, “Ya dejarás de escribir durante una larga temporada, Mr. Murdock.  Hasta luego.”  Pero soy un poco fantasioso, lo reconozco. 

         Para simplificar todo, hice como si no supiera nada, creo que se dice hacerse el sueco, con la esperanza de que colara.  Total, tampoco se comentó nada sobre la necesidad de registrarse, con lo cual, si no me lo piden, que aguanten.

        Mientras tanto volví desesperadamente a la página del ministerio en busca del ya elusivo ISBN y por fin me di cuenta de que hubo un link a otra página que es hoy la actual agencia.  Bueno, lo era antes también, pero a partir de 2010 se separaron y ahora es su propio ente.  Lo gestiona el gremio de editores (¡allí estaban…siguiéndome!) pero que la titularidad seguía siendo del ministerio.  O algo así.  No me enteré bien. 

         El caso es que una vez en la página, fui jugueteando por ahí hasta dar con un formulario digital que podía rellenar y enviar por correo electrónico.  Había datos que me sentía capaz de transmitir con bastante facilidad, como mi nombre, apellido y dirección.  Pero luego pedían información sobre el tamaño del libro, la tirada, la encuadernación, y otros temas que solo los matones en el gremio podían contestar sin problemas, así que dejé el tema.  Estaba un poco perdido.   Yo no tenía las respuestas porque las editoriales online pedían el ISBN antes de pasar a la fase de encuadernación; sin embargo los del ISBN pedían la encuadernación antes de conceder un número.  ¿Ya me entendéis cuando os hablo de Kafka? 

        Cerré el formulario y pasé a otros asuntos, en particular al de la pasta.  Había una sección que ponía “Tarifas” explícitamente.  ¡Ahí estaba!  ¡Lo sabía!  Pero cuando accedí a la página dijeron que a partir del 1 de junio se cobraba una cantidad que cubría los gastos de gestión.  ¿Mi lectura?  “Nos hemos enterado de que en otros países se están forrando, ¿cómo no vamos a hacer lo mismo?” Pero no ponía ninguna cantidad, sino informaron de que se facilitaría dicha información en cuanto esté publicada.

         Hmm.  Ya estaba bien.  Había demasiados factores, demasiados variables.  No podía continuar sin más información.  Me iba a presentar en las mismas oficinas, personalmente, y en persona, para que quede claro. 

        Como medida de prevención, me preparaba para lo peor.

La Conquista de un ISBN 1

La mayoría de los libros llevan lo que se llama un ISBN, o International Something Book Number.  Así no se llama de verdad.  Puse “something” porque no me acordaba de la palabra para la “S” cuando escribí la frase.  Quiere decir “standard”, así que empecemos de nuevo: La mayoría de los libros llevan lo que se llama un ISBN, o International Standard Book Number.  Esencialmente es el número identificador del libro y es tuyo mientras lo quieres.  Ser dueño de ese número te da un poder absoluto sobre tu obra.  Me gusta cómo suena eso.

            Solo hace falta sacarlo.  Me puse a investigar el tema.  El número se concede a través de una agencia autorizada.  En algunos lugares te cobran por gestionarlo, y como tienen un monopolio total sobre el servicio, te pueden cobrar mucho.  En USA la agencia se llama Bowker’s.  La empresa fue fundada en el siglo XIX por un alemán, Frederick Leypoldt, que pronto se dio cuenta de que hacía falta un sistema de clasificación eficaz en el mundo de los libros…una observación sumamente propia de un germano.   No creó el sistema en sí, pero sí sentó la idea de que es necesario estandarizar las publicaciones.  Su compañía, posteriormente comprado por un socio llamado R.R. Bowker, se convertiría en agencia oficial de ISBNs en ese país y el más famoso del mundo. 

            Conseguir un ISBN a través de ellos te sale por unos $280 (gracias a Dios, gano euros), pero después de eso, el libro es tuyo.  A mi modo de ver las cosas, la tarifa es tremendamente cara, sobre todo que ahora se puede obtener electrónicamente.  De hecho, según su página web, te asignan un número inmediatamente (después de realizar el pago, por supuesto), así exactamente qué porcentaje de esos 300 pavos es realmente destinado al servicio personalizado se me escapa.  Pero te tienen arrinconado, que es justo como les gusta tenerte. 

            ¿Era así en todas partes del mundo?  ¿Llegaría el brazo largo de Bowker’s al territorio español también?   El asunto no estaba claro.  Había leído un artículo que decía que otros países, como Canadá, ofrecían este servicio gratis.  Me pareció propio de los canadienses porque son gente enrollada y me gusta estar con ella, siempre cuando no estoy en Vancouver después de una derrota en la final de la Copa Stanley de hockey sobre hielo.  Pero a parte de ese comentario bajo, he de reconocer que hacen las cosas de una manera humana y socializada, por tanto no me extrañó para nada que te proporcionaran el número por el precio de una apretón de la mano y una sonrisa. 

            El artículo decía que en casi todos los países es así.  Es decir, sin cobrar.  Yo, después de 20 años aquí, tenía mis dudas.  Hay que recordar que estamos en un país donde solo sacar un carnet te sale por unos mil euros mínimos, y que la relación entre las costosas clases de conducir obligatorias y aprobar el examen ha sido bajo sospecha desde hace muchos años.   Pero era solo un ejemplo.  He tenido que pagar por prácticamente todo servicio oficial aquí, ¿por qué iba a ser diferente conseguir un ISBN?

          Lo fue.

         Se continuará.

Any more of that ISBNing, and you can forget it

 It was, I said.  It was different.

       At least in the sense I couldn’t find the website at all, other than the part where they have lists upon lists of cataloged titles, which interested me zero, because what I wanted was to become a part of those lists, not peruse through them.  Other than that, there was nothing.  I went back to the POD’s. 

        Several online publish-on-demand sites offer to do the paperwork for you, but for a small fee, or even free.  What’s the catch?  Because you know there is one, oh yeah.  They register their company as your official publisher and thus control all the commercial rights and decisions. That includes distribution.  The book would be yours, as would be the copyright and you would get royalties.  You just couldn’t sell it where you wanted.  Essentially, that would be the case if you went through the traditional route of publishing through a publisher.  This may be a bonus for some who would like someone else to do the work for them, but I always fear I am giving away my soul. 

        For example, let’s just say I sell a 100,000 copies (that’s not going to happen but I am having a little fun with this here) and instead of spending the rest of my days as a literary star attending all the big celebrity events around the world, I would end up on one of those History Channel documentaries of “Whatever happened to Brian Murdock?” when the world learns how my agents and publishers swindled me of 99.97% of my earnings because I had my head up my ass when it came to signing my contracts.  I wasn’t going to let that happen. 

         To be fair, these websites have all the options available to you, so you can pick; they just make the more advantageous ones for them sound the most advantageous ones for you as a writer…which is what companies do so well.  I wouldn’t expect any less from them.  But I don’t mind that, as long as I am aware of it.

        Word was also out that in order for me to have my own ISBN, I needed to have my own publishing house, which would require yet another application and, in turn, more paperwork…and more time.  And I was getting sick of shoveling out more time. 

        So I checked outMadrid’s publisher’s guild and started shivering.  Guilds depress me.  They unnerve me.  The website was harmless enough, but I couldn’t help getting the feeling it was a disguise for a society of literary thugs who don’t appreciate unknown authors like me butting in on their business.  I kept thinking that one day they would grab me by the collar and throw me into an alley, crush my fingers with a laser printer and grunt, “That’ll keep you from writing for a while.  He-he.”

          So, for simplicity’s sake, I pretended not to read publisher requirements and went on hoping it wouldn’t matter in the end. 

         Now, the reason I couldn’t find what I needed was that the ISBN agency stopped being a part of the Ministry of Culture in 2010 and has now become its own entity.  Well, according to the agency, the ministry still has the rights to them, but the agency itself is separate.  Or something to that effect.  It really made no sense to me, so I stopped paying attention. 

         Once at the site, I was led through the right channels until you can get an online form which I could and must fill out and send back via email.  I felt I cold field things like putting my name and address without any problem, but when I got to other issues like the book size, price (without IVA) and number of copies, I was at a loss.  I had no idea.  I hadn’t reached that stage.  The publishers asked for the ISBN before working out the specifics, and the agency asked for the specifics before handing out the ISBN.  See what I mean when I mention Kafka? 

         Then I finally got to the fees.  There was a section that indicated the cost.  I knew it!  I told you we weren’t inToronto.  But then came the twist.  No prices were listed.  All it said was that obtaining an ISBN used to be courtesy of the government but that there would now be a charge to cover administrative expenses.  I interpreted it as: our colleagues inAmericaare making a killing, why the hell shouldn’t we do the same?  

          The thing was…no fee was listed.  The costs would be published on the website in some unspecified time in the future.  Hmm.  So, now I had to guess what they were going to take me for.  That was going to be interesting.

         There were too many variables and too many unanswered questions for me to proceed, plus I felt like watching a video (yes, I am from that generation), so I decided I would pay them a personal visit next day…personally. 

        As a precautionary measure, I expected the worse.