15 Días de Navidad (excerpts): Reyes

Como no puede ser de otra manera, las navidades en España tienen que exceder estas fechas de excesos en los demás países.  En Estados Unidos hay una especie de bajón brutal después del 25 de diciembre, que se remonta una vez para nochevieja, pero después, vamos, fuera.  Se acabó.  Lo único que lo salva es nuestro inmenso afán por las luces, que permanecen en los árboles y los tejados son más bien un producto de la dejadez de los seres humanos más que por una necesidad de perpetuar la alegría.  Recuerdo cuando la cara de mi padre se pondría como un traje de Papá Noel cuando veía que, a mediados de febrero, aún no habíamos quitado las luces de los acebos.  “Ayer fue San Valentín, por el amor de Dios.  ¡¿Queréis quitar las luces?!”

            En España queda el último coletazo de fiestas que es el Día de los Reyes Magos, la celebración de la Epifanía, que para mí siempre será especial porque fue en esa fecha que pisé suelo español por primera vez.  Eso fue ya hace 23 años y es una historia divertida en sí…pero para otro momento.  También sabía que el seis era el día de los tres hombres sabios porque en mi casa, siendo de tradición irlandesa-católica, mi madre siempre colocaba a los tres monarcas en nuestro belén italiano de madera tallada.  Decía algo así como “Today is the feast of the Epiphany.  That’s when the Three Wise Men came to see the baby Jesus.”  Y sanseacabó. 

            Aparte de eso, no se hacía nada fuera del ordinario sino volver a casa y estudiar porque en los States se vuelve al cole antes.   

           No debió ser así siempre.  Lo de acabar las vacaciones antes, digo.  Hay que recordar que los doce días de navidad acaban en ese día, y que la famosa Twelfth Night de Shakespeare también se refiere a la noche del 5 de enero cuando llegan los reyes magos.  Aún celebran ese día en algunas partes del mundo anglosajón, pero no tiene nada que ver con el festorro que se monta en España.   Sobre una descripción de los detalles que mis lectores fueron todos niños españoles en algún momento.  Algunos lo siguen siendo. 

            Este año no tenía muchos planes de presenciar a la cabalgata.  No como cuando salía desde el Retiro y nos venía de cine.  Entonces andábamos 5 minutitos hasta el paseo de coches mirábamos las carrozas de cerca antes de que arrancaran.  Era una experiencia muy humana y una oportunidad sin igual.  Pero luego lo pasaron todo a la Castellana, cambio que tiene sentido desde el punto de vista del espectáculo, pero a nosotros nos vinieron fatal.  Además, las niñas no están tanto por la labor de ir.  Son cosas de la edad.  

           De formas, fui con unos amigos que sí tienen niños más pequeños y vimos la cabalgata desde un despacho de mi amigo Andrés que tiene su bufete en la Castellana.  Un cuarto y, con las hojas de los árboles caídos, una vista magnífica.  Lo único inconveniente era no poder llegar a los chuches que se lanzaban, pero la verdad es que tampoco es el fin del mundo.  Habría que ver cómo se ponían algunos padres a la hora de recoger los caramelos en beneficio de sus propios hijos.  Vamos, como leones.  Así que, desde nuestro lugar alto disfrutamos mucho.

            Por la noche, tocaba a los reyes pasar por las casas. Aquí me resulta curiosa la tradición de dejar los zapatos, al igual que los holandeses.  Debe de ser una importación de época en la que España controlaba, con mucha dificultad, ese país.   No sé que opina San Nicolás, recordad que tiene un piso en la Costa Blanca, opina de la intrusión de los reyes, pero parece ser que es un hombre discreto y no demuestra ningún rencor…supongo porque es otro año…otro mes…otro día…

Los 15 Días de Navidad (excerpts): Día de los Inocentes

Hay que ver con el sentido de humor de algunos. 

         Hace unos 2.000 años  en un pueblo llamado Belén, la ciudad de David, nació un niño al que llamaron Jesús y que llegaría a ser de mayor, entre otras cosas, la mesías.  No está mal.  A pesar de proceder de una línea sanguinea de lo más real, vio la luz del día por primera vez en un humilde pesebre rodeado de sus padres (por supuesto), un montón de animales, unos cuantos pastores despistados y un coro de ángeles.  Serían estos últimos, digo yo, los que más dilatarían que algo poco habitual sucedía dentro del establo.

       Ahora bien, la historia del nacimiento de Jesús está llena de pequeños desperfectos, cuando no contradicciones, cosa normal teniendo en cuenta que la narración de esa parte de su vida fue seguramente inventada en su totalidad, según los expertos (incluso los más creyentes).   Triste, ¿verdad? sobre todo cuando te das cuenta de que este capítulo es lo que más nos gusta a los humanos.  Es humano.

        Una de las incongruencias dentro de la leyenda, digamos, se trata de la estrella, puesto que fue una señal clara que guió a todo el mundo hacia el lugar sagrado, hasta los reyes de tierras lejanas.  Curiosamente, este astro se escapaba de la vista del Rey Herodes y sus seguidores.  Anda que ese hombre no tenía medios, sin embargo, no fueron capaces de juntar cabos y determinar donde estaba Jesús. 

         El caso es que tarde o temprano Herodes se enteró de que sí había un bebé que amenazaba con ser rey de reyes y eso le sentó bastante mal al monarca, por tanto empleó una política de limpieza infantil de unas dimensiones espezulnantes.  Sabía que era un recién nacido, pero para asegurarse, el muy majo se cargó a todos los niños de menos de dos años.  ¡Qué majete!

         En España, cada 28 de diciembre, se conmemora este acto de infanticidio de un modo curioso y, hay que decirlo, poco habitual: se gastan bromas…del tipo de pegar una hoja con las palabras “Dame una patada” en la espalda de otro que no sospecha nada.  En realidad en España es un monigote de papel lo que se usa.  La razón por las burlas se debe al nombre de la fiesta, el Día de los Santos Inocentes, o Día de los Inocentes.   Yo creo que tengo un buen sentido de humor pero reconozco que al principio me costaba apreciar la gracia de reírse mucho en una jornada dedicada a la muerte de Dios sabe cuántos niños y bebes a manos de unos soldados armados con espadas y lanzas, pero cosas más extrañas he visto en este país.  Los medios de comunicación a menudo se suman al espíritu del día mediante artículos y comunicados que informan de cosas absurdas pero lo suficiente plausibles para ser creíbles, sobre todo si la víctima aún no ha tomado su primer café.  

        Bueno…va a ser esto mi último post durante dos semanas, que voy a Estados Unidos pasado mañana a escribir un reportaje sobre los ciudadanos más famosos de mi ciudad natal, con entrevistas y todo.  ¡Promete ser un emocionante!

Los 15 días de Navidad: Nochebuena

Por lo visto, no soy el único que piensa como yo.  Hay muchos que piensan como yo.  O lo que es lo mismo, yo pienso como muchos.  Muchísimos.  Todos los que estaban en las colas de las tiendas y supers y que hacían que la mañana pareciera eterna.   La zona de Goya era como un campo de batalla, una descripción nada digna de ese barrio, pero que se fastidien.  Las tiendas cierran antes hoy.  Quizá no tan temprano como antes, las más concurridas hasta las siete de la tarde, pero en general, a mediodía ya quedaban pocos sitios abiertos.

            Normal.  Era nochebuena, el día más importante del calendario español.  Es grande en muchas partes del mundo pero en España, vamos, se trata de la noche del año.  Supongo que en otra época representaba el arranque serio de la Navidad, y aunque sigue siendo así en muchos aspectos, también es verdad que, hoy en día, cualquier residente de este país habrá llevado varias semanas cebándose como un cerdo antes de que llegue esta noche tan significante.  Pero digamos, a partir de ahora, la cosa se ponen seria.  Nada de gilipolleces.  Si disfrutas de comer y te tienes hambre…eso es tu momento para lucirte como engullidor profesional. 

           A mí me encanta el atardecer de nochebuena.  Si quieres encontrarme en ese momento es fácil porque siempre hago lo mismo a esa hora cuando el sol ya se ha puesto y la luz de la tarde es suave y tranquilizadora.  Doy un paseo por el Retiro, paseo por el Paseo de Coches, bordeo el estanque, miro el cielo, escucho el aire casi silencioso.  Es una pequeña tradición mía, y una estupidez si lo quieres llamar así, pero me gusta, y este año pude disfrutarlo por primera vez con mis hijas.  Tomamos la merienda, jugamos al fútbol, intentamos coger un gato…vamos, lo típico. 

          Luego fui a cenar con mi familia española, la primera familia de mi existencia aquí, digamos desde mi infancia español.  Rafa, uno de los hermanos, me recogió en su moto y subimos hasta la zona de Plaza de Castilla.  A Rafa le gusta su moto, y le gusta las velocidades a las que puede alcanzar con ella.  A mí no me importa mucho que pienso que voy a morir (a mis 43 años, empiezo a asumir estas cosas) pero, lo que no quería era perder eran mis gafas, que bailaban sobre mi cara como una bandera en un vendaval.  Lo que es peor, me imaginaba a mis gafas saliendo volando, a mí soltando la barra para rescatarlas, a mí saliendo volando como consecuencia y a mí botando por la calle Príncipe de Vergara como un polvorón de 70 kilos.  Me mentalicé para semejante eventualidad y decidí que podía vivir sin mis gafas durante unos días.  

          Nochebuena presenta un dilema para muchos españoles.  No uno de vida y muerte, pero para algunos padres, casi.  Y es que, como tantas cosas en la vida, la globalización de los costumbres (y sobre todo de los de ciertos países, los States por ejemplo, ejém) hay tradiciones que van calando poco a poco en la psicología ibérica.  Hablo, por supuesto, de Papa Noel.  La tradición más tradicional tradicionalmente marca que los juguetes se traen muy al final de las navidades durante la noche del 5 al 6 de enero, o lo que es Reyes.  Bien, pero las edades modernas dictan que en otros países lo montan de otra manera y que hay un señor de procedencia dudosa, porque di lo que quieras del Polo Norte, para los holandeses, San Nicolás vive en España, y seguro con un piso en Alicante, con piscina, plato para captar 675 canales del mundo, y un tetrabrik de tinto de verano disponible en todo momento.  Hoy por hoy, esa imagen se ajusta más a la realidad de los tiempos.  Pero vamos, el caso es que a las tiendas les viene bien porque se forran (sencillamente), a los niños les viene debudin porque les llegan los juguetes al principio de las vacaciones y no un día antes de volver al cole (lógico), y pero a los padres…pues, no está claro.  En primer lugar, les obliga a comprar antes y más, porque supone que habrá reparto de bienes dos veces, el 24 de diciembre y el 5 de enero.  Y para los más tradicionales, supone una ruptura, una renuncia, una traición hacia su propia cultura al aceptar el paganismo consumista de los States.  Se oye con solemnidad.  “No.  Nosotros celebramos Reyes.”  Y le falta el “¡Amén!” para rematar.  Pero la cruda realidad es otra.  Los niños quieren sus juegos y os quieren ya, y es normal.  

Existe la jugada del “Niño Jesús” que es niño que regala, entre otras cosas como la vida eterna después de la muerte, Barbies, Bob Esponjas y Play Stations 3 para un disfrute más inmediato.  Así se puede esquivar el señor eso gordo con la barba blanca y los renos sin renunciar la felicidad de nuestros hijos.  Pero Papa Noel reina, y cada vez más.  En nuestras hijas, tenemos la excusa de que yo soy estadounidense y que pues nada…hay que mantener las tradiciones.  Ya está.  Solucionado.

Los 15 Días de Navidad: Las Compras

Pues el día después de tener que reconocer que me quedaba otro año de esclavo ordinario sin ninguna esperanza de salir del agujero, tuve la ligera alegría de saber que por lo menos empezaban las vacaciones.  Era consciente de que había otros dentro de los confines de este país que, gracias a la suerte de haber escogido un ridículo papel con cinco cifras estúpidas impresas iban a disfrutar de unas vacaciones para, como poco, el resto de sus vidas, pero hice una esfuerzo grande para suprimir todo esto de mi mente, al igual que hice con ese absurdo número ganador de hace ocho años, ese jodido 08103.   Me siento un poco rencoroso hoy, lo siento.

        Sin embargo, invariablemente tenían que llegar las navidades.  Normalmente caen el mismo 22 de diciembre y coincidiendo con la Lotería, pero este año no fue así.  Tengo la sospecha de alguien nos está recortando días aquí y allá sin nuestro consentimiento.  Me entran ganas de cometer un acto de protesta para hacerle al mundo ver lo mal que estoy pasando.  Pero me falta el poder de un controlador aéreo y no creo que con que diga “No voy a dar clase de inglés” pueda paralizar el país y ni doblegar la economía.  Habrá más de uno, incluso, que se alegra.  Lo que duele saber lo poco que tu puesto en la vida repercuta en la de los demás.  Pues nada.  Me fastidio.  

         Llueve a cántaros.  El típico día de diciembre cuando no se quiere uno salir de casa y no he hecho más estar fuera.  Encima no llevaba paraguas conmigo, pero porque nunca lo hago.  Es una manía mía.  Bueno, más bien llueve a cántaros según.  Cuando estoy metido, bajo un tejadito, curiosamente las nubes se encuentran sequitas.  Pero nada más salir al intemperie, empiezan las primeras gotas.  No muchas.  Y ahí está el engaño.  Sigues andando pensando que no va a ser para tanto y ¡zas! te pilla un buen chaparrón.  Es impresionante lo mucho que uno puede empaparse en un día.

        Y eso que iba a empezar a hacer las compras navideñas.  Un poco tarde ya sé, pero la verdad es que el tiempo se me ha ido de las manos este año.  Desde hace años España ha decidido que el viernes después del Día de Acción de Gracias en Estados Unidos será cuando se arranca la temporada de comercialismo bestial.  Os lo juro.  Todo el mundo sabe que el famoso Viernes Negro (llamado así por los números negros que se apuntan en los libros de contabilidad) ha sentado un precedente sobre cómo forrarse en estas fechas.  Eso lo han sabido desde hace décadas en los States.  Por eso dicen que Franklin Roosevelt fijó la fecha oficial del Día de Acción de Gracias una semana antes para ampliar la época de compras.  Eso fue en el año 1942.   

          España adoptó esta postura no hace muchos y como consecuencia casi podríamos llamarle a esta estación Los 42 Días de Navidad: las cinco semanas antes y las dos después.  Es una experiencia agotadora, ya lo creo.

       Pues esta vez, he dejado que se consuman todos los días menos dos, y al final, el penúltimo, por motivos varios, se quemó también.  Pero no pasa nada; aunque queda la mañana del 24 que para mí es un mundo de tiempo.  Eso espero, por lo menos.

Los 15 Días de Navidad: La Lotería (Feliz Navidad)

Ya ha pasado y sabía que no me iba a tocar.  Otro 22 de diciembre y ¡hala! a pasar la tarde rompiendo hojitas de participaciones y décimos.  Y mira que a lo largo de estos años me ha tocado en más de una ocasión algo de pedrea o de terminación.  Nada fuera de este mundo pero lo suficiente para alegrar un poco las fiestas y para engancharme lo suficiente para que siga gastando ahorros año tras año. 

        A mí me encanta el Sorteo de Navidad de la Lotería Nacional.  Es algo único en el mundo de las tradiciones navideñas.  Y eso que reconozco que al principio me extrañó descubrir que lo que les gustaba a los españoles en estas fechas festivas de amor y alegría mientras esperaban la llegada del Salvador era apostar dinero – y mucho – pero este país nunca ha dejado de ser una caja de sorpresas para mí, cuando no una enigma.  Por eso me gusta tanto.

        Después del shock inicial hace años de ver a abuelitas con rosarios en una mano y un fajo de décimos en otro, poco a poco fui animándome en el espíritu del juego.  Como me dijo un amigo: La lotería de navidad siempre ha representado el arranque oficial de la navidad.  Ahora, como en tantas otras cosas, me siento como un español más desembolsando cuantiosas cantidades de euros (y pesetas en su momento) en edificar sueños mentales montados sobre cimientos hechos de ilusiones casi pueriles.  Pero es lo que me motiva.  No es que tocarte el gordo te vaya a solucionar la vida para siempre, a no ser que tengas 80 años, pero desde luego es una buena ayuda.  Y es algo más.  Es una apuesta comunitaria.  Una lotería social.  De hecho, si hay algo que me encanta de la Lotería de Navidad es lo mucho que reparte los premios.  No conozco un sorteo igual donde tantas personas pueden compartir y disfrutar de los premios.  Así que, chapó. 

       Lo que pasa es que tampoco hay una garantía de ganar, de modo que jugar sigue siendo un riesgo.  Todos los años guardo esperanzas, y ya no salgo de la dinámica.  Un día me va a tocar sea como sea.  Lo presiento.  Y así me sentía este año en los días previos al gran momento.

        Pero este miércoles pasado, mientras empezaba el día escolar con 30 niños de 12 años medio-muertos de sueño, me entró una pizca de duda, una brizna de vacilación, un nanosegundo dubitativo sobre mis posibilidades de ganar, pero fue lo suficiente para mandar todo al carajo.  Me frustró tremendamente porque hasta ese momento tenía la sensación de que las probabilidades eran infinitamente mejores, que por algo decía “Me va a tocar el gordo”.  En realidad era 1 entre 84.999 para ser exactos (o lo que es un paupérrimo 0,0012%) pero eso era solo un detalle y discutible desde el punto de vista de un iluso como yo.

         Daba igual.  Como os he dicho, se metió la duda y sabía que ya no había nada que hacer.  Mi suerte estaba echada, más bien condenada.  Miré el reloj, vi que seguramente no habían empezado a cantar los números y me entraron ganas de ir corriendo a la agencia que me vendió el billete y porrear la puerta y exigir que me abrieran.  “¡No he querido jugar este año!  Ha sido un error.  ¡Devolvedme mi dinero!”, y para rematar al estilo más español posible.  “¡Coño!”  Pero sería inútil. No había vuelta atrás.

         De hecho, yo ya llevo numerosos años gafados por la Lotería de Navidad, desde la vez que acaricié el número ganador.  Era el 08103 y me acuerdo de él mejor que de la fecha de cumpleaños de mi madre.  Érase una vez en un 21 de diciembre de 2002 que paseaba por Felipe II y me acordé de que aún no había comprado mi décimo de todos los años y que normalmente lo compraba en una cafetería de un amigo, no muy lejos de mi casa.  Pues en ese momento pasaba por delante de una agencia de la Loterías y Apuestas en la Calle Narváez y me detuve en la puerta.  Puse un pie dentro y vi desde la entrada solo una ristra de décimos que ponían “08 no sé qué no sé cuanto”.  Es decir.  Solo quedaba ese número.  De adentrarme en el local y adquirir un décimo hubiera sido ese, y posteriormente la cifra que canatría el niño (o niña, ya no me acuerdo) al día siguiente.  En fin, no lo hice.  Me dije, “No señor.  Siempre compro en la cafetería de mi amigo y no voy a cambiar esta vez.”  Ir hasta su bar me supuso andar otros 15 minutos, y cuando llegué vi que ya no les quedaban décimos.  Lo que pasa era que apenas me quedaba tiempo de volver a la agencia antes de que se cerrara, ya que eran casi las dos, así que decidí no comprar nada.  Me dije como un buen filósofo de la suerte que soy, “Si el señor me ha hecho venir hasta aquí para hacerme ver que no podía comprar un décimo, es porque su voluntad es que no juegue este año.  Por tanto, hay que hacerle caso.”

        Sí hombre. 

        En realidad no sé porqué sigo jugando si sé que mi fortuna en este sorteo ya no tiene futuro esperanzador.  Supongo que creo que, como se terció para mal hace años, lo mismo se tiene que tercer para bien algún día más adelante.  Pero eso, my friends, se llama la filosofía de un perdedor.  

        Pues nada.  Hasta el año que viene…que sé que me va a tocar.