Una Vida Para Mi Hernia

La primera cosa que recomiendan en la hoja con el historial y bajo la sección de “tratamiento” es “vida normal”.  Es decir, llevar una vida normal.  Me acuerdo de estas dos palabras mientras estoy sentado y estoy intentando llegar a mis dedos de pie para ponerme un calcetín.  Mi pie, normalmente un familiar cercano en mi vida, me miraba como si estuviera al otro lado de un cañón.  Ni de coña iba a llegar a el sin la ayuda de alguien o sin que los puntos estallasen por el esfuerzo.  Sé lo que querían decir los médicos.  De verdad.  No querían que estuviéramos como unos enfermos encadenados a la cama.  No como unos inválidos (término militar, por cierto, para los heridos que ya no pueden servir.  Si eso no te dice algo sobre la mentalidad hacia la vida humana, vamos) que no hacían nada.  Querían que nos pusiéramos de pie y que en movimiento cuanto antes.  Pero lo siento.  No estoy del todo de acuerdo con eso.    Hacía dos días, me podía vestir sin problemas.  Ahora me siento como si tuviera 80 años.  Eso no era mi vida normal.  Y lo sabían.  Me hacía alta un poco de información.

          Y eso era el problema una y otra vez.  La gente tenía buenas intenciones, pero se le olvidaba pasarte la información que más necesitabas, con lo cual la vida se hacía aún más complicada, porque todo lo que era normal, ya no se hacía de manera normal.  Eso se debe, a mi modo de ver las cosas, porque el abdomen toma parte en mil cosas cotidianas: levantarse, tumbarse, cambiarse de postura, recoger a algo del suelo, alcanzar un vaso en el armario, ducharse… ¿y qué me dices de ir al baño?  ¡Vaya miedo!  Después de 24 horas me di cuenta que había muy poco normal respecto a mi vida.  Entonces, precisamente ¿Qué querían decir con llevar una vida normal?  ¿Normal para una persona después de una operación? 

Quizás.

Mi Hernia vuelve a casa

A las 8.30 de la mañana ya tenía ganas de irme a casa.  Lo único que necesitaba era la luz verde del médico, lo cual no resultaba fácil. 

         Los médicos son entre las personas más trabajadoras que yo conozco a pesar de la reputación que tienen en algunas partes de pasar las tardes en los campos de golf.  Los que conozco yo pasan la mitad de su vida en el hospital.  Lo malo es que es imposible co9nseguir que pasen por tu habitación. 

        Tuve un par de visitas agradables de las enfermermas eso sí (suena sospechoso todo aquello, lo reconozco) pero ellas no te pueden sacar de un hospital.  Por fin, sobre las 12.30 entró de repente y con algo de violencia un medico al que no había visto en mi vida.  Echándole un poco de imaginación tenía un aire de Antonio Banderas.

         “¿Brian?”  Me preguntó.  Había acertado a la primera.

          “Sí.”

          “¿Cómo te encuentras?”

         “Bien.”

         “Muy bien.   Te vas a casa.”

         Parpadeé varias veces sin entender nada.  ¿Eso fue todo?  Quiero decir que en parte eso es lo que me imaginaba que me iba a decir, pero me esperaba una reexaminación antes de que me soltara al mundo cruel de bolsas de compra pesadas y una tripa rajada.  Ni siquiera se molestó en mirar si el corte estaba bien ni preguntó de quién era en el fútbol no fuera ser que dijera algo sospechoso como el Barça.  Vamos.  Nada de nada. 

         “Vale.  Pero tengo unas preguntas.”

       “De acuerdo.  Ahora vengo con el alta y me puedes hacer todas las preguntas que quieras.”

        Temí que volvería a verle porque una vez dejas a un medico salir de tu habitación, te la juegas.   Pero sí volvió y sí le hice todo tipo de preguntas y es precisamente en ese momento cuando el mundo de la medicina tiende a ser algo ambiguo.  Lo mismo piensan que somos tontos para comprender, lo cual es possible porque cda vez que me cuentan algo no me entero de nada, a lo mismo es que pasan olímpicamente.  Yo qué sé. 

          “Tu cuídate mucho.  No te pases.  No hagas esfuerzos, ni cojas pesos.”

         “¿Podrías ser un poco más específico?  ¿Puedo jugar a los bolos?”

        “Ni de coña.”

        “Hacer kick-boxeo.”  Lo decía en broma.

        “Ni lo sueñes.  O por lo menos durante las próximas semanas.”

        No daba crédito.  Hace un rato no podia ni orinar con facilidad, y me estaba dando un plazo para dejarle a alguien sin huevos.  Seguió.

      “Puedes coger cosas ligeras.  El maletín del portatil, por ejemplo.  Pero un bebé, olvídate.”

      Vale.   Había treinta mil objetos cogibles en mi vida y solo tenían a esos dos como referencia. Pasé al siguiente tema que era mi baja.”

     “A ver,” me dijo.  “¿De donde eres?”

    “De Estados Unidos.”

     Se rió.  “Verás.  Aquí las cosas se hacen de otra manera.  Si trabajas por cuenta ajena dos meses.  Si trabajas por cuenta propia, dos días.  ¿Me entiendes?”

      Creo que bromeaba.  Pero solo en parte.  Pero también tenía razón en el sentido de que la baja duraba según las necesidades del indivíduo.  En mi caso.  Tres semanas mínimo.

Mi Hernia Desayuna en la Cama

Me desperté pronto principalmente porque se me había olvidado quitar la alarma de mi despertador en mi móvil.  Eran las 6.15, pero aun así me encontraba bastante descansado.  Me alegré de haber pasado la noche sin tener que tomar esa pastilla para dormir que la enfermera me había dejado en la mesilla de al lado de la cama.  Tenía la intención de probarla si solo para experimentar un poco, ya que me estaban dando una fiesta de drogas ese día, pero me quedé dormido.  Supongo que eso era una buena señal.  Aún así, decidí que me la guardaría y me la tomaría en plan recreacional en un momento en el futuro.  Mientras tanto, miraba por la ventana grande y observaba una brizna blanca sobre el horizonte con una corona naranja, lo cuales anunciaban la llegada del día.  Había un ronroneo suave del aire acondicionado.  Me sentía como si fuera dentro de un Airbus y un Hilton a la vez.

         A los pocos minutos la puerta se abrió y la enfermera apareció para preguntar cómo iba.  Me estaba acostumbrando a las entradas a todas horas.  Las enfermeras eran simpáticas y atentas pero sin exagerar.  Y cuando no sabían de mí durante un rato, metían la cabeza y preguntaban si estaba bien.  La verdad es que ha sido un servicio impecable. 

          La única vez que lo pasé mal fue el día anterior cuando querían que orinara para eliminar los restos de la anestesia, una procedimiento fundamental después de una operación.  Por lo visto te puede matar o algo por el estilo.  No lo sabía.  Tantas ganas tenía la enfermera jefa que me metía todo tipo de presión que acababa con un “si no haces pis, vamos a tener que meter una sonda.”  ¡Dios!  Nunca he pasado por una cosa así, pero no tengo ninguna duda de que duela mucho mucho.  Pues no sabes la cantidad de agua que bebí en esa hora para asegurar que se eliminara todos los elementos tóxicos.  Y lo conseguí.  Os podéis tranquilizar.

         Pero la mayor parte del tiempo venían a hacer un tipo de cambio con la bolsa para el goteo intravenoso.  Ellos metían un líquido de algún tipo o me inyectan con alguna sustancia.  Casi nunca me contaban lo que estaban haciendo pero reconozco que tampoco preguntaba aunque es verdad que me cortaba porque creía que iban a pensar que dudaba de lo que estaban haciendo conmigo.  Siempre sonría y les daba las gracias.  Sería una víctima perfecta para los fanáticos de la eutanasia.  Una especie de paciente modélico. 

           Pero esa mañana, como tenía poco que hacer ya que no había empezado el tenis todavía, decidí tomar el tiempo para investigar un poco sobre lo que estaba goteando dentro de mis venas.  Me puse las gafas y leí lo que ponía en la bolsa.  Había poca información práctica salvo las letras NaCl 0,9. 

          Ahora bien, nunca estudié la química porque pensaban mis profesores que era demasiado tonto para entenderlo (les doy la razón), pero a lo largo de los años y gracias a los crucigramas, he llegado a saber que Na representa el sodio y Cl el cloruro.  Hmm.  El cloruro de sodio.  ¿Acaso no era lo que los Nazis utilizaban para envenenar a sus víctimas?  ¿Estaba yo, pensé durante unos segundos, siendo testigo de mi última salida del sol con vistas de las azoteas de Madrid Sanchinarro?    

         En realidad el compuesto NaCl forma la sal corriente, y el líquido era suero.  Seguro que lo sabías todos vosotros, de modo que ya entendéis porque no estudiaba la química.  Os adjunto una imagen de cloruro de sodio para que veais mi preocupación:

Sodium-chloride-3D-ionic.png

Y todo directo a mi vena con un montón de agua.  Lo administraban para que no me quedara sin fuerzas.  Yo apreciaba el detalle pero no me era suficiente para mi estómago que ya estaba empezando a pedir más.  Las drogas me estaban pidiendo guarrerías…tenía lo que llamamos en inglés…los “munchies”. 

        Veréis.  Una de las únicas razones por las que yo dejaba que alguien se acercase a mi ingle con un cuchillo era el beneficio a corto plazo de un desayuno en la cama.  Yo sabía que no iba a ser uno de esos grandiosos manjares impregnados de grasa a lo inglés, pero solo la idea de ver a una mujer joven en uniforme de enfermera acercarse con una bandeja de comida en las manos mientras estaba tumbado era una visión celestial.  Me hacía la boca agua.  Hasta que llegó el desayuno.  Vamos fue algo menos que me esperaba.  Bastante menos.  Un descafeinado con leche y una magdalena.  Vaya por Dios.  Intento no quejarme, pero me había hecho la idea de que fuera a ser otra cosa.  ¿Y qué pasaba con la cafeína?  ¿Llevaban dos días hinchándome de drogas y me privan de esa sustancia por mi bien?  Lo que es peor, la enfermera se llevó mi pastilla recreacional antes de que pudiera esconderla.  Mierda.  No se me da nada bien ser drogata.      

Mi Hernia Tiene Derechos También

Desde hace más de 200 años, los padres fundadores de mi país dejaron claro que había unos derechos inalienables que a todo el mundo le correspondían.  Sí hombre.  Os recuerdo que en esa época lo que se entendía por “todo el mundo” era un hombre blanco, mayor de edad y propietario de terreno.  Me alegro de decir que hubiera cumplido con los requisitos, ya que soy dueño de media plaza de parking, pero me alegro doblemente que hoy en día hayamos llegado a incluir a todo el mundo de verdad, o por lo menos en teoría. 

           Estos derechos son los siguientes: La vida, La libertad y la Búsqueda de la Felicidad.  Yo había conseguido sobrevivir una operación, de modo que podía estar tranquilo en ese apartado; No podía decir que me sentía completamente libre al estar limitado de movimiento pero sabía que era algo temporal.  Pero el último asunto, sin embargo, fue algo más complicado porque la felicidad en esos momentos significaba el derecho de ver el Torneo de Roland Garros sin impedimentos y sin tener que pagar por ello.

            Dado la calidad de la habitación me resultaba algo bastante sorprendente ver que algo tan básico como ver la televisión me fuera a costar dinero.  Eso explicaba la ausencia de un mando.  Se encontraba abajo en la recepción en una caja fuerte bajo llave y vigilado por dos mastifs.

             Para recuperarlo, tenías que pasear hasta allí, soltar unos 50 euros por el mando (más dos chuletones para los perros), de los cuales solo 40 serían devueltos.  Ahora bien, lo mismo soy yo, pero siempre tenía la impresión de que en el año 2011 existía algunos servicios básicos en el Mundo Occidental que no se cobraba y entre ellos se encontraba la tele…joder.  Normal.  Seamos sinceros.  ¿Quién cobra por ver le tele estos días?  Si hubiera sido un hospital público, aún bien, pero ¿en un privado?    ¿Y cómo justifican eso de 10 euros?  ¿No se podría insertar ese lujo en el coste general de la habitación?  

           Y qué me decís del depósito de 40 euros?  Será que el robo de los mandos es algo frecuente en estos lugares, porque si no, no me explico.  Yo protesté…y protesté mucho.  Hice todo tipo de manifiesto a favor de la revolución proletaria.  Prometía que cuando salía iba a quemar algún contenedor o algo así para aliviar mi frustración.  Pero, en cuanto se encendió la tele y la tierra batida naranja cubrió la pantalla, me relajé y sonreí como un tonto.  Mi lado rebelde se apacigua tan fácilmente lamento decirlo.    

My Hernia Has Rights Too

Since well over 200 years, the Founding Fathers of my nation made it clear that there were certain unalienable rights that everyone should be entitled to.  Yeah, right.  I must remind you that back then the “everyone” meant a white, male, adult landowner.  I would have qualified but only thanks to the fact that I am in fact the proprietor of half a parking space.   Thankfully today we have come to extend it to what is really understood as everyone, at least in theory.  

       Anyway, these rights were the following:  Life, Liberty and the Pursuit of Happiness.  I had survived the operation, so I could check off the first one; I couldn’t quite say I was completely free to roam anywhere I wanted, but that was temporary.  The last issue, though, was slightly more complicated because that afternoon, the only goal I had in mind which would fulfill my need for satisfaction was the right to watch the French Open and, let me add this slight complication, not have to pay for it.

       Given the spaciousness of the room with all of its comfort, given the above-standard furnishings, and the sense of exclusivity,  it came as a immense surprise to me to learn that if I wanted to do something as fundamental in our society as watch a little TV, that was going to cost me.  That was why the remote was no where to be found.  It was downstairs at the reception desk kept under lock and key and guarded by two mastiffs. 

         To retrieve it, one has to amble down there and cough up a 50€ deposit for the channel changer, of which only forty will be returned as payment for use.   That’s right 50€.  Now, maybe it is just me, but I was under the impression that in the year 2011, certain services in the Western World have become so basic that there is absolutely no need to charge for them; and, by God, television was one of them.  Who charges for the use of a TV these days?  I guess in some public hospitals I could see this sort of thing happening, but in a private one, what’s the deal there?  A big one, in fact.  Where could they justify this kind of cost?  And if it were absolutely necessary, couldn’t they just hide it somewhere in the general cost of the room? 

         And what about the 50€?  I guess that remote-control stealing must be rampant here because the 40€ deposit was a clear message to the patient.  I vocalized all sorts of protests and pronounced all kinds of manifestos about the injustices at hand, and vowed to lead next year’s May Day demosntrations, but once the gadget was in my hand, the tube clicked on and the  orange clay surface of the court covered the screen, I settled down and sighed, blissfully removing any ire and dispatching it deep into the back of my brain.   The revolutionary demon inside of me can be so easily appeased. 

        Oh, well. 

Mi hernia en Estado Chillout

Pues yo pensé que no me iban a dar nada, pero parece que fue el contrario por me sentía geniaaaaaaaal. Tanto que pienso herniarme una vez al año solo para que me den una inyección de lo que te administran solo para, como dicen ellos, “calmarme los nervios”.  Yo la verdad no estaba nada nervioso, pero si creen que es conveniente como una medida preventiva, pues adelante. 

        No te duermen.  Solo te meten un toque de je no se qua lo que te permite aceptar todo con una serenidad absoluta.  Vamos, el cirujano te podía acercar y decir, “Ahora bien, Brian, vamos a coger un cuchillo y voy a abrir la zona inferior de tu abdomen y, a continuación, voy a colocar el intestino donde le corresponde, introducir una malla sintética, con un tapón, coserlo todo, cerrar tu piel con una aguja y hilo (o grapas si me apetece) y devolverte a tu habitación.  ¿Qué te parece?”

        “Pues cojonudo.”  Le digo levantando el dedo gordo.  “No sé como decírtelo.  Como tengas que amputar una pierna, doc, me va a parece debudin.  ¿No tendrías unos nachos por allí?, que se me antojan.”

        Pues eso.  Algo por el estilo.  El epidural hizo lo demás.

        Como os digo.  La operación fue tremendamente relajante.  Supongo que con las drogas suficientes es normal.  El cirujano me arregló, me dijo que todo había salido estupendamente, y se fue.  Nunca volví a verle, ya que lo pienso.    

        Después me navegaron a la zona postoperatoria y pasé un rato en plan chill-out allí. 

        Me colocaron en el mismo sitio que antes.  No lo llamaría la UVI, pero algo por el estilo, para asegurar que no la palmes ni nada y que la anestesia se vaya sin problemas  y que no acabara soltando confesiones auto-incriminatorias a todo aquel que viera por el camino. 

           Todo estuvo bien aunque eso sí, me seguía llamando la atención las bajas temperaturas que notaba.  No padecía de hipotermia, pero un par de mantas me habrían venido bien.  Me imagino que se mantienen así para evitar que gérmenes mortales no descendieran sobre mi herida indefensa. 

          Mientras tanto me enchufaron a una de esas máquinas que vigilan tus señas vitales.  La compartí con una señora mayor a mi derecha.  Juntos nuestros latidos produjeron un son bastante marchoso que, de vez en vez, fue interrumpido por una alarma que emitía el propio aparato.  La enfermera venía lo apagaba y como si nada.  Nunca he llegado a entender por qué ni para qué lo hacía, pero no me preocupaba mucho porque, como ya os he dicho, con las drogas suficientes, todo te molaba.   

             Una hora después, me llevaron a la habitación donde podía estar tranquilo.  Aún notaba frío, estaba casi destemplado.  Pero esta vez me dieron una manta y mucho mejor.  Lo mismo era un efecto secundario…o eso o estaba muriendo.  “A ver,” pensé. “cuando me van a dar esos nachos con queso.”

Chilling out with my hernia

I thought they weren’t going to give me anything aside from some local anesthesia, but they must have because I felt goooooood.   So much so that I’m planning on having a hernia at least once a year just to get a shot of whatever it is they give to, as they put it, “calm the nerves”, and inaugurate my summer vacation a tad earlier.  It doesn’t knock you out.  It just makes everything seem so cool.  That means the doctor can approach you and say things like, “OK, Brian, we are going to take a knife and open your lower abdomen; then we are to stick your intesitne back in place, stuff a pplug in there, ptach it it up and then sew you back together with a needle and some thread.  How does that sound?”   To which I reply, “It sounds awesome.  Heck, you can cut my leg off for all I care.  You wouldn’t happen to have any nachos on you?”          

         The epidural injection did the rest.

        The operation is immensely relaxing, but I guess with the right kind of drugs just about anything is.  The doctor fixed me up all right;  then he came over and told me everything was fine and then he  left.  I never saw him again.  Surgeons can be like that I guess.

        Then I was coasted off to the post-op.  They parked me in the same place I was before.    I wouldn’t quite call this the ICU, but something of the sort where basically they keep you there to make sure the anesthesia wears off so that you don’t end up confessing self-incriminating information to everyone you see on the way up.   So, I just hung out and chilled for a little while.  I mean really chilled.  If there is one thing that stuck out on the operating table, it was the low temperature.  I was suffering from hypothermia, and I could have done with a few blankets.  I figure they keep things at that temperature to control all the life-threatening germs from descending upon my wound.  And frankly I thank them for that.

              At the ICU I got to share one of those heart-beeper machines, or whatever they are called, with an elderly woman who was stretched out on the bed to my right.  Together we got a pretty cool duo of percussion sounds going.  From time to time a kind of alarming alarm would go off on the machine, and the nurse would come over and turn it off without the least interest in what it was warning us about.   I never really figured out what it was, but I didn’t really fret too much because, as I said, with enough of the right kind of drugs, everything was just fine and dandy.

        An hour later, they sent me back up to my room where I got to hang out quietly.  I felt cold, almost had the chills, but this time I was able to get a blanket.  I don’t know, maybe it was just a side effect.  Either that or I was slowly dying. 

        I had an aching desire for a little Peter Tosh and wondered if those nachos would ever come.  But maybe I was asking a bit much of the hospital’s infrastructure.

Cosa que vienen bien saber sobre mi hernia para mi próxima invitación de cena…si es que me vuelven a invitar

Si estoy aquí entre vosotros escribiendo estas líneas, es porque la operación salió francamente bien y estoy sano y salvo…evidentemente…no me esperaba menos.  No os dejé en ascuas porque, a nivel de intervenciones, esta está chupada.  La tasa de éxito roza la perfección.  Cualquier complicación se debe a una condición arriesgada ajena a la hernia o a un giro inesperado de los hechos, también ajeno a mi problema.  Una persona simplemente no se muere de una reparación de una hernia y yo, desde luego, no tenía intención de ser pionero en ese sentido.  Tenía la reputación de mi apellido que mantener (aunque poco he hecho últimamente para honrarlo).   No podía fallar más.  La situación me recordaba de un episodio hace dos años en el que yo iba de director en un campamento en la sierra norte de Guadalajara (que no se llama así, ya lo sé, pero no es importante para nuestra historia).  El sitio tenía unos gatos poco domesticados que a su vez acababan de tener una camada de críos que eran monísimos excepto su tendencia de arañarte los ojos cada vez que te acercabas a acariciarlos.  En fin, una vez estos gatitos se habían metido entres las mil patas de las sillas y mesas del comedor y éramos media docena de personas valientes intentando sacarlos al mejor estilo Woody Allen en la famosa escena de los bogavantes en la película Annie Hall.   Los animalitos escupían y amenazaban con degollarnos a cada uno mientras los cazábamos.  Eran unas fieras pero también de muy corta edad por tanto había poco que podían hacer.  Yo conseguí atrapar el más feroz y le tenía cogido de la nuca en una mano mientras me acercaba a la puerta para ver qué tal volaba.  Justo antes de soltarlo, el muy monstruo me mordió el dedo de la otra mano.  No fue un bocado enorme, pero sí provocó una herida y me hizo pensar qué tipo de enfermedades podía contraer.  Recordad que lo malo de la rabia (y es bastante malo) es que no tiene remedio.  Nada.  Lo pillas…y fuera.  Así que no me hizo gracia irme a la tumba con la siguiente frase grabada en mi lápida: Causa de Fallecimiento: Mordisco de Gatito.

            Así que nada, me negué a aceptar que había llegado mi hora solo por una pequeña incisión en mi barriga y, como podeís apreciar, hice bien. 

           Ahora bien, ¿exactamente qué es una hernia?  O, más bien, una hernia inguinal.  Esto ocurre cuando algo de contenido intestinal, normalmente es el propio intestino sale por una apertura en la pared abdominal.  La causa más famosa es un esfuerzo físico tan duro que literalemente tus musculos literalmente rompen.  Se parten.  Y dejan un agujero por el que puede pasar un órgano.   A mis años, lo más probable era que fuera el desgaste, o un acumulo de circunstancias.  Podía haber sido cualquier cosa…¿quién sabe?  El caso es que apareció el famoso bulto en la parte inferior del abdomen que, aparte de tener un aspecto algo raro, no hace casi nada.  Apenas molesta.  Y normalmente, el bulto desaparece cuando te tumbas.  Si haces mucho esfuerzo, te puede doler un rato, pero por lo general, apenas existía.  Lo que pasa es que si lo dejas sin arreglar, sí que te puede empezar a fastidiar, sobre todo si la tripa se ve atrapada y corta la digestión.  Por eso dicen que es mejor solucionarlo cuanto antes. 

            Por desgracia, y por ahora al menos, la única manera de reparar una hernia es mediante la cirugía.  Esto se llama una herniorrafía que, como os podéis imaginar, una palabra excluido de mi vocabulario por ser impronunciable.  Hay numerosas técnicas.  Antes, lo que se hacía era abrirte, meter todo en su sitio, coserte y fuera.  Más o menos daba resultado, pero la operación era más complicada, más larga, dolía más y la tasa de recurrencia era mayor. 

              La que más se práctica hoy en día se llama una intervención libre de tensión.  En esto, lo que se hace es abrirte, meter todo en su sitio, taparlo y cubrirlo con una malla.  Este tipo de operación se llama una hernioplastia.  La técnica que utilizaron conmigo es según la versión de Rutkow-Robin, los cirujanos que la hicieron famosa.  Cuesta menos, se recupera antes, y la tasa de recurrencia es por debajo de un 1%.   Mejor imposible.   Ni malla ni “Manoplas” el gatito iban a poder conmigo. 

            En fin, estoy listo para la próxima cena

 

Mi Hernia Se Ingresa

Todo empezó más o menos bien.  Me levanté a la hora prevista y cogí el metro hasta el hospital.  Hay algo gustosamente proletaria en ir a una operación en transporte público, aunque es falso porque me podrían haber llevado en limosina y me habría parecido genial…¿Para qué nos vamos a engañar?  El resto de Madrid, mientras tanto, seguía a sus trabajos respectivos y no parecía contento de hacerlo.  Normal.

          Una vez dentro, anuncié mi llegada en la mesa de recepción donde me topé con el típico problema respecto a mi nombre.  Veréis, en España a veces tienen dificultades aceptando el hecho de que solo tengo un apellido, y tampoco conciben la idea de solo poseer dos nombres, algo que me extraña porque conozco a muchos que tienen dos nombres.  En fin, el caso es que, a nivel oficial, me encuentro con todo tipo de combinaciones.  Colocan mi nombre de pila donde había que poner mi segundo nombre, o mi otro nombre en el lugar donde normalmente mi primer nombre sería feliz, o meten un segundo apellido donde ninguno existe.  Tengo tantos nombres registrados que seguro que me podrían detener por fraude.

            Yo me llamo Brian Richard Murdock.  Son dos nombres y un apellido, el de mi padre, como es normal en mi país.  El uso del segundo nombre es una manera, muchas veces, de homenajear a algún pariente querido (y, especialmente, muerto) o para distinguir entre padre e hijo.  Mi padre tiene el mismo nombre pero su segundo nombre es diferente, por tanto de esta manera nos distinguimos…bueno eso y el hecho de que tiene 84 años y yo 44. 

              Desde el punto de vista de un niño, sin embargo, el uso diferente de los nombres servía de aviso sobre el grado de enfado que tus padres sentían hacia ti. 

      Alarma número 1: ¡Brian!  Cabreo general sin mayores implicaciones. 

    Alarma número 2: ¡Brian Richard!  Cabreo grave con consecuencias punitivas prolongadas e incluso dolorosas

       Alarma número 3: ¡Brian Richard Murdock! Directamente te escondías o huías a casa de un amigo en búsqueda de asilo político

            Aquí la sensación es la de una persona incompleta.  Mis hijas sí tienen los dos apellidos, Murdock Flores, que suena exótico como poco.  El caso es que, por costumbre, utilizo todos los nombres porque eso es lo que figura en mi DNI y ¡ay qué líos produce eso!  Pero de entrada, me quedo con la presentación mía de toda la vía:

               “¿Es usted…?”

               “Brian Murdock”

               “Vamos a ver…no…no lo encuentro en la lista…a veeeer…” recorrió con la hoja con su dedo.  “Aquí le tengo.  Richard Murdock, Brian.”

               “Eso es.  Pero no es Richard Murdock.  Solo Murdock.”

               “¿Cómo?”

                “Solo tengo un apellido.”

                “¿Ah sí?  ¿Y eso?”

                 “Pues porque es así.  Tenemos dos nombres.  Mi nombre es Brian.  O Brian Richard, si quieres o eres mi madre.”

                “¿De veras? Vale Richard.”  Vaya por Dios.  A lo largo de los años decir Brian Murdock era fácil explicar a los españoles porque siempre podrías añadir, “Brian, como La vida de…, y Murdock como el loco del Equipo A”.   Se reían, me entendían y progresábamos.  Pero el cambio generacional ha hecho esta relación cada vez más difícil de identificar, con lo cual recurro poco a ello cuando menciono “Richard”, peor aún, porque es el nombre más fácil de recordar, con lo cual se pegan a él.    Ya no había vuelta atrás.   

                Le insistí en que estaba mal y que mi nombre era en realidad Brian y que mi apellido era solamente Murdock.  Me miró con una sonrisa comprensiva y me prometió cambiarlo.

                A los 20 minutos la directora de admisiones me llamó y me invitó a entrar.  “Bienvenido Richard.  ¿Tiene usted todos sus papeles?”

              “Creo que sí.  Por cierto.  Mi nombre es Brian.  Solo por el tema de papeleo, me entiende.”  Me quise que me confundieran con alguien que fuera a recibir un bypass. 

              “Tiene razón.”  Menos mal.

              Le di un montón de papeles y ella me dio otros tantos para que los firmase.  Eran los típicos documentos llenos de todos esos acuerdos de los que me arrepentiría más adelante como el de donar mis órganos al mercado negro o de pagar extra por el uso del baño.

            Siempre dedico unos minutos a leer los detalles porque mi padre estaría orgulloso porque es abogado, pero la verdad es que apenas me fijo en ni una palabra.  Es todo para parecer serio.  Y para evitar que la persona delante de mí dude de lo que estoy haciendo, siempre hago una pregunta sobre algún dato como el nombre del médico y sin piensan darme gelatina de merienda después de la operación.  De esta manera parezco profesional.

             Luego me dio las gracias y me dijo que esperase fuera unos minutos hasta que alguien nos condujera a la habitación.  “Adiós Richard.”

             Recé para que este asunto de confusiones se quedara al nivel administrativo.