Todo empezó más o menos bien. Me levanté a la hora prevista y cogí el metro hasta el hospital. Hay algo gustosamente proletaria en ir a una operación en transporte público, aunque es falso porque me podrían haber llevado en limosina y me habría parecido genial…¿Para qué nos vamos a engañar? El resto de Madrid, mientras tanto, seguía a sus trabajos respectivos y no parecía contento de hacerlo. Normal.
Una vez dentro, anuncié mi llegada en la mesa de recepción donde me topé con el típico problema respecto a mi nombre. Veréis, en España a veces tienen dificultades aceptando el hecho de que solo tengo un apellido, y tampoco conciben la idea de solo poseer dos nombres, algo que me extraña porque conozco a muchos que tienen dos nombres. En fin, el caso es que, a nivel oficial, me encuentro con todo tipo de combinaciones. Colocan mi nombre de pila donde había que poner mi segundo nombre, o mi otro nombre en el lugar donde normalmente mi primer nombre sería feliz, o meten un segundo apellido donde ninguno existe. Tengo tantos nombres registrados que seguro que me podrían detener por fraude.
Yo me llamo Brian Richard Murdock. Son dos nombres y un apellido, el de mi padre, como es normal en mi país. El uso del segundo nombre es una manera, muchas veces, de homenajear a algún pariente querido (y, especialmente, muerto) o para distinguir entre padre e hijo. Mi padre tiene el mismo nombre pero su segundo nombre es diferente, por tanto de esta manera nos distinguimos…bueno eso y el hecho de que tiene 84 años y yo 44.
Desde el punto de vista de un niño, sin embargo, el uso diferente de los nombres servía de aviso sobre el grado de enfado que tus padres sentían hacia ti.
Alarma número 1: ¡Brian! Cabreo general sin mayores implicaciones.
Alarma número 2: ¡Brian Richard! Cabreo grave con consecuencias punitivas prolongadas e incluso dolorosas
Alarma número 3: ¡Brian Richard Murdock! Directamente te escondías o huías a casa de un amigo en búsqueda de asilo político
Aquí la sensación es la de una persona incompleta. Mis hijas sí tienen los dos apellidos, Murdock Flores, que suena exótico como poco. El caso es que, por costumbre, utilizo todos los nombres porque eso es lo que figura en mi DNI y ¡ay qué líos produce eso! Pero de entrada, me quedo con la presentación mía de toda la vía:
“¿Es usted…?”
“Brian Murdock”
“Vamos a ver…no…no lo encuentro en la lista…a veeeer…” recorrió con la hoja con su dedo. “Aquí le tengo. Richard Murdock, Brian.”
“Eso es. Pero no es Richard Murdock. Solo Murdock.”
“¿Cómo?”
“Solo tengo un apellido.”
“¿Ah sí? ¿Y eso?”
“Pues porque es así. Tenemos dos nombres. Mi nombre es Brian. O Brian Richard, si quieres o eres mi madre.”
“¿De veras? Vale Richard.” Vaya por Dios. A lo largo de los años decir Brian Murdock era fácil explicar a los españoles porque siempre podrías añadir, “Brian, como La vida de…, y Murdock como el loco del Equipo A”. Se reían, me entendían y progresábamos. Pero el cambio generacional ha hecho esta relación cada vez más difícil de identificar, con lo cual recurro poco a ello cuando menciono “Richard”, peor aún, porque es el nombre más fácil de recordar, con lo cual se pegan a él. Ya no había vuelta atrás.
Le insistí en que estaba mal y que mi nombre era en realidad Brian y que mi apellido era solamente Murdock. Me miró con una sonrisa comprensiva y me prometió cambiarlo.
A los 20 minutos la directora de admisiones me llamó y me invitó a entrar. “Bienvenido Richard. ¿Tiene usted todos sus papeles?”
“Creo que sí. Por cierto. Mi nombre es Brian. Solo por el tema de papeleo, me entiende.” Me quise que me confundieran con alguien que fuera a recibir un bypass.
“Tiene razón.” Menos mal.
Le di un montón de papeles y ella me dio otros tantos para que los firmase. Eran los típicos documentos llenos de todos esos acuerdos de los que me arrepentiría más adelante como el de donar mis órganos al mercado negro o de pagar extra por el uso del baño.
Siempre dedico unos minutos a leer los detalles porque mi padre estaría orgulloso porque es abogado, pero la verdad es que apenas me fijo en ni una palabra. Es todo para parecer serio. Y para evitar que la persona delante de mí dude de lo que estoy haciendo, siempre hago una pregunta sobre algún dato como el nombre del médico y sin piensan darme gelatina de merienda después de la operación. De esta manera parezco profesional.
Luego me dio las gracias y me dijo que esperase fuera unos minutos hasta que alguien nos condujera a la habitación. “Adiós Richard.”
Recé para que este asunto de confusiones se quedara al nivel administrativo.